LA HABANA, Cuba. – Enormes estatuas de Jesús de Nazaret abundan por todo el mundo, casi todas construidas sobre grandes elevaciones para resaltar la fe del hombre por el Hijo de Dios. La más icónica de todas está en Río de Janeiro, Brasil. Otras, no menos famosas, son las de Lisboa (Portugal) o Manado (Indonesia). En la Isla, como saben todos los cubanos, también existe una.
El Cristo Redentor de La Habana se erige sobre una de las colinas del ultramarino poblado de Casa Blanca, tras las vetustas fortalezas de los Tres Reyes del Morro y San Carlos de la Cabaña, por el lado este de la entrada a la rada capitalina. Se trata de una mole de 20 metros de alto (sobre una base de tres) y aproximadamente 320 toneladas de peso.
La majestuosa estatua se levanta 51 metros por encima del nivel del mar, orientada hacia la ciudad como si velara por la tranquilidad de la cosmopolita urbe. Con un brazo extendido y otro sobre el corazón, el Cristo de los cubanos parece bendecir a todos a su paso.
Una promesa de la primera dama
El máster en Historia de Cuba, pedagogo y museólogo Andrés Pérez San Martín, de 79 años, explicó en entrevista con CubaNet que fueron las conspiraciones políticas de la época quienes conllevaron a la edificación de la colosal estatua.
“El proyecto nació en 1957, a raíz del asalto al Palacio Presidencial perpetrado el 13 de marzo de ese año con la intención de asesinar a Fulgencio Batista y tomar el control de la nación”, cuenta Pérez San Martín.
En aquel entonces ―abunda el especialista en historia― Marta Fernández Miranda de Batista, la esposa del dictador, pidió a Dios que intercediera por la vida del gobernante, bajo la promesa de construir una imagen de Jesucristo que se pudiera observar desde casi toda La Habana.
Finalmente, Batista sobrevivió y la primera dama se dispuso a cumplir la promesa. Para ello convocó a un concurso titulado “El Cristo de La Habana”, en el cual se pedía a artistas cubanos presentar sus diseños de la estatua. Como incentivo, el ganador recibiría un sustancioso premio de 200 000 pesos.
“Hubo una recaudación popular para financiar ese proyecto, que en definitiva fue entregado a la escultora Jilma Madera”, dijo Pérez San Martín. La propuesta ganadora, hecha de yeso, mostraba un hombre corpulento, de semblante acriollado, con ojos abiertos y vacíos que daban la sensación de mirar hacia todos lados.
De acuerdo con Pérez San Martín, el jurado pretendía que El Cristo habanero superara en altura al de Río de Janeiro. Sin embargo, la versión cubana quedó 10 metros por debajo de la del cerro carioca de Corcovado, aunque su protuberancia y belleza también trascendió al mundo.
La última gran obra de la República
En la estructura se emplearon 67 piezas de mármol blanco, extraídas de las canteras de los Alpes Apuanos en Carrara, Italia, y bendecidas por el papa Pío XII antes de ser enviadas a Cuba. La estatua comenzó a construirse en septiembre de 1957.
Con el apoyo de hasta 17 trabajadores, más de un año tardó Jilma Madera en esculpir y llevar a su lugar cada una de las partes. La inauguración ocurrió el 24 de diciembre de 1958, a propósito de las fiestas de Navidad, un día antes de las llamadas Pascuas Sangrientas y una semana antes de que Batista abandonara el país.
El dictador “se había mostrado entusiasta, pero muy posiblemente no tenía más interés que el de atraer simpatías y lavar su imagen política. Incluso, se cuenta que mantenía serias desavenencias con el cardenal Manuel Arteaga Betancourt, quien ofició la inauguración de El Cristo de La Habana”, rememora Pérez San Martín.
A pesar del clima y la desidia, El Cristo sigue de pie
El Cristo Redentor de La Habana fue la última gran obra pública entregada por la República, pero su relevancia fue relegada por ser incompatible con los dogmas del régimen ateo instaurado en 1959 por Fidel Castro.
La propia Jilma Madera, quien vestida de verde olivo llegó hasta el pie de la estatua para fotografiarse junto a Castro y varios de sus guerrilleros, para enmarcar la grandeza de la imagen años más tarde expresaría que “pudo resistir al paso del tiempo y la corrosiva desidia del régimen”.
En poco tiempo la estatua quedó atrapada por el abandono, la apatía por la religión y la negligencia del autodenominado gobierno revolucionario, que muy pronto comenzó a perseguir y denigrar a los creyentes, pretendiendo sustituir cualquier manifestación de fe por la ideología comunista.
A pesar de contar con una ubicación privilegiada, la desatención de los alrededores hizo que la hierba y los arbustos crecieran entorpeciendo la visibilidad de la imagen desde la ciudad. Del mismo modo, durante más de 30 años la zona fue incluida en terrenos militares y, en consecuencia, su acceso restringido.
A la vez, las inclemencias del tiempo también pusieron a prueba la consistencia de la representación divina. En tres oportunidades (1961, 1962 y 1986) la escultura fue alcanzada por rayos que generaron daños en la estructura de su cabeza, hasta que, a principios de los años 90, finalmente fue protegida con un pararrayos.
En 1996, cuando la Isla comenzó la apertura al turismo, de cierto modo también inició un relajamiento en la postura del régimen hacia la religión. Fue entonces que El Cristo Redentor de La Habana, progresivamente, volvió a recibir público y mantenimiento. Aun así, no fue hasta el 6 de noviembre de 2017 que lo declararon Monumento Nacional.
En la actualidad, a diario decenas de personas acuden a su encuentro, algunos atraídos por la fe y otros movidos por el deseo de conocer la majestuosa estatua y su historia.
Fuente Cubanet.org