LA HABANA, Cuba. — Hace 75 años, en abril de 1948, al involucrarse en “El Bogotazo”, la violenta revuelta en la capital colombiana que siguió al asesinato del líder populista Jorge Eliecer Gaitán, el entonces muy joven y casi desconocido Fidel Castro dio inicio a sus aventuras revolucionarias en América Latina.
Debido a su gran arraigo popular, todo parecía indicar que Jorge Eliecer Gaitán, al frente del Partido Liberal, sería el ganador de las elecciones presidenciales que se efectuarían en 1950. Pero el 9 de abril de 1948, poco después de la una de la tarde, cuando salía de su oficina para ir a almorzar a una cafetería cercana, fue ultimado a balazos por Juan Roa Sierra, un joven perturbado mental que había pedido a Gaitán lo ayudara a conseguir empleo.
Siempre se ha sospechado que la dirigencia del Partido Conservador estuvo detrás del asesinato y que Juan Roa Sierra solo fue el ejecutor de su plan homicida, pero nunca se pudo probar, ya que minutos después de disparar los tres balazos que segaron la vida de Gaitán, una enfurecida turba linchó a Roa Sierra.
Fidel Castro, que aún no había cumplido los 22 años, estudiaba Derecho en la Universidad de La Habana y había arribado a Colombia nueve días antes. Andaba cerca del lugar del crimen, en la bogotana Carrera Siete, porque tenía concertada para las dos de la tarde una entrevista con Gaitán en su despacho.
Dos días antes, el 7 de abril, Gaitán había recibido a Fidel Castro y su amigo Alfredo Guevara, quienes habían acudido al político colombiano para recabar su apoyo para un Congreso de Estudiantes Latinoamericanos, ideado y financiado por el gobierno del militar argentino Juan Domingo Perón con el propósito de boicotear la IX Conferencia Panamericana que se desarrollaba por esos días en Bogotá.
La muerte de Gaitán impidió su segunda reunión con Fidel Castro, donde se suponía que daría respuesta al pedido de ayuda del joven cubano para fomentar la agitación anti-yanqui en el continente.
Más que conmoverse por la muerte de Gaitán, Fidel Castro se entusiasmó con la revuelta, que creyó le daría la posibilidad de poner en práctica sus ideas sobre la violencia revolucionaria. Pero la magnitud de los disturbios superó sus expectativas.
Se calcula que hubo entre 500 y 3 000 muertos y centenares de edificios fueron saqueados e incendiados. Era demasiado fuerte aquello para Fidel, un burguesito majadero e idealista cuya experiencia revolucionaria hasta entonces se había limitado a la agitación y el pandillerismo en la Universidad de La Habana.
La primera acción de Castro en el motín bogotano fue lanzar al suelo y patear una máquina de escribir que un manifestante sacó de una oficina saqueada. ¿Un anticipo de la futura furia de Castro contra los escritores que se resistieran a sus designios?
Años después, Gabriel García Márquez, que por entonces tenía la misma edad que Fidel Castro y también era estudiante universitario, después que Castro le contó sus experiencias de “El Bogotazo”, dijo que creyó haberlo visto cuando destruía la máquina de escribir. Pero, dado el gran poder de fabulación del Gabo, heredado de su abuela Tranquilina Iguarán, y su afán por agradar al dictador cubano, nadie le hizo demasiado caso.
En realidad, lo más que recordaría —y lamentaría— García Márquez de “El Bogotazo” fue que en el incendio de la pensión de estudiantes donde estaba viviendo perdió los manuscritos de sus cuatro primeros cuentos y el manoseado Ulises, de James Joyce, que estaba intentando leer de corrido cual novelita de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía.
Ajeno al panorama político y la idiosincrasia de los colombianos, Fidel Castro arengó y discurseó en las calles de Bogotá, pero nadie le hizo caso. Ni siquiera hizo efecto la encendida arenga que pronunció cuando logró hacerse con un fusil mauser en un cuartel policial saqueado.
Decepcionado de aquel caos que de ningún modo era la revolución de sus sueños, y muy asustado al saber que la policía colombiana andaba en pos de “los estudiantes comunistas cubanos”, Fidel Castro, Alfredo Guevara y sus compañeros pusieron pies en polvorosa y no pararon hasta la Embajada cubana, que buscó rápidamente el modo de ponerlos en un avión y enviarlos de regreso a La Habana.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org