LA HABANA, Cuba. — Si en algo ha sido eficaz el castrismo —o si lo prefieren quienes se empeñan en llamarlo “revolución cubana”— es en crear mitos: la Sierra Maestra, Che Guevara, la amenaza de una agresión norteamericana, la genialidad de Fidel Castro, los más de 600 atentados en su contra, el bloqueo estadounidense culpable de casi todo lo malo que pasa en Cuba, la salud y la educación gratuitas, el pueblo culto e instruido, la sociedad solidaria y justa, etc.
Otro de esos mitos, muy conveniente para atraer turistas extranjeros, es que Cuba es un país tranquilo y seguro, donde se puede andar por la calle sin problema a cualquier hora y por cualquier lugar. Pero ese mito, como casi todos los demás, se está desvaneciendo.
En los últimos años se han hecho muy frecuentes los asaltos en plena vía pública, los arrebatos de celulares, bolsos y mochilas. Hay asaltantes dispuestos a arrancarte lo mismo el brazo que la cabeza por un reloj o una cadena de oro; dispuestos incluso a matarte, porque ha aumentado el número de asesinatos, a veces atroces, para robar.
Hace unos días, en Centro Habana, un cubano residente en España que había venido a Cuba a visitar a su familia fue golpeado en la cabeza, apuñalado y degollado por unos asaltantes que penetraron en su casa. Todo ocurrió en presencia de su esposa y su niña.
En la prensa oficial cubana no hay crónica roja, pero las noticias de estos incidentes corren rápido, se propagan y crean alarma entre la población. De ahí que cada vez haya menos paseantes nocturnos, más casas enrejadas o con altos muros y protegidas por perros grandes y fieros, y la gente lo piense dos veces antes de abrirle la puerta a un desconocido.
La frecuencia con que ocurren estos hechos asombra si se tiene en cuenta que en Cuba está terminantemente prohibida la tenencia de armas, hay Comités de Defensa de la Revolución (CDR) e innumerables chivatos en cada cuadra, se puede ir a la cárcel solo porque el jefe de sector considere que se es proclive al delito, y hay tal cantidad de policías en las calles que semejan un ejército de ocupación.
En el año 2012, según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), Cuba tenía una tasa de cinco homicidios por cada 100 000 habitantes, lo que la colocaba un poco por delante de Estados Unidos, cuya tasa era de 4,8.
Sin duda, hoy, con la crisis en que está sumida Cuba —la peor de su historia— , la tasa de homicidios debe haberse elevado.
Téngase en cuenta lo frustrada, enervada y violenta que está la gente en la Isla. Por un puesto en una cola del mercado, un pisotón en una guagua abarrotada o un pleito entre vecinos están dispuestos a agredirse, armados con lo que encuentren a mano.
A la cosecha de muertos y heridos contribuyen las deudas de dinero que se cobran con la vida; los jóvenes drogados que buscan anotarse hechos de sangre para que se los tengan en cuenta a la hora de jurarse como abakuás, ahora que han cogido la respetable secta fraternal para sus trajines delictivos; los ajustes de cuentas entre pandilleros; las fiestas reguetoneras que casi siempre terminan a machetazos; las broncas entre borrachos; las riñas entre presos.
Y cada vez hay más crímenes pasionales. Los cometen por celos, por despecho, machos tan machos, hembras tan hembras y homosexuales tan homosexuales, que no aceptan que su pareja no es propiedad suya, porque no la compraron en un bazar o un mercado de esclavos, y prefieren repetir en el mejor estilo decimonónico: “Mía(o) o de nadie”.
Pero aunque oficialmente se nieguen a aceptar que existen los feminicidios en Cuba — ¡y de qué manera!— , la mayoría de las víctimas de estos crímenes pasionales son mujeres.
A pesar de los spots televisivos, las campañas de la FMC y el CENESEX y las casas de atención a la familia, la violencia doméstica no disminuye. ¡Qué va a disminuir con el hacinamiento y el agobio en que se vive!
Las parejas se llevan como perro y gato. Muchos hombres descargan sus frustraciones contra sus mujeres, insultándolas y golpeándolas. Pocas mujeres hacen la denuncia, aunque teman por su vida, porque generalmente los policías, si el asunto no es de mucha envergadura, por aquello tan arraigado en Cuba de que “entre marido y mujer nadie se debe meter”, les aconsejan que resuelvan el problema entre ellos, que la PNR tiene otros asuntos más importantes que atender, como pueden ser, por ejemplo, recoger los muertos luego de una riña tumultuaria, proteger a los turistas extranjeros, extorsionar a jineteras y coleros o ayudar a la Seguridad del Estado a reprimir a los disidentes.
Las tasas de homicidio de los informes de la ONUDD no necesariamente indican el nivel general de violencia en un país, pero dan una idea bastante aproximada.
Tal vez a algunos les consuele el hecho de que en el continente americano haya otros países con tasas de homicidio más altas que la de Cuba: Jamaica (40,9), El Salvador (69,2), Honduras (91,6), Colombia (31,4), Venezuela (45,1). Es un pobre consuelo. Que Cuba no sea de los países con más alta tasa de asesinatos en América Latina (la segunda región del mundo en cuanto a homicidios intencionales), no significa que la violencia en la sociedad cubana no sea un fenómeno cada vez más alarmante. Y lo peor: las causas que la motivan, lejos de atenuarse, se agravan.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org