LA HABANA, Cuba. — El 16 de febrero de 1959, Fidel Castro asumió el cargo de primer ministro en sustitución de José Miró Cardona, quien había renunciado por desavenencias con el presidente Manuel Urrutia. Hasta ese momento, Castro —que 38 días antes había entrado en La Habana al frente del ejército guerrillero que derrocó al régimen de Batista— había dicho que no quería integrar el gobierno, sino fiscalizarlo en su condición de jefe de la Revolución, sin estar obligado a participar en actos oficiales.
Mostrándose reluctante y como si estuviera haciendo un gran sacrificio, la condición que impuso Fidel Castro para aceptar el cargo que le conferiría las facultades de jefe de gobierno fue seguir vistiendo el uniforme verde olivo y que le permitieran tener el control directo de la política general. Para ello, hubo que modificar el artículo 146 de la Ley Fundamental con la que el nuevo régimen sustituyó a la Constitución de 1940, que no fue restaurada como había prometido Castro durante la insurrección.
Luego de la modificación, el artículo 146 establecía: “Corresponderá al primer ministro dirigir la política general del gobierno, despachar con el presidente de la república los asuntos administrativos, y acompañado de los ministros, los propios de los respectivos departamentos”.
En el discurso durante la toma de posesión como primer ministro, Fidel Castro dijo: “Estaré aquí mientras cuente con la confianza del presidente de la república y mientras cuente con las facultades necesarias para asumir la responsabilidad de la tarea que se me ha impuesto. Estaré aquí mientras la máxima autoridad de la República —que es el presidente— lo estime pertinente o mi conciencia me diga que no soy útil. Está de más reafirmar mi respeto por la jerarquía, mi ausencia de ambiciones personales, mi lealtad a los principios, mi firme y profunda convicción democrática”.
Pero cuatro meses después Fidel Castro haría una de sus más pérfidas jugadas. En la mañana del 17 de julio de 1959, el periódico Revolución, órgano del M-26-7, anunciaba en primera plana, con letras negras de cinco y media pulgadas que Castro renunciaba al cargo de primer ministro y adelantaba que en unas horas, en comparecencia televisiva, este explicaría los motivos de su decisión.
Esa noche, ante las cámaras de la CMQ, Fidel Castro dijo que su renuncia se debía a la imposibilidad de seguir ejerciendo el cargo debido a las dificultades con el presidente Urrutia. Esas dificultades a las que se refería Castro eran las denuncias del entonces mandatario contra la creciente infiltración comunista en el gobierno.
Fidel Castro, que había negado reiteradamente que fuera comunista, dijo sobre la actitud de Urrutia: “Estar promoviendo el fantasma del comunismo sin razón ni justificación alguna es estar promoviendo la agresión extranjera contra nuestro país”.
Haciendo derroche de histrionismo e hipocresía, soltó la siguiente parrafada para justificar su renuncia: “Quiero que el pueblo razone y me diga si en mi condición de primer ministro, sin renunciar, yo podía venir a hacer esta declaración aquí. Quiero que el pueblo me diga, honradamente, si creía que fuese el procedimiento correcto, después que todo esto se está tramando, después de las angustias que ha estado viviendo el país, de las campañas de calumnias, presentar una acusación que trajese como consecuencia la destitución del señor presidente, y que me presentasen a mí ante el mundo entero como un caudillo clásico quitando y poniendo presidentes de la república; que me diga si tenía otro procedimiento sino el procedimiento de renunciar para poder expresar al pueblo estos hechos”.
Fidel Castro sabía que teniendo de parte suya un abrumador y vocinglero apoyo popular y el mando de todas las fuerzas militares, a Urrutia no le quedaría otra alternativa que renunciar a la presidencia. Y efectivamente, antes de que terminara la comparecencia televisiva de Castro, se anunció la renuncia de Urrutia. Fue un golpe de Estado televisado.
Un par de horas después el Consejo de Ministros anunció que el nuevo presidente sería el abogado Osvaldo Dorticós Torrado.
Pero la payasada no había terminado. El nuevo presidente no aceptó la renuncia de Fidel Castro y el Consejo de Ministros le imploró que se mantuviera al frente de la jefatura del gobierno. No obstante, el Comandante se hizo de rogar durante nueve días, en los que, entre otras cosas, participó en un juego de pelota entre los equipos del Ejército Rebelde y de la Policía Militar y dirigió un simulacro de batalla naval en el Malecón habanero que consistió en el hundimiento de dos destartaladas embarcaciones y en el que poco faltó para que se estrellara un avión que rozó el mar con sus hélices.
No fue hasta el 26 de julio, durante una multitudinaria concentración en la Plaza Cívica, rebautizada Plaza de la Revolución, que Fidel Castro aceptó seguir al frente del gobierno para, según dijo, “obedecer la voluntad popular”.
Dorticós sería un peón, una figura decorativa hasta 1976, cuando, tras la institucionalización, Fidel Castro pasó a ocupar la presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros. Tan dócil e insignificante fue Dorticós que lo apodaron el Compañero Cuchara, por aquello de que no cortaba ni pinchaba. Con la salud quebrantada, en medio de una crisis depresiva, se suicidó en 1983.
Fuente Cubanet.org