Por Nicolás Artusi
El tal Alex usaba algunas de las palabras que sabía para hacer bromas a las personas que lo rodeaban y para influir en su ánimo o comportamiento; podía contar objetos y separarlos en categorías; en total, conocía más de cien expresiones. El tal Alex era un loro gris africano. Y es uno de los protagonistas de Animales habladores, el ensayo de la filósofa holandesa Eva Meijer que acaba de publicarse acá y que recopila las últimas evidencias científicas para demostrar que los animales se comunican entre ellos. Es una prueba también de la emergencia de una disciplina muy actual: la etología, o el estudio científico de la conducta animal, en una época en que tratamos a los pichichos como infantes.
“Claro que hablan”, afirma Meijer: “El problema es que no los escuchamos”. El libro es fascinante porque los ejemplos (los cantos de algunos pájaros tienen estructuras gramaticales) confirman aquello que el afán humano siempre negó: la inteligencia animal existe. Es cierto: somos la raza superior de la naturaleza si medimos la capacidad para resolver problemas matemáticos y construir cosas (o hacer daño); pero si medimos el olfato perdemos contra los perros y si medimos la consciencia espacial nos ganan las palomas. “La inteligencia animal se mide desde hace mucho en función de la inteligencia humana”, relativiza Meijer y aclara que ese es un concepto viejo: ahora, la inteligencia biológica se interpreta como la facultad de afrontar los desafíos propios de cada especie. Hace años que leo todo lo que llega a mis manos sobre el umwelt, el término creado por el biólogo alemán Jakob von Uexküll para definir el “automundo” de los animales: es inevitable concluir que cada vez que mi galga Fika huele el culo del caniche vecino Wilson y después le hociquea la trompa, justo antes de que él haga lo mismo con ella, en un minué repetido e invariable, se están diciendo algo.
Aun a riesgo de caer en el antropomorfismo, Meijer actualiza lo que sabemos de los animales: “Sus lenguajes también cuentan con estructuras complejas, pueden ser simbólicos y abstractos y referirse a situaciones del pasado, del futuro o bien fuera del alcance de los animales en algún otro sentido”. No intente interpretar ese barritar de los elefantes: en algún aspecto son más inteligentes que usted; tanto, que tienen una palabra propia para definir al ser humano y significa “peligro”.
LISTAMANÍA
Cinco ejemplos de lenguaje complejo entre animales
- Chimpancés. Los más parecidos a nosotros: se reconocen en el espejo y son capaces de aprender cientos de vocablos para expresar ideas o emociones.
- Loros. A través de la imitación, llegan a conocer hasta 150 palabras y pueden describir unos 50 objetos, así como hacer bromas o responder preguntas.
- Perros de las praderas. Tienen códigos vocales para describir a los intrusos con detalles muy precisos, como el tamaño, la forma o hasta el color de su ropa.
- Delfines. Entre los más inteligentes, emiten sonidos similares a los humanos y tonos muy complejos que están fuera de nuestro alcance auditivo.
- Elefantes. La especie que puede pronunciar palabras humanas: en 1977, el elefante asiático Batyr logró desarrollar un vocabulario de veinte frases.
Fuente La Nacion