LA HABANA, Cuba. – Apenas ha terminado el segundo mes de 2023 y ya el año se va pareciendo, e incluso superando, al 2022 en términos de “mala suerte”. La explosión en el Hotel Caribbean y el incendio que provocó el apagón de la mitad oriental de la Isla, aún con “menor intensidad” pero con similar y sospechosa “accidentalidad”, nos advierten de que la “mala racha” aún la llevamos enganchada en las ropas porque, evidentemente, no hemos sabido despojarnos de ella como debiera ser.
Aunque carece de “objetividad” y está muy distante del verdadero periodismo acudir a lo sobrenatural como explicación, demasiadas “similitudes” y sobrados “misterios” hacen muy fácil que se nos ponga la piel de gallina, más cuando en las bases de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, está ese componente mágico que nos obliga a pensar en términos de malas y buenas “vibras”, de “aché”, “iré” y “osogbo”.
Y si, por una parte, a nuestras supersticiones contribuye esa “media lengua” que hablan la prensa oficial y el propio régimen en sus “notas informativas” —donde el secretismo abre las puertas a rumores y especulaciones—, por la otra, es imposible dejar de prestar oídos a esa sabiduría ancestral que al menos intenta una explicación y hasta una solución a nuestros desconciertos.
Pero el asunto es que, cuando se suponía todo “controlado” en cuestiones de “escapes de gas”, sucede la segunda explosión en un hotel, en el mismo “circuito de lujo” que atraviesa el Paseo del Prado casi hasta la calle Monte, y aún nadie se pronuncia de manera concluyente, con precisión en los detalles, sobre las causas de la primera, en el Hotel Saratoga.
Y precisamente porque la prensa oficial, instruida por el régimen, insiste en que son “casualidades”, son estas las que hacen que algunos cubanos y cubanas se convenzan de que las tragedias nos acechan como castigo divino.
Por estos días he escuchado en la calle y hasta entre mis amistades que creía menos “supersticiosas”, decenas de interpretaciones mágicas sobre por qué, como si estuviéramos atrapados en un bucle de jettatura, se reiteran estas “señales” y “desgracias” y sobre cuál sería la verdadera fuente de tanta miseria.
Desde prendas y ofrendas sustraídas de África, cuando la guerra de Angola, sin los rituales debidos y que ahora reclaman su retorno, hasta teorías de locos fanáticos del castrismo que, decepcionados y afectados mentalmente por el “continuismo” de Miguel Díaz-Canel, atribuyen al “espíritu molesto” de Fidel Castro esta especie de “juicio final marxista-leninista” que son los demasiados “accidentes”, explosiones y meteduras de pata, incluido el fracaso del “ordenamiento” económico.
Cosas así se dicen por ahí en este país demencial, al punto de que comienzan a surgir como especie de leyendas urbanas sobre edificios y objetos en particular. Y si ya había escuchado algunas como, por ejemplo, sobre los “milagros revolucionarios” de la piedra en el cementerio de Santa Ifigenia, hay otras sobre la llamada Torre K (la que habría de convertirse en breve en el hotel más alto de Cuba, en plena avenida 23, en el Vedado) de las cuales apenas me enteré a raíz de estos últimos “incidentes accidentales”.
Y es que algunas personas han comenzado a encontrar relaciones “mágicas” (y no reales) entre el crecimiento acelerado de la también llamada “Torre López-Calleja” y la continua depauperación de los edificios de su entorno, incluido el Hotel Habana Libre.
“Por cada ventana que ponen se cae otra en el Habana Libre, por cada piso que construyen se clausura otro en el Habana Libre”, me dice un vecino de las inmediaciones, que además relaciona el avance del rascacielos de GAESA con el retroceso de toda la ciudad.
“Es como si absorbiera las energías de La Habana, como si ese edificio estuviera secando a los demás. Fíjate que todo se destruye y solo él reluce entre tanta pobreza”, se lamenta este señor y al mismo tiempo se pregunta de qué serviría una estructura de ese tamaño cuando ya no llegan turistas y se sobran las habitaciones en los viejos hoteles hoy vacíos.
“Desde que comenzaron ese hotel todo ha ido para atrás y para atrás”, comenta una señora que incluso se hace la cruz en el pecho y reza algo bajito cuando lo mira unos segundos y rápido aparta la mirada como si de “cosas del diablo” se tratara.
“Es algo diabólico. Fíjate cómo todo se ha puesto gris alrededor. Cuando se va la luz de noche es lo único que brilla en medio de la oscuridad. Da escalofríos”, dice la mujer, que tras su explicación “mágica” quizás inconscientemente evade señalar las verdaderas relaciones entre el empecinamiento del régimen por una construcción a la que apuesta todos los recursos y el abandono del entorno que conlleva más los efectos negativos para la economía, incluidas las carencias materiales que padecen los cubanos y cubanas de a pie.
Acepto como algo “curioso” las razones que puedan tener quienes dicen ver “señales divinas” en donde están a la luz las verdaderas causas por las cuales brilla en oro la cúpula del Capitolio y, a solo unos metros, languidece por orines, destrucciones y podredumbre las calles en donde vive y transita la gente de a pie, pero es evidente lo que está ocurriendo en Cuba, y ese mal no radica exclusivamente ni en la “mala suerte” ni en la mediocridad, excesos y ambiciones de una élite militar que ha secuestrado el poder.
El mal está y continuará estando en la inmovilidad, el servilismo, la complicidad de quienes no hacemos nada para cambiar las cosas, con lo cual nos mantenemos en esta maldita relación en la cual recogemos lo que sembramos.
Pero así de enajenados andan algunos por acá, por tal de no darse en las narices con la verdad dura y sin vestidura, en tanto es mejor que los den por locos que por “enemigos”. A fin de cuentas solo a los últimos se los silencia, encierra y castiga, mientras los primeros, a falta de recursos en el manicomio (porque se necesitan para levantar un nuevo hotel), se los deja sueltos en las calles.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org