LA HABANA, Cuba. — Desde hace meses los cubanos se quejaban de la desmedida alza del precio de los alimentos y de la pasividad del gobierno, que se limitaba a predicar contra la avaricia y el acaparamiento, hacer llamados a la conciencia y a pedir “pensar como país”. Pero luego que las autoridades se decidieran a actuar y desataran una feroz batalla contra los coleros y los revendedores, a quienes culpan del problema, las quejas han aumentado.
Las redadas de policías e inspectores y las multas y decomisos de mercancías a los vendedores, incluso a los que tienen licencia, lejos de hacer que bajen los precios han empeorado la escasez. Como mismo pasó cuando el Estado intentó los contraproducentes topes de precios, han desaparecido muchos productos que ya estaban en falta. Cuando aparecen, ofertados de forma subrepticia, es a mucho mayor precio.
Sucede con el pan, por ejemplo. Antes de que se iniciaran las redadas, los vendedores callejeros vendían la bolsa con nueve panes a 150 pesos. Ahora, los que se atreven a salir a la calle, pregonando casi en susurros, cuidándose de que no los detecte la policía, venden la bolsa con ocho panes, más pequeños y de peor calidad, en 180 y hasta 200 pesos. Así, comer pan se ha vuelto un lujo en Cuba.
En las tarimas de los puestos, muchos productos agrícolas han desaparecido. O los venden a escondidas, a mayor precio, sin que aparezcan anotados en las tablillas. Un mazo de cebollas no baja de los 120 pesos. Una libra de tomates o de pimientos cuesta 250 pesos. Los vendedores, en un porfiado pulseo con las autoridades, dicen que pierden si bajan el precio y que, antes que perder, prefieren entonces no venderlos, aunque se les pudran las cebollas, los tomates y los ajíes, almacenados o en el campo.
Se confirma una vez más una percepción generalizada desde hace mucho entre la población: cada vez que este régimen anuncia que se propone resolver un problema, lo que hace es agravarlo más.
¿Qué van a solucionar? Los mandamases de la continuidad castrista, pese a que fracasan una y otra vez, no acaban de convencerse de que sus fórmulas estatistas no funcionan ni funcionarán jamás. En vez de decidirse a destrabar totalmente y de una vez las fuerzas productivas, mantienen su apuesta por priorizar a las improductivas empresas estatales, a las que ahora enyuntan las mipymes, ese engendro mediatizado y condenado al fracaso desde su misma concepción antinatural.
Los mandamases se enredan y disparatan en sus intentos de implementar un capitalismo de Estado militarista mientras invocan un marxismo mal aprendido y peor aplicado. En las trabas que ponen al emprendimiento privado sin interferencia ni tutela estatal parecen poseídos por el espíritu de Fidel Castro durante la nefasta Ofensiva Revolucionaria de 1968.
Todo quieren resolverlo a base de represión y de implantar controles más férreos. Pero la represión no va a contener la inflación. Por el contrario, la está aumentando al crear más escasez y hacer que los vendedores cobren por el riesgo al que se exponen de ser multados o de que les decomisen las mercancías.
Tampoco lograrán acabar con la corrupción: ni con la de los burócratas de los ministerios ni con la más modesta de los policías que se dejan sobornar a cambio de hacerse de la vista gorda con las ilegalidades ni con la de los encargados de organizar las colas y los empleados y empleadas de las tiendas, para los cuales será necesario un ejército de inspectores que los vigile y evite el trapicheo de lo que roban al Estado.
Los coleros y revendedores no son la causa de la escasez, sino su consecuencia. Tampoco son culpables de la inflación, que fue originada por la Tarea Ordenamiento, un disparate antieconómico implementado en el peor momento posible y del que se sabía que nada bueno se podía derivar.
De nada servirá al régimen la reedición de los métodos bolcheviques del comunismo de guerra. Solo conseguirá hacer mayor aún la miseria de los cubanos y su rechazo a los abusivos mandamases continuistas.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org