En medio de una crisis profunda de secesión de pagos, una economía que conjuga la dolarización de hecho y el Bitcoin como moneda de curso legal, déficit comercial y de cuenta corriente, reservas languidecientes e intereses de la deuda por las nubes, el vicepresidente de El Salvador, Félix Ulloa, ha dicho que “China ha ofrecido comprar toda nuestra deuda (lo más urgente son 670 millones de dólares en bonos con vencimiento el 24 de enero de 2023), pero debemos andar con cuidado. No vamos a vender al primer postor, hay que ver las condiciones”.
Aunque el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, dijo que no estaba al tanto del asunto cuando se le preguntó al respecto, cuando el ‘río suena’ es que algo ocurrió. Y precisamente, está vez no fue con la sigilosa penetración que promueve y pretende de sus partenaires el gigante asiático. Sin embargo, no hubo enojo formal ante semejante furcio: la paciencia confuciana sabrá llevar ‘a buen puerto’ una respuesta a las necesidades de financiamiento salvadoreñas.
Más allá de la puntual dinámica diplomática, este hecho se enmarca en una compleja situación de corto plazo, donde el gobierno salvadoreño se encuentra utilizando las pocas reservas de dólares que le quedan para recomprar su propia deuda. Es que, desde la dolarización de 2001, el país necesita conseguir dólares para proporcionar liquidez a los bancos nacionales, las empresas y los hogares, mantener el gasto público y asegurar las importaciones. Hasta el momento, ni las menguantes exportaciones ni las ingentes remesas (que implican el 20% del PBI) pueden siquiera dar tregua a la escasez de divisas. Por ende, el camino de la política económica tiene un solo destino: recurrir al endeudamiento en los mercados financieros internacionales. Y ya sabemos cómo se termina; solo hay que estudiar un poco de menemismo explícito.
Pero lo expuesto no es lo más grave; como suele ocurrir, la ceguera del presidente Bukele – por acción deliberada, u omisión inepta -, es lo más peligroso para las mayorías empobrecidas que sobreviven bajo una violenta desigualdad.
La decisión de usar el Bitcoin (cuyo precio actual es el más bajo desde noviembre de 2020) como moneda de curso legal desde 2021 – el primer país en el mundo que lo hace -, se encuentra enmarcada en un compromiso de respaldo del Banco de Desarrollo Nacional de convertibilidad inmediata entre el dólar y el Bitcoin a través de la App del gobierno (Chivo), manejada por una empresa privada estadounidense. Todo bajo un marco de absoluta oscuridad; un sálvense quien pueda para mantener ficticiamente a flote al país.
Sin embargo, Bukele insiste en la salvación mesiánica: se atraerá dinero del exterior a través de inversiones y más remesas a través de China, convirtiendo al país en un paraíso fiscal de las criptomonedas. ¿Sabrá que no se pueden pagar importaciones o deuda externa soberana con Bitcoin? Poco le importa al autodenominado ‘CEO’ de El Salvador. Más aún, el marco legal creado permite comprar propiedades con Bitcoin, como así también eludir la ley de prevención del blanqueo de capitales, facilitando el lavado internacional de dinero a través de su reventa y fuga del país en forma de dólares limpios.
Estamos entonces no solo ante un país que no es sustentable en el tiempo, sino que además coquetea con prácticas que están tratando de ser abolidas en las finanzas internacionales. Y ello lejos se encuentra de una moral altruista; más bien es el temor a una nueva ola de inestabilidad y derrumbe sistémico. Y El Salvador, como ‘conejillo de india’ de lo que no se debe hacer, seguramente será uno de los primeros en caer ante un escenario macro global adverso en términos de políticas conservadoras y refugio de valor en activos ‘limpios’.
En este sentido, también desde el exterior ya le han hecho saber los riesgos que se corren, más aún en el contexto actual: el fin de la expansión cuantitativa y las subidas de tipos de interés por parte de la Reserva Federal, harán aún más difícil la financiación en dólares del país. Increíblemente, es algo que Bukele tampoco parece entender, ya que le ha sugerido por Twitter al banco central estadunidense a endurecer su política monetaria.
Pero el FMI ha sido claro y ha instado al Gobierno a abandonar la lógica ‘bitconiana’ si quiere recibir ayuda financiera, ya que considera que “hay grandes riesgos asociados al uso de Bitcoin para la estabilidad e integridad financiera y la protección del consumidor, así como posibles contingencias fiscales negativas”. De hecho, la institución ya le había recomendado a El Salvador no convertir en moneda de curso oficial al Bitcoin. Si el propio FMI lo dice, que de ingenuidad virginal tiene poco y nada, algo tienen que cambiar. Puede no ser exactamente lo que dice el organismo, pero el camino actual lejos se encuentra de un proceso de racionalidad económica en términos de crecimiento y desarrollo armónico.
Por el contrario, lejos de escuchar las recomendaciones del FMI, el gobierno salvadoreño ha decidido ‘poner toda la carne en el asador’, anunciando la creación de ‘Bitcoin City’ como objetivo ulterior. Esta ciudad, libre de impuestos salvo el IVA, se pagará con la emisión de 1.000 millones de dólares en ‘bonos volcán’, los cuales tendrán un vencimiento a 10 años y pagarán un 6,5% de interés anual, muy inferior al interés del resto de bonos ‘normales’ – los cuales llegan a superar el 30% de interés anual -. La mitad de los ingresos de los bonos se utilizarán para comprar Bitcoins, que a su vez quedarán congelados durante cinco años y se venderán para pagar a los tenedores. Además, aquellos inversores que posean 100.000 dólares en ‘bonos volcán’ durante cinco años, obtendrán automáticamente la ciudadanía salvadoreña. En definitiva, un plan que acelerará los mecanismos antes descriptos: endeudarse para comprar más Bitcoins solo va a aumentar el riesgo país, algo que puede traducirse en la imposibilidad de refinanciar y pagar las deudas.
Mientras tanto, los chinos se relamen sabiendo que los salvadoreños se encuentran ‘camino al colapso’. Aquí no hay altruismo; solo poder y recursos – y un acceso al Pacífico desde Centroamérica -. En este sentido, El Salvador está a sus pies: desde hace un par de semanas, las empresas salvadoreñas ya no podrán exportar bajo las preferencias que le concedía el Tratado de Libre Comercio con Taiwán, ya que la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia declaró sin lugar el amparo que había presentado la Asociación Azucarera de El Salvador. Con esta decisión, el país pierde la cuota anual de 80.000 toneladas métricas de azúcar que podía exportar a Taiwán sin el pago de aranceles, lo que representa un 15% de las exportaciones totales de este producto. Pero lo expuesto ya es solo una nimiedad ante el gigante que todo lo devora; por eso no es de extrañar que El Salvador y China ya han comenzado las negociaciones para firmar “lo más pronto posible un tratado de libre comercio”, el cual, según el gobierno centroamericano, “traerá un abanico de oportunidades para las empresas que operen en El Salvador”.
Por supuesto, esta política china con mirada global ha encontrado en el sur continental una presa fácil que desde hace más de un cuarto de siglo la mira con cariño. Más aún, hace pocos días el gobierno argentino logró cierto aire cambiario a partir de la confirmación de la ampliación del swap por 5 mil millones de dólares. Cabe recordar que el esquema del swap consiste en una línea de crédito contingente de disponibilidad; una vez que se activa y se convierte a dólares, comienza el cobro de intereses por el monto utilizado. En este aspecto, un uso directo de la ampliación del swap es el pago de las importaciones provenientes del propio gigante asiático, en un año donde se espera que el déficit comercial bilateral sea de unos 8 mil millones de dólares, lo que podría ser un récord histórico. De cualquier manera, se trata de un refuerzo para las reservas, ya que los dólares que no se utilicen para pagar importaciones de China, quedarán liberados para cualquier otro destino. Y, en el contexto actual, ello es lo más relevante: billetes verdes frescos sin condicionamientos de política económica.
En definitiva, más que teoría de la dependencia versión cepalina, esto es más bien subordinación, lisa y llana, aprovechándose de la impericia de los gobiernos de turno. Como contraparte, realismo puro y duro por parte de China. Y ante esta situación, como ocurre siempre, la única forma de frenar esta dinámica, este círculo vicioso que impide poder dialogar a la par, es solidificando la institucionalidad política y la situación económica-financiera doméstica.
De lo contrario, el aluvión chino – o el estadounidense, quien rija los destinos de la humanidad en las décadas venideras -, nos llevará puestos a quienes no tenemos el ‘don de mando’ en la arena internacional. Es que lo único certero es que nadie va a parar la lógica multipolar de la lucha por el poder y la riqueza por parte de las potencias. Por ende, debemos aprovechar los todavía válidos principios de territorialidad (aunque endebles) que suelen prevalecer en la no inmiscuisión de los terrenales asuntos internos, para construir un muro de capacidades – y valores – que nos permita enfrentar el complejo mundo que se viene. Desde la discutidamente llamada ‘periferia’, pero con independencia política y económica. Y porqué no, parafraseando al general, con un poco de justicia social.
Fuente El Cronista