Tan estropeada está la Argentina que muchos se preguntan por qué tantos políticos se anotan para presidirla. La respuesta habrá que buscarla en ese instinto que los lleva a competir por algo para lo que se han preparado toda la vida. Y léase por “preparado” ya no necesariamente haber estudiado y planificado convenientemente qué hacer si llegan al sillón de Rivadavia, sino medir bien en las encuestas.
Están los que llegan convencidos de que arreglar la economía es sencillo: alcanza con hacer lo que sin ir más lejos hacen nuestros vecinos. De ahí que quienes así pensaban hayan dicho que la inflación se arreglaba en 5 minutos. Ya saben que no.
Están también los que abogan la teoría de que “un poquito de inflación no está mal”, frase atribuida a Raúl Alfonsín en tiempos de la convertibilidad, que tomó como dogma Cristina Kirchner, para quien la inflación no es un problema si los salarios le ganan.
Por eso es que los Kirchner siempre minimizaron ese factor como problema. Hasta ahora, que se ha instalado en los tres dígitos. Pero si bien se saben gobierno, no consideran a la de Alberto Fernández una gestión propia.
La seguridad es otra cosa. De ese tema el kirchnerismo siempre prefirió tomar distancia. Solo se animó a hablar y adoptar medidas cuando temió que una pueblada se lo llevara puesto. Si a algo le temió siempre el kirchnerismo fue a perder la calle, por eso en 2004 reaccionaron cuando el asesinato de Axel Blumberg generó una gigantesca movilización de entre 150 y 200 mil personas frente al Congreso. Fue la primera multitudinaria marcha contra la inseguridad, y el recuerdo de 2001 estaba demasiado fresco. Ese día el presidente Néstor Kirchner estaba en Tierra del Fuego, para participar de la Vigilia por Malvinas, y su esposa senadora estaba en la Casa de Gobierno, donde tenía despacho. Se cruzó al del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, para seguir atentamente por televisión las incidencias de esa movilización que terminó trasladándose a Plaza de Mayo.
Se sintió varada y sola en la Casa Rosada y percibió que por primera vez les habían ganado la iniciativa, tomándolos con la guardia baja.
El gobierno kirchnerista reaccionó entonces encolumnando a sus legisladores detrás del paquete de leyes implementadas como respuesta a esa demanda ciudadana por más inseguridad. Fueron tres leyes que recibieron el nombre de Blumberg, personaje al que el kirchnerismo se ocupó más tarde de demoler, en una metodología que ya se aplicaría sobre otros actores, como Alberto Nisman cuando ya estaba muerto.
En general, el kirchnerismo buscó siempre mantenerse alejado de los episodios de inseguridad. Desde la tragedia de Cromagnon, que encontró al matrimonio presidencial en Calafate y no regresaron de inmediato ni hablaron del tema por mucho tiempo, a la tragedia de Once. En esta oportunidad, la vicepresidenta recién habló cuatro días después, a través de un tuit en el que tomó distancia del operativo de detención de dos choferes que habían golpeado a Sergio Berni. Y fiel a su estilo, puso un ejemplo en primera persona, comparando con el atentado en su contra del 1° de septiembre pasado.
Pareció ser además una reacción porque había trascendido que le había dado indicaciones al ministro de Seguridad bonaerense para que denunciara a los que lo agredieron, contradiciendo su postura inicial. De ahí a atribuirle el aparatoso procedimiento posterior, había un paso.
El Presidente de la Nación adoptó una postura más extrema. No habló nunca del tema. El lunes suspendió el acto que tenía programado en Ituzaingó, y al día siguiente tampoco estuvo en celebración por los 20 años del Registro Nacional de Donantes de Células Progenitoras Hematopoyéticas. Su actividad pública se limitó a abrazarse el miércoles en Chile con su par trasandino Gabriel Boric, y luego se trasladó a Chapadmalal para descansar el fin de semana largo.
El lunes almorzó con Sergio Massa y se dejó trascender que el gobierno podría disponer por decreto una suspensión de la Ley de Alquileres. Sería por 180 días, durante los cuales el Congreso debería trabajar sobre una nueva ley.
Voceros de Economía confirmaron a este medio que se había hablado del tema durante el almuerzo celebrado en Casa Rosada, pero relativizaron la inminencia de un anuncio. “Se está estudiando el tema”, aclararon. Resultaría extraña una medida del tipo de la que trascendió, pues iría exactamente en el sentido original del sector más duro de Juntos por el Cambio, que pide desde antes de las elecciones intermedias la derogación de la Ley 27.551. Por eso diputados del PRO mostraron su anuencia después con tal alternativa. ¿Y 180 días para hacer otra ley? Desde el año pasado que en el Congreso no se ponen de acuerdo con el tema, a pesar de imponerse plazos. Incluso hay no uno, sino dos dictámenes, que no han llegado al recinto pues ni el FdT, ni JxC tienen hoy la certeza de imponer el propio.
Es todo un dato a tener en cuenta para el futuro Congreso, donde desde 2015 nadie consigue mayoría para imponer por sí solo las normas.
La política deberá tener en cuenta el estallido que la inseguridad detonó no solo en La Matanza -cuyo intendente también evitó aparecer y pronunciarse sobre el hecho-, sino en todo el país. Así como la reacción de vecinos en Rosario, que destruyeron ellos mismos un bunker de droga, marcó un punto de inflexión, lo del lunes pasado en General Paz y Alberdi debería ser tomado como tal. El silencio de las autoridades lejos está de ponerlos a salvo de responsabilidades, pero tampoco sus declaraciones ayudan, como cuando Berni o el gobernador Kicillof le apuntaron a Patricia Bullrich por el crimen del chofer y la posterior revuelta, y a las empresas de colectivos por no poner cámaras. La estrategia es la de siempre: las víctimas no son Daniel Barrientos, sus compañeros, ni los vecinos aterrados del Conurbano, sino ellos.
Deberían tomar nota todos del cántico “que se vayan todos”, que resonó en plena protesta de los colectiveros.
Si no entienden las señales claras que emite la sociedad, al menos sí atienden a las encuestas y por eso se preguntan si lo del lunes 3 de abril no representará un voto antisistema, léase en favor de Javier Milei.
De ahí que en el oficialismo se hayan encendido las luces de alarma. Donde hasta hace quince días alentaban el crecimiento del líder libertario, atento a que les saca más votos a Juntos por el Cambio, hoy se preocupan porque en las barriadas más humildes le estaría comiendo votos al Frente de Todos. Hace tiempo que el periodista Carlos Pagni advierte que Milei crece en La Matanza y está estancado en Recoleta.
Con todo, el fenómeno Milei es relativizado por algunos encuestadores, como Federico González, que esta semana analizó al personaje durante una entrevista que le hicieron en el programa “Más o menos bien”, de FM Milenium. Dijo que muchos colegas sostienen que el líder libertario tiene 18, 19 puntos, pero se habla de él como si tuviera 30. Y tiene por lo menos diez puntos menos, aunque él le asigna 17. “El fenómeno Milei está sobredimensionado”, remarca, y lo compara con el Massa de 2015, que sacó 20 puntos, un montón, pero se lo minimizaba considerándolo “tercero cómodo” y descartado para un balotaje. Con Milei, apunta González, “va a pasar algo de eso. Generó muchas expectativas, con razón, pero tiene muchos problemas”.
A saber: es muy buen líder en la comunicación con la gente, pero para Federico González “no pasa un examen de liderazgo. No es buen conductor, no le interesa conducir un espacio. No le interesa negociar y consensuar, pero la política es el arte de la negociación”.
Para este consultor, “Milei tiene un problema personal. Lo que le gusta es ser un rockstar, ser él el que habla. Pero no el trabajo más rutinario de la política. Además tiene un dilema estructural: si hay una casta, hay una anticasta; pero la anticasta tiene que ser pura, porque cuando empieza a negociar, el puro se transforma en impuro”.
En la lista de condicionamientos que le asigna a Milei, pone también su capacidad de autocontrol. Pues si bien hoy aparece más sosegado, cuidándose de decir exabruptos, se lo sigue viendo siempre al borde del ataque de nervios. “El personaje puede ser simpático, pero yo no me quiero imaginar un presidente que de pronto se enoja y patea el tablero”, concluyó.
Hay también quienes advierten que no necesariamente lo que se percibe en las encuestas llegaría a traducirse en una elección. Algunos lo mencionan como un juego, una respuesta enojada, que no necesariamente se daría a la hora de elegir al que deberá regir los destinos del país. “Hoy votar a Milei es gratis”, resumió un dirigente de JxC, que así y todo sugirió estar muy alertas.
En ese contexto el oficialismo analiza qué candidatos ofrecer, hoy más convencidos que ayer de que el Presidente está decidido a no bajarse. El panorama aparece muy complejo, la sensación de que la economía estaría estabilizada como para un aterrizaje en las elecciones trabajoso pero seguro, ha desaparecido, y en este marco el Frente de Todos no elabora un plan para implementar a partir del 10 de diciembre y atraer votantes, sino esta síntesis que expresó el ministro Gabriel Katopodis este fin de semana: “Haremos lo que haya que hacer para ganar. Estamos en un momento muy crítico, porque lo que se discute en Argentina en estas elecciones es si vuelve a estar en manos del macrismo”.
Mal que les pese, Macri hace dos semanas que se bajó.
Fuente Mendoza Today