LA HABANA, Cuba. – “No pienses tanto. Que esta no es hora para pensar”. Eran las 10:00 de la mañana y así fue el saludo de una mujer a su vecina, sentada tranquilamente en el portal de su casa. Lo gritó mientras pasaba, jaba en mano, quizás rumbo a una de tantas colas que hace un cubano a diario para poder continuar con algo de vida.
La suya, con alguna que otra variación, es una frase muy usada entre nosotros en Cuba, a modo de broma, como llamando a despabilarse. Pero, al escucharla esta vez, en estos días en que el régimen lanza una ley de “comunicación” para criminalizar a todo el que se le oponga en acción y pensamiento, no pude dejar de tomarme la frase para mí, es decir, para alguien que se expresa libremente sin esperar por ese “momento y lugar” que nunca son los adecuados para una dictadura.
Una ley de “comunicación” cuya esencia bien pudiera resumirse en la sentencia de esa mujer, en tanto el régimen nos está obligando a callar y abandonar todo pensamiento, incluso bajo la forma de una simple reacción positiva o negativa a algo que publique cualquiera en el ciberespacio.
Una aberración total —impuesta descaradamente en las mismas narices de un Josep Borrell que por su silencio y desenfado pareciera el primero en acatarla—, y que en otros lugares del planeta los gobernantes hubiesen tenido que retirar y anular por el alud de protestas y demandas que generaría. Pero en Cuba parece preocupar solo a unos pocos que sabemos bien para qué será usada esta nueva arma de doble filo.
Porque así como al nuevo Código de las Familias se le agregaron artículos para “encantar” a la opinión pública internacional, dejando el “veneno” por detrás de lo “bonito” (por ejemplo, apruebo el matrimonio igualitario pero, al mismo tiempo, me quito de arriba a una sociedad que envejece y traspaso total responsabilidad a familiares), así esta ley de “comunicación” —en este mundo donde casi todos los políticos sueñan con regular a su favor el uso de las redes sociales y los medios de comunicación— funciona como un trampantojo.
Así a conveniencia, leyendo apenas los artículos recomendados por sus redactores, habrán de darle el “visto bueno” a la ley esos mismos “enemigos íntimos” (tanto en Europa como en la cercanía geográfica) que no ven nada raro en que el presidente de la Asamblea Nacional intervenga para decirle en tono de regaño (y de burla) a los ciudadanos, entre otros disparates, que si quieren tomar café tienen que cultivarlo, y que no hay pan porque a los campesinos, que ni siquiera cuentan con lo necesario para sembrar cultivos tradicionales como la caña de azúcar y el tabaco, no les ha dado la gana de ¡sembrar trigo!
Solo en dictadura un funcionario dice algo así en televisión nacional y, lejos de ser abucheado o refutado, recibe el “aplauso unánime” de lo que se dice es el “parlamento”. Pero esa extraña “disciplina” jamás será tomada por los “entrañables enemigos” como prueba suficiente de que hay un grave problema en Cuba con la democracia, así como las palabras de Estaban Lazo (incluida esa “joyita” de que llamar “de Castilla” a la harina de trigo es un rezago del colonialismo) tampoco serán prueba de la incapacidad de todo el sistema.
Por cosas así, es decir, por funcionarios que evidentemente no piensan lo que dicen, o que les importa poco el ridículo que hacen puesto que no es la democracia lo que los mantiene en el poder sino la represión, es que sale una ley de “comunicación” y esta tiene el mismo efecto que la cartelera de la televisión en el periódico (incluso esta última genera más controversia y quejas públicas entre los cubanos que una amenaza de cárcel por dar “me gusta” a un meme o simplemente por “pensar” cuando no es la hora de hacerlo).
Y entonces, ¿cuándo es la hora apropiada para ponernos a pensar en Cuba? Para meterle cabeza entre nosotros mismos, en busca de una solución real y definitiva, a lo que sí es posible hacer sin importar el relator de derechos humanos que enviará la Unión Europea o el comunicado de condena que publique el Gobierno de Estados Unidos? Es evidente que nadie va a hacer nada por nosotros que no hagamos nosotros mismos incluso sin tener que recurrir a la violencia. Solo basta con decir “hasta aquí”, “no necesito permiso alguno para pensar y decir públicamente lo que pienso”. ¡Basta de leyes mordaza y disparates!
De acuerdo con la señora de la que escribía al inicio, la hora para pensar no es inmediatamente cuando nos levantamos ni es a media mañana, ni cuando encendemos el televisor y aparece un funcionario lanzando tonterías a diestra y siniestra, ofendiendo incluso la más corta inteligencia, ya porque ahora hay una ley que prohíbe que nos burlemos de él, ya porque al parecer ni siquiera la Asamblea es el momento y el lugar para usar la cabeza.
No es hora para pensar porque al quedarnos de brazos cruzados, dejando que un policía y un tribunal decidan cuándo, cómo y dónde lo debemos hacer, estamos aceptando que pensar libremente no es un derecho humano sino el “privilegio” de una clase en el poder.
Con la nueva ley es posible que el pensar libremente haya sido transformado de derecho en privilegio, y agregado a los demás “privilegios” de comer, vestir, viajar, educar a nuestros hijos de acuerdo con nuestros credos e ideologías y morir dignamente.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org