LAS TUNAS, Cuba. — Paupérrimos, cívica y económicamente, los cubanos despedimos 2022. Fue este un año marcado por la oscuridad. Estas penumbras no fueron sólo debidas a los continuos y prolongados apagones, producidos por el colapso del sistema eléctrico nacional, cuyos orígenes deben buscarse más que en lo técnico en lo político, que es donde residen los males de Cuba, como consecuencia de una administración pública destinada a mantener “la fuerza política dirigente superior de la sociedad y el Estado” en manos del Partido Comunista.
Sin distinción si es un trabajador de la red albañal o juez de un tribunal superior, en cualquier país democrático los empleados públicos tienen razón de ser en la satisfacción de necesidades ciudadanas y no en los recovecos acomodaticios de un partido político; pero no ocurre así en este archipiélago caribeño, símil de un meandro sin fin, donde el Partido Comunista de Cuba (PCC), valiéndose de la llamada “dictadura del proletariado”, simula “trabajar por y para el pueblo” cuando, en realidad, ya demasiados burócratas se han erigido en señores feudales, vividores de las clases menos favorecidas cuando no tuvieron nada más que arrebatar a la sociedad pudiente, arraigándose en el poder desde hace más de 60 años.
En 2022 nos lamentamos porque la llamada “Tarea Ordenamiento” disparó en lo económico una espiral inflacionaria sin precedentes y en lo social desigualdades e injusticias rampantes, con las garras extendidas hacia 2023. Son los mismos abusos denunciados por la literatura clásica marxista en el siglo XIX y que hoy escandalizarían a la opinión pública en cualquier economía de mercado. Así y todo, hoy vemos esas iniquidades en Cuba de la mano del socialismo, pero no podemos decir que provengan del “ordenamiento” ni de la “dualidad monetaria”.
Hoy el castrocomunismo clama para que el poder legislativo de Estados Unidos elimine la ley del embargo, o como ellos la llaman, “bloqueo” destinado a “derrocar la revolución”, lo que no es verdad: el gobierno de Estados Unidos no está interesado en los asuntos internos de Cuba, pero sí está interesado, y mucho, en que el pueblo cubano tenga un gobierno democrático, sin injerencias en los países vecinos, elegido por sí mismo, en elecciones libres, plurales, en los que los poderes legislativos, judiciales y ejecutivos sean independientes, y no supeditados a las férulas de un partido único, el PCC, como monopolio económico y político.
El año 2023 será un año lúgubre para Cuba, pero el pesimismo, la melancolía, la oscuridad socioeconómica y sociopolítica que continuaremos viviendo, por falta de viviendas, de comida, medicinas y, en suma, de libertad, solamente no proviene de 2022, sino de muchos años atrás. Habiendo sido Cuba el mayor productor de caña del mundo, hoy apenas produce azúcar para el autoconsumo nacional y mediante cartilla de racionamiento; igual sucede con los cultivos varios (plátanos, hortalizas, frijoles, papas); el arroz, que es una agroindustria; los frutales, la producción forestal y la ganadería en su conjunto, porque carece de pastos, forrajes, piensos, agua, medicamentos, insecticidas y la infraestructura debida.
Afirmando una utilidad pública incierta, entre 1959 (con la Primera Ley de Reforma Agraria) y 1968 (con la “ofensiva revolucionaria”) el castrocomunismo eliminó la propiedad privada en Cuba. Ahora simula nuevas “formas de propiedad”, teniendo la “empresa estatal socialista” como ente feudal. Mientras Cuba tiene tierras aptas, unas de calidad y otras sujetas a enmiendas de suelo para obtener cosechas suficientes y una producción ganadera y forestal estable, el país no produce lo que consume, debiendo importar miles de millones de dólares en alimentos, dineros que van a manos de agricultores foráneos y no de productores cubanos o extranjeros produciendo en Cuba y capitalizando la tierra cubana.
Si bien a inicios del siglo XX el capital inversionista era mayoritariamente extranjero, es falso que los productores estadounidenses se habían adueñado de la producción azucarera de Cuba. De capital cubano y de escasos inversores extranjeros, era el 63% del azúcar de caña producida; los estadounidenses sólo movían el 37% de la producción nacional, pero hoy la mayoría de esos centrales azucareros no existen o son pura chatarra y los campos de cultivos, maniguales cubiertos de espinas.
Pero sí es cierta, la ayuda prestada por el capital norteamericano en el desarrollo de Cuba; según datos de 1954 del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, las inversiones de los estadounidenses en Cuba en esa época ascendían a 713 millones de dólares, de ellos 272 en agricultura, 27 millones en la industria petrolera, 55 millones en la industria ligera y manufacturera, 303 millones en servicios públicos, en comercio 35 millones y en otras industrias 21 millones, cifras que ya para 1960 habían aumentado a 829 millones de dólares, produciendo no sólo bienes y servicios en suelo cubano, sino también puestos de trabajo bien remunerados.
Y ahora me viene a la memoria —y con esto no quiero negar otras pobrezas— el caso de un trabajador afrodescendiente empleado en Cayo Juan Claro, en Puerto Padre, que, estibando sacos de azúcar y mercancía general en el puerto, había podido reunir efectivo y tener crédito para comprarse un Cadillac convertible nuevo en el que solían pasear las reinas de los carnavales. Pero era aquella una época de trabajo y producción, cuando los americanos venían a invertir en Cuba, mientras que ahora son los cubanos quienes, huyendo del comunismo, van a Estados Unidos, a vivir y a trabajar, buscando claridad en sus vidas oscuras, así de lóbrego es mi país en vísperas de 2023.
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Fuente Cubanet.org