LA HABANA, Cuba. – El eminente científico británico e inventor de la penicilina Alexander Fleming aterrizó en La Habana el 19 de abril de 1953 para cumplir una apretada agenda que incluyó dos conferencias sobre el uso de los antibióticos y el tratamiento de las heridas asépticas.
A punto de cumplir los 72 años, el afable y modesto bacteriólogo fue recibido con toda la deferencia que su trayectoria científica merecía. Fue nombrado “Huésped de Honor” de la Universidad de La Habana, mientras que el Colegio Médico Nacional lo honró con la “Orden Finlay”.
Aunque su visita a la capital cubana no estuvo marcada por la publicidad, el Premio Nobel de Medicina apareció en los diarios y revistas más importantes. Junto a él viajó la doctora griega Amalia Koutsouri, bacterióloga con la que compartía el trabajo en el laboratorio y una relación sentimental que lo condujo a su segundo y último matrimonio después de un largo período de viudez.
La feliz pareja formalizó su unión poco antes de viajar a La Habana, donde disfrutaría de su luna de miel. Los Fleming se alojaron primero en el Country Club de Miramar, y luego en el majestuoso Hotel Nacional, donde a diario recibían a la crema y nata de los científicos cubanos.
El matrimonio también compartió con alumnos de Medicina en un encuentro informal, donde Fleming fue entrevistado para la revista estudiantil Reflejos. Asimismo, el periódico Avance tuvo el privilegio de conversar con el científico y hacerse eco de estas memorables palabras: “Nuestra mayor satisfacción es haber dado a la humanidad libremente la penicilina”.
Dicha frase encierra la grandeza de Fleming, que iba mucho más allá de su genio científico. Profundamente comprometido con su labor médica e investigativa, había descubierto la penicilina, pero se negó a patentar el hallazgo para que todo el mundo tuviera acceso a un fármaco que revolucionó la medicina, en particular la forma en que se trataban las infecciones.
También expresó a la revista Bohemia: “Fue una de esas cosas extraordinarias que suceden en un laboratorio (…). Me siento feliz de haber intervenido en algo que favorezca a la humanidad en sus dolencias”.
Fleming aseguraba que un gran descubrimiento no debía ser motivo para detenerse, sino un impulso para renovarse y continuar trabajando. Tal era su máxima para todos los hombres de ciencia.
Fuente Cubanet.org