En las dos primeras entradas de esta trilogía hablé sobre la importancia crucial de los chips en la economía mundial y cómo la disputa sobre el control de su fabricación había llevado a una inusitada confrontación comercial entre Estados Unidos y China. Hoy completo mi exposición con unos breves apuntes sobre el futuro de esta industria en Europa y España, así como nuestras posibles respuestas en materia de política económica.
Europa entró con retraso en la industria de los semiconductores. Paradójicamente, buena parte de la ciencia básica detrás de los chips se desarrolló en Europa entre el siglo XIX y la primera mitad del XX (aunque, como en otras áreas del conocimiento, España no aportó nada relevante a la materia). Sin embargo, fueron los estadounidenses Jack Kilby y Robert Noyce los que, de 1958 a 1960, quienes diseñaron por separado un circuito integrado moderno, compaginando muchas ideas que flotaban en aquel momento en la academia y en la industria. Casi más importante que este avance, fue que las instituciones en Estados Unidos facilitaban el florecimiento de una poderosa industria de los semiconductores, con suficiente financiación y potencial de crecimiento. En esta industria la clave no reside en fabricar unas pocas unidades de un chip a un precio elevadísimo y para uso exclusivo de unos pocos, sino en la producción de millones de unidades a precios razonables para el consumidor medio. Estados Unidos, por una serie de razones que he expuesto en otras entradas, reunía esas instituciones mejor que otras economías.
Europa, con la excepción parcial de algunas economías del norte (Reino Unido o Países Bajos), ha tenido muchas más dificultades con sus industrias de alta tecnología desde 1945. Mientras que en algunos sectores de tecnología media-alta (automóviles o aviación) los países europeos son capaces de mantener empresas líderes, las compañías continentales se atragantan con áreas más punteras como los semiconductores, softwares o, ahora, la inteligencia artificial. Algunos ejemplos de éxito, como ASML, son solo honrosas excepciones a innumerables fracasos.
En la industria de los semiconductores, Europa apostó desde el principio por una política basada en dos pilares: el proteccionismo (frente a las importaciones) y la inversión directa (estatal o “indicada”). Con respecto al proteccionismo, la por aquel entonces Comunidad Económica Europa impuso un arancel del 17% (muy alto en términos relativos) a la importación de semiconductores. Este arancel sobrevivió tanto a las rondas Kennedy como a las de Tokio de liberalización comercial. El arancel, además, fue reforzado por mil trabas burocráticas y otras barreras no arancelarias en las que los franceses han sido siempre expertos mundiales. Una historia famosa de la habilidad francesa para hacerle la vida imposible a sus competidores es cuando, en 1982, se obligó a que todos los reproductores de video que llegaban desde Japón tuviesen que pasar aduana en una pequeña oficina de Poitiers, donde solo trabajaban dos funcionarios, que inspeccionaban cada reproductor de manera individual para comprobar que sus números de serie eran los correctos.
Con respecto a las inversiones, Europa invirtió grandes cantidades de ayudas públicas directas e indirectas. Además, por medio de reglas de origen -por ejemplo, en muchos países solo se podía licitar en un contrato público para la compra de chips si los semiconductores eran de origen europeo-, se forzó a que muchas empresas de Estados Unidos y luego de Japón abriesen fábricas en Europa.
Esta doble política, como decía Simón Bolívar, fue arar en el mar. Uno puede proteger a su industria de manera indiscriminada y otorgarle todas las ayudas del mundo, que, si las condiciones necesarias para su crecimiento no existen, jamás darán fruto alguno.
Con el ejemplo europeo, uno puede preguntarse cómo apareció la industria de los semiconductores en Asia. En realidad, fue consecuencia de la confluencia de muchos factores. El primero, ya señalado, fue que las empresas de Estados Unidos montaron numerosas fabricas para aprovechar los bajos costes laborales de la región. En esas fábricas aprendieron el oficio dos generaciones de directivos locales que luego se mudaron a empresas nacionales, llevándose consigo el conocimiento puntero de la industria.
El segundo factor fue tener una fuerza de trabajo muy bien educada, enormemente disciplinada en seguir las reglas de fabricación (algo clave con los chips, donde una mota de polvo te arruina un lote completo de semiconductores) y con una gran dedicación. Como comentaba Morris Chang, el fundador de TSMC, si una máquina se rompía a las tres de la noche en Texas (donde operaba su antigua compañía), el ingeniero no aparecía hasta las nueve de la mañana. En Taiwán el ingeniero estaba ahí a las cuatro y evitaba perder una noche de producción. Es perfectamente legítimo preferir vivir en un país donde la norma social (o de legislación laboral) suponga que el ingeniero no esté obligado a ir a las cuatro de la mañana a arreglar una máquina. De hecho, yo apoyo esa norma porque me parece que una vida familiar equilibrada y sana es clave para la salud de una sociedad en el largo plazo. Pero uno no puede asombrarse de que las empresas en los países donde el ingeniero sí tiene que ir a esas horas intempestivas sean capaces de ganar más cuota de mercado.
El tercer factor fue tener modelos de negocio innovadores. El caso más claro de nuevo es el de TSMC. Morris Chang apostó por el modelo de fundición. Chang decidió que TSMC no diseñaría sus propios chips, sino que se limitaría a fabricar los chips encargados por otras compañías. Esto tenía dos ventajas tremendas. La primera ventaja era que TSMC podía concentrar todo su esfuerzo en mejorar la fabricación de chips, prestando atención hasta al más mínimo detalle, en vez de distraerse haciendo muchas otras cosas. La segunda ventaja era que las terceras empresas que contrataban a TSMC para la fabricación de sus chips no tenían miedo a que esta les fuera a “robar” ideas de sus diseños. A TSMC el diseño no le importaba. En comparación, cuanto Intel intentó este modelo de fundición, otras compañías desconfiaron de encargar nada a la compañía norteamericana, no fuera que “aprendiese” de sus diseños mientras fabricaba estos chips.
El cuarto factor, más controvertido, es la política industrial del gobierno de Taiwán apoyando financieramente a TSMC. ¿Sirve dar subvenciones a las empresas y otras ayudas, como aranceles proteccionistas para que se desarrolle una industria? Los economistas llevan discutiendo desde hace más de 250 años si estas políticas industriales funcionan.
Esta pregunta es extraordinariamente compleja de responder por varios motivos. El primero es que el éxito o fracaso de una empresa depende, potencialmente, de muchísimas razones. Puede darse el caso de que subvencionar a una empresa sea una buena idea en principio, pero que la empresa sea víctima, al poco tiempo, de una guerra comercial que ella no ha causado. Al revés, una empresa puede triunfar después de haber recibido una subvención, pero que hubiese triunfado de todas maneras sin la misma. Una comparación es la siguiente: ni todos los que fuman se mueren de cáncer de pulmón, ni todos los que se mueren de cáncer de pulmón han sido fumadores. Existen muchos otros factores (genéticos, ambientales…) que determinan el cáncer y que no hemos alcanzado a entender todavía.
¿Cómo colegimos que fumar incrementa dramáticamente el riesgo de cáncer de pulmón? A través de la observación de miles de fumadores (“grupo de tratamiento”) y miles de no fumadores (“grupo de control”) y comprobando que, efectivamente, la incidencia del cáncer de pulmón en el grupo de tratamiento es mucho mayor que en el de control. Cambiemos ahora el “tratamiento” de fumar a recibir una subvención y el “control” a no recibirla y estudiemos a miles y miles de empresas en cada situación.*
¿Qué es lo que vemos? Que en general no hay evidencia de que la política industrial ayude. Recientemente Lee Branstetter, Guangwei Li y Mengjia Ren han estudiado todas las empresas cotizadas en las bolsas de Shanghái y Shenzhen de 2007 a 2018 (excepto los bancos, que presentan dificultados contables que no vienen aquí a cuento). Su conclusión es clara: las subvenciones no parecen tener efecto alguno sobre la productividad o el crecimiento de las empresas. En otras palabras, los miles y miles de millones que China se gasta en política industrial en las últimas décadas no sirven para mucho más que para dar excusas a miles de “expertos” en Occidente para que escriban artículos animándonos a saltar al carro de estas políticas.
La razón del fracaso de la política industrial es sencilla. En general los gobiernos son bastante malos “seleccionando ganadores” y en convencer a que las empresas más productivas entren en un sector. Myrto Kalouptsidi, Nahim Bin Zahur y Panle Jia Barwick han documentado cómo las políticas industriales chinas en sectores como la construcción naval han seleccionado a empresas poco eficientes y costado mucho más dinero de lo que hubiera merecido la pena. A fin de cuentas, si una empresa tiene un buen modelo de negocio, en una economía avanzada, lo más normal es que encuentre financiación privada.**
El único caso bien documentado donde la política industrial parece haber tenido éxito es en Corea del Sur. Hace ya 12 años escribí este artículo al respecto. Estas ideas quedan corroboradas de manera más rigurosa en este artículo. Como concluía en aquel entonces:
Mi lectura de la evidencia es que, si uno tiene un cuerpo de políticos y funcionarios muy motivados por un sentido nacionalista (tener un enemigo comunista al otro lado de la frontera que te va a invadir y fusilar si no te modernizas y logras legitimidad con tus ciudadanos ayuda un porrón a esta motivación), relativamente honestos, con ideas claras y que entienden que la política industrial tiene que aprovechar las ventajas de la economía mundial globalizada (como Posco exportando como posesos a Japón y EEUU por aquello de que Corea era un aliado en la guerra fría), y sin grupos de presión internos particularmente poderosos (bancos, sindicatos, etc.) que te hagan distraerte y extraer rentas, esto puede funcionar.
El apoyo de Taiwán a TSMC probablemente haya cumplido con estos requisitos: funcionarios honestos, muy motivados, preocupados por los enemigos externos e internos, con las ideas claras y libres de grupos de presión.
La otra cara de esta moneda es que, cuando estas condiciones no se cumplen, la política industrial no funciona. En China, los funcionarios ni son honestos ni tienen las ideas claras (lo de la burocracia omnisciente china es un mito occidental sobre el que escribiré uno de estos días) y, en consecuencia, el país ha crecido “a pesar de” y “no gracias a” su política industrial.
¿Estamos en Europa y en España en la situación de Corea del Sur y Taiwán o en la de China? Todo lo que observo me dice que nos parecemos más a China: la política industrial, en este caso de apoyo a los chips, va a fracasar porque su implementación va a quedar a merced del viento político de cada temporada política y cautiva de los grupos de presión. Incluso en Estados Unidos, la política industrial de Biden ha quedado maniatada por disposiciones sobre si las nuevas fábricas de semiconductores tienen o no que ofrecer guarderías a sus empleados. Llevo viviendo suficientes años en Estados Unidos para haber comprobado cómo todas estas legislaciones adornadas, como las bolas de un árbol de Navidad, de cada una de las medidas populares de moda terminan solo sirviendo para tirar el dinero. La política de Estados Unidos va a funcionar más por lo que le pueden negar a China (los componentes básicos para fabricar chips), que por los incentivos fiscales a producir en Estados Unidos.
Y mí predicción sobre el probable fracaso europeo en este campo no es aventurada: como señalaba al principio de esta entrada, Europa ya intentó durante décadas introducir medidas de política industrial con los chips. Y quien dice políticas industriales para semiconductores, dice muchísimas otras políticas industriales implementadas durante décadas.*** ¿Por qué lo que no funcionó en 1975 va a funcionar ahora? Estamos cayendo en la trampa de siempre: olvidarnos del pasado (¿cuántos políticos conoce usted en Europa que sepan de la historia económica de la industria de los semiconductores?) para promover medidas que simplemente suenan realmente bien en el telediario de las nueve (“el PERTE de los Chips”) y que son fácilmente manipulables por intereses privados.
En resumen, mi visión sobre la situación de Europa y España en esta guerra de los chips es pesimista:
- Es muy difícil tener una política industrial que funcione. Uno necesita de un conjunto de condiciones muy restrictivo.
- Las condiciones para que esta política industrial funcione no se dan en Europa y muchísimo menos en España. Si durante la pandemia no éramos ni capaces de tener estadísticas de covid bien elaboradas, como sí las tenían todos los demás países avanzados, ¿cómo vamos a ser capaces de tener una buena política industrial que es mucho más compleja?
- Europa tiene una larguísima historia de fracaso en sus políticas industriales. Solo hace falta mirar los resultados de iniciativas, no estrictamente de política industrial pero similares, como la Estrategia de Lisboa o de Europa 2020 para comprobar que vamos de mal en peor.
¿Qué podemos hacer entonces en Europa en general y en España más en concreto? Muchas cosas, pero en interés del espacio me voy a centrar en cuatro.
Primero, necesitamos un marco regulatorio estable y predecible. Enfatizo los adjetivos “estable” y “predecible”. No empleo las palabras “liberal” o “abierto”. Es mucho más importante que las empresas sepan cuáles son las reglas del juego y que estas no se cambien a mitad del partido que la facilidad o dificultad de producir (dentro de un orden, claro; si la regulación es excesivamente pesada, tampoco es posible que los negocios prosperen). Nadie va a montar algo tan complejo como una fábrica de semiconductores en un país donde las reglas de las subvenciones públicas se quieren cambiar a toro pasado o donde el principio de libertad de establecimiento dentro de la Unión Europea es insultado desde el gobierno. Qué me va a pasar, pensarán muchos, si monto una factoría en España y resulta que en 2030 me la tengo que llevar, por el motivo que sea, a Bélgica. El estado de derecho no es solo la garantía de nuestras libertades individuales, es también la base de toda economía próspera. Pero no es solo el gobierno o las Cortes: llevábamos décadas sufriendo jueces que se dedican a “inventar” cosas, no se sabe muy bien por qué, y que solo generan más inseguridad jurídica.
Segundo, necesitamos un sistema universitario y de investigación mucho más eficiente que el actual. Como he explicado en otras ocasiones, no es solo gastar más, es gastar mejor, sobre todo en ciencias, ingeniería e informática. Incrementar los sueldos, por ejemplo, a profesores universitarios improductivos es malgastar el dinero. A la vez, Europa no puede pagar los sueldos actuales y esperar que sus universidades tengan a los líderes mundiales en investigación en chips o en inteligencia artificial. Uno tiene que pensar en esto como en el futbol: Karim Benzema, en el Real Madrid, no gana lo mismo que un jugador de Primera Federación, y nadie se extraña. Si el Real Madrid tuviera que pagar a todos sus jugadores por igual y no pudiera competir en el mercado internacional de fichajes, ¿cuántos títulos europeos habría ganado en los últimos veinte años? Si a usted le parece que esa política de salarios sería insensata para el Real Madrid, ¿por qué no le parece insensata la política de salarios de nuestras universidades politécnicas?
Para ilustrar este argumento, un ejercicio interesante es visitar las páginas webs de algunas universidades públicas americanas, que tienen que reportar los sueldos de todos sus empleados. Aquí, por ejemplo, está la página web de salarios de la University of California. Entre los tres profesores más citados en informática en UCLA, un campus en Los Ángeles que conozco bien, se encuentran Lixia Xang, cuyo sueldo en 2021 (el último año disponible) fue de 437.933 dólares (a este sueldo hay que añadirle la contribución de la universidad al fondo de pensiones, que suele estar cerca del 7% del sueldo, pero que como depende de información privada familiar no es reportado); Stan Ohser, que ganó 580.530 dólares en 2021; y Mani Srivastava, al que le pagaron 415.067 dólares en 2021. Y UCLA, siendo pública, paga peor que las privadas de élite. Aunque los sueldos en las privadas no son públicos los rumores son que los salarios de los mejores catedráticos de informática en Stanford rondan los 800.000 dólares al año (más el enorme subsidio que te da Stanford con una casa en el campus a precio reducido).
En Asia se han dado cuenta de la situación y las mejores universidades, como Peking, Tsinghua o Nacional de Singapur han empezado a reclutar a algunos de los mejores profesores de Estados Unidos de origen asiático con sueldos competitivos. Nacional de Singapur está pagando a algunas “estrellas” académicas en ciencias cuantitativas sueldos por encima del millón de dólares anuales más vivienda. En Europa, tanto Cambridge como ETH en Zúrich se han esforzado mucho en los últimos años para ser más competitivas en informática e ingeniería en términos de sueldos. Curiosamente, las dos están fuera de la Unión Europea. Las universidades en la Unión, atascadas en mil trabas, se arriesgan a quedarse aún más atrás de donde están ahora. Acordémonos: de las mejores 25 universidades del mundo según el ranking de Times Higher Education, 16 están en Estados Unidos, cuatro en el Reino Unido, dos en China y una en Canadá, Singapur y Suiza, respectivamente. ¡Ni una sola en la Unión Europea! Y aunque los rankings son siempre problemáticos, reflejan la realidad subyacente: ojee usted los artículos académicos más recientes e influyentes en aprendizaje automático: pocas veces verá investigadores trabajando en instituciones localizadas en la Unión Europea.
Tercero, necesitamos un sistema financiero que canalice los fondos a las empresas innovadoras. En Europa sufrimos un sistema financiero anticuado, mal gestionado y con grandísimas barreras de entrada. Los intentos de solucionar algunos de sus problemas, como la creación de fondos de capital riesgo por parte de la Unión Europea, se han traducido únicamente en desplazar el capital privado del sector.
Cuarto, necesitamos concentrar las ayudas públicas en aquellas áreas donde los gobiernos tienen una clara misión de remediar fallos de mercado claros. Por ejemplo, necesitamos invertir en investigación básica, aquella alejada de usos inmediatos (la investigación aplicada puede ser perfectamente pagada por la empresa privada) y en asegurarnos que nuestros estudiantes terminan la educación secundaria y universitaria con los conocimientos adecuados, tanto cognitivos como no cognitivos (como señalaba en el caso de Taiwán: con la disciplina de seguir instrucciones de fabricación a rajatabla) y que las infraestructuras estén donde tienen que estar, no donde nos da votos en las siguientes elecciones.
Fíjense que estas cuatro medidas ni son particularmente liberales ni intervencionistas. Hay propuestas de incrementar el gasto público (en educación o en investigación básica), propuestas liberalizadoras (menos barreras de entrada al sector financiero, más dispersión de sueldos en la universidad…) y propuestas neutras (como un marco regulatorio más estable, que es algo en lo que en principio deberíamos estar todos de acuerdo independientemente de nuestras inclinaciones políticas). Es mover a la Unión Europea y a España en la dirección de un conjunto de políticas mucho más equilibrado y que favorezca la innovación tecnológica. Con este escenario, las factorías de chips vendrán casi de manera automática.
Explicaba antes que soy pesimista sobre el posible éxito de las nuevas políticas europeas de chips. Puede que el dinero público provoque que se pongan en marcha algunas fábricas (probablemente en Alemania, que ya cuenta con cierta experiencia en Dresde), quizá la industria mejore algo, pero lo cierto es que la tasa de rendimiento de la inversión pública será muy baja. Con todo, soy casi más pesimista sobre nuestra capacidad de evolucionar hacia un mejor conjunto de políticas. Gastar dinero es muy atractivo: sales en la televisión, los votantes entienden lo que haces, hay cantidad de gente que sale beneficiada en el corto plazo (las empresas que reciben el dinero, los contratistas de la nueva factoría, etc.). Centrarse en, por ejemplo, reducir barreras de entrada en el sector financiero es mucho menos vistoso y sus efectos no son tan fotogénicos. Que mi empresa obtenga capital gracias a un mercado financiero más eficiente no se percibe como un fruto tan directo como que un político me dé un cheque, como en el caso de la política industrial. Desafortunadamente, algunas de las reformas más cruciales son las menos estéticas desde un punto de vista político.
Tristemente, es más que probable que Europa (y especialmente España) desempeñe un papel insignificante en el futuro de la economía y en la industria de los semiconductores en particular.
*El Premio Nobel de Economía de 2022 fue otorgado a tres grandes economistas que han analizado rigurosamente acerca de cómo comparar “grupos de tratamiento” y “grupos de control”. Escribí sobre ello en esta entrada.
**Existen varias excepciones a esta afirmación, como la existencia de efectos de comercio estratégico o de imperfecciones en los mercados financieros. Como casi todo en economía, uno tiene que ser consciente de los mil matices del mundo real, pero tampoco tengo aquí espacio para escribir un libro entero.
***Incluso políticas industriales que, a primera vista parecerían ser más exitosas, como el Concorde o Airbus, probablemente no alcanzaron la tasa de retorno necesaria para compensar su coste a lo largo del tiempo.
Fuente El Confidencial