La Habana, Cuba-. Es el tema del momento y lo será por mucho tiempo porque emigrar a los Estados Unidos continuará siendo el sueño de muchos cubanos, sin importar cuánto pueda mejorar la economía de la Isla en los años venideros. Si el problema de fondo —que es esencialmente político— no se resuelve, estaremos durante años hablando, bromeando y hasta maldiciendo de las mil y una manera que nos hemos inventado
para ponernos a buen resguardo del comunismo, pero en la lejanía.
Los caminos de los cubanos han sido diversos: desde el “trapicheo” de visas en los consulados —donde el de México quizás sea el paradigma de la corrupción— hasta tomar el camino más largo por Rusia y cruzar por el inhóspito estrecho de Bering; desde robar una avioneta de fumigación o encerrarse en las bodegas o el tren de aterrizaje de una aeronave hasta lanzarse al mar en una tabla de surf. Y entre tales artimañas, no hay que olvidar el “jinetear un yuma”; “desertar” de una misión médica, comercial o diplomática después de fingir “probada” lealtad política. También es usual inventarse un increíble “miedo creíble” y, por supuesto, el “cambalache” de pasajes a una Nicaragua que solo fue abierta al libre visado cuando nuestra olla de presión estuvo a punto de explotar.
Pero en el meollo de todos esos “procesos migratorios” siempre han estado, de manera obligada, las figuras de esos “intermediarios imprescindibles” —bajo la figura de revendedores, estafadores, funcionarios corruptos, abogados, socios, facilitadores, traficantes, guías y coyotes— a los que en estos días se viene a sumar la figura del “patrocinador”, palabra que estaremos oyendo hasta aburrirnos porque es eso lo que
toca, de manera irrenunciable, si en la escapada persistimos en tomar rumbo al Norte.
De modo que si, hasta los minutos previos al anuncio de Biden, solo escuchábamos de volcanes, selvas, desiertos y coyotes, después de cerradas las fronteras e implementadas las nuevas medidas que intentan eliminar el flujo irregular de migrantes, hoy es diferente. No habrá otra palabra que “enamore” o “desilusione” más a un cubano o a una cubana que esa que, en las horas posteriores al cubetazo de agua helada que nos echaron encima, ha comenzado a ser carne de memes y demás publicaciones en las redes sociales.
“Tener un patrocinador es el único modo de ser libre”, parodiaba alguien la famosa frase de José Martí. “Madre es cualquiera, patrocinador es uno solo”, es otra muy graciosa que he leído también.
“Se busca patrocinador”, han publicado algunos solo a modo de chiste, porque en realidad la posibilidad de encontrar uno no es nada chistosa, mucho menos para quienes acepten el “reto” de “adoptar a un cubano” y “salvarle la vida”. Porque en estos términos —con el que algunos nos han hecho reír en medio de tanta tristeza— es que se interpreta la nueva vía para obtener el dichoso “parole”.
¿Pero, conociendo la responsabilidad que adquiere el “patrocinador”, cuántos estarán dispuestos a jugar esa riesgosa carta de convertirse en uno, incluso para beneficio de algún familiar cercano? No creo que abunden los valientes. Una cosa es enviar cien dólares como remesa regularmente y otra muy diferente es cargar a la espalda durante dos años el maletín ajeno.
A partir de ahora habrá que estar al tanto de las estadísticas para conocer si la estrategia será fructífera pero no es difícil adivinar que está hecha no solo para separar la paja del grano; sino para que cuando esta semilla selecta logre pasar el tamiz de las investigaciones y el papeleo, sea una especie de “producto gourmet”. Es decir, un “emigrante de lujo”, porque así como el que no tiene padrino no se bautizará, el que no
tenga patrocinador jamás aterrizará en Miami.
Lamentablemente a una mayoría de cubanos el “sueño americano” se les transformó en pesadilla, así como a unos pocos, gracias precisamente al mecanismo del “patrocinador”, se les hará más “dulce” y alcanzable, más real. Pero eso no quiere decir que todo acabó para los “despatrocinados”. No solo porque los más desesperados por tal de salir de la Isla-prisión se largarán a donde sea, sino porque, aunque lo han
puesto bien difícil, algo se inventará por el camino.
En ese sentido también los memes y publicaciones en redes sociales van presagiando las formas que pudiera adquirir el codiciado “patrocinio”. Solo hay que darle tiempo al tiempo para que el astuto anide en las grietas del nuevo procedimiento. Nada es infalible.
Lo cierto es que, además del dólar que rige nuestras vidas condenadas por la poco útil moneda nacional, de las remesas que marcan la diferencia entre barrigas llenas y vacías, de las desventajas discriminatorias de un carnet de identidad frente a un pasaporte extranjero, ahora nos llega este otro “privilegio” de contar con un
patrocinador para recordarnos que en Cuba cada día se hace más difícil dejar de ser ciudadanos de segunda clase.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org