Por Julio César Spota
Paralelismos
Espléndida en su momento, la figura de Johann Christoph Gottsched, en el mejor de los casos, hoy languidece en el limbo de las notas al pié de página que glosan un tratado dedicado a literatura germana. No obstante su señorío otrora todopoderoso sobre poetas y prosistas del norte de lo que ahora es Alemania, en la actualidad su recuerdo goza de la paz seráfica que proporciona el más contundente olvido. Empero hacia mediados del siglo XVIII lo más granado de las letras teutonas atendía sus dictados con la drástica obediencia de la subordinación prusiana. Incluso se rumoreaba que un jovencísimo Goethe asistió a sus últimas disertaciones embebido de un temor reverencial que no volvería a experimentar frente a nadie por el resto de su vida. No era para menos.
Ceñudo hasta la cefalea, Gottsched no sólo había esculpido los contornos rectores de la escritura tudesca por espacio de décadas. Más todavía, con su aliento artístico postrero se permitió perfilar la composición del elenco teatral venidero con pasión de obseso y empaque jubilatorio. La posesión de una autoridad indiscutida no mejoraba en nada la impronta añeja de un enfoque narrativo anquilosado en la paradójica adopción de reglas creativas rígidas e innovaciones teloneras reaccionarias. Preocupado por su propia trascendencia, o sea encaprichado en perdurar con un legado acorde a sus escleróticas aspiraciones de posteridad, una mal llevada alquimia de poder y veteranía amortajaba su otrora fértil imaginación hasta circunscribirla al perezoso perímetro de lo esperable.
No obstante lo cual, un copioso entorno de obsecuentes necesitaba permanecer a todo trance bajo la espesa sombra que proyectaba su presencia abrumadora. Lógico. Arribistas y entusiastas reconocían por igual su dependencia directa con la referencia predominante en el ámbito donde ansiaban medrar. Unos por interés y otros por pasión, todos conducían su parecer conforme el de su ídolo indescifrable. De acostumbrada fisonomía hermética, no se conformaba con encriptar sus más nimias preferencias líricas tras el velo de lo misterioso. Para más inri de la grey desorientada, el dominio sutil del silencio y el manejo estratégico de la espera también caracterizaban el umbral de sus grandes decisiones estéticas. Ducho en el oficio de la manipulación, sus rotundas pausas atronaban adrede las ansiedades de la claque. Rijoso por la indiscriminada agitación producida en su derredor, maquinaba calladas inquinas contra enemigos reales e imaginarios con la misma sinuosidad con que desesperaba hasta el pánico a feligreses incondicionales y rémoras calculadoras.
En pos de transitar su ocaso con la augusta afectación de la que se consideraba acreedor entendió mandatorio un gesto de solemnidad memorable. La inminencia de la finitud contribuía a enfatizar su soberbia hasta el punto de intentar vencer a los hados con revires antológicos. Inquieto por el “qué dirán” histórico y convencido de que un rapto de ira presuntuosa sellaría con la adecuada magnificencia su última voluntad literaria, condensó sus dicterios en un blanco que a causa de su ridiculez clamaba por zamarreo. Transformando la íntima tribulación ante lo inexorable en súbita condena de lo histriónico, eligió someter al epítome de lo impresentable a la espectacularidad del suplicio público. Así, hastiado de superficialidades que hasta entonces admitía a regañadientes, en uso de sus facultades dramatúrgicas omnímodas condenó a los arlequines al ostracismo del teatro alemán.
Potenciando al máximo el frenesí punitivo, la actriz Friederike Caroline Neuber incineró en 1737 la efigie de un guasón sobre un proscenio francfortés como expiación ritual de todos los tablados de habla germana. Las razones del destierro impuesto al juglar y de la concomitante destrucción flamígera de su representación simbólica, descansaban en la aversión experimentada por el iluminismo alemán contra las peculiaridades revulsivas del exiliado socarrón. Por mor de su aspecto vergonzante, desempeño rocambolesco y tendencia desviacionista respecto de los fundamentos almidonados sobre los que pretendía erigirse la cultura germánica prerromántica, Gottsched arrancó de cuajo al bufón de los escenarios donde hasta entonces cabrioleaba con el desparpajo de los atontados. En pocas palabras, saturado de payasadas fletó al payaso.
Algo curiosamente calcado a tres siglos de distancia por la Vicepresidente (con E) en subrogación permanente del Ejecutivo bajándole el pulgar a la reelección fantaseada por nuestro Presidente testimonial con ínfulas de clown. A saber, transida de ridiculeces expulsó al saltimbanqui del circo frentetodista. El contrapunto entre personajes ridículos exiliados de lugares donde presumían una centralidad funambulesca resulta tan ajustado, que el extrañamiento dictaminado por la mandamás del vodevil justicialista fue seguido a pies juntillas por la incineración mediática del descartado. Auto de fe multimediático donde La Cámpora incendia a diario la imagen del deportado en las brazas del escarnio público. Pero como nadie puede alegar su propia torpeza, el rostizado que la va de jurisconsulto debería haberse percatado de su previsible destino parrillero al legitimar los agravios de los que traían el carbón al hombro. Cumbre de las advertencias asaderas, los graznidos flamígeros del más notorio chamuscador presidencial presagiaban obvias ascuas de mal agüero. Porque ya se sabe. Cría cuervos y Larroque te arrancará los ojos.
Genealogías
Notables paralelismos y enésima coincidencia entre la habitualidad autoritaria del peronismo en ejercicio del poder y la cepa totalitaria en la idiosincrasia germana empoderada. Desde ya que el correlato entre el absolutismo prusiano del 1700 y la actual Argentina peronizada permite englobar los pasos intermedios del previo ida y vuelta al evocar: 1-la calurosa recepción gubernamental brindada entre 1946 y 1955 a cuanto nazi lograba recalar en nuestro bendito país gracias a la transformación de Argentina en una terminal segura del “camino de las ratas”; 2-la contratación de Otto Skorzeny, uno de los más destacados comandos SS, como asesor directo de Perón, y 3-el chasco que se llevó el primer trabajador tras haberle facilitado la isla Huemul junto a un presupuesto astronómico al científico nazi Ronald Richter, bajo la promesa delirante de proveerle energía infinita merced al monumental bolazo de la “reacción controlada de la fusión nuclear”.
De punta a punta vemos que al día de la fecha todo lo dicho en materia de afinidades ideológicas cuenta con plena vigencia gracias a la franca posición antisemita del Secretario de DDHH, Pietragalla Corti, festejando una muestra artística donde por poco se acusa a Israel de genocida; en virtud del repudio de Cancillería a la reacción militar israelí ante ataques terroristas, sin molestarse en condenar a los terroristas que perpetran estragos en Israel con misilística periodicidad, y por mor de la estrecha amistad entablada por todo el arco kirchnerista con los simpáticos esbirros de la teocracia iraní. Muñecos adorables quienes, no contentos con haber auspiciado los peores atentados que sufrimos por estos pagos, lisa y llanamente desconocen la existencia del Estado de Israel.
Como si todo lo anterior fuera poco, de yapa el pasado regresa al presente cuando nos anoticiamos de que el rostro del notorio filonazi Ramón Carrillo acompañará a la notable Cecilia Grierson en el billete de dos mil pesos que a esta altura de la inflación no sirve ni para comprar una docena de facturas. El galeno de inclinaciones benévolas con el Eje fungió de Secretario de Salud del primer gobierno peronista. Gestión durante la que Carrillo, al igual que su jefe, contrató como asesor directo a otro SS: el médico danés Carl Vaernet. Facultativo cuya especialidad consistía en haber experimentado quirúrgicamente con homosexuales en campos de concentración para encontrar una cura definitiva a esa “enfermedad”. De paso cañazo, tomemos nota del detalle de inmejorable prosapia nazi del descamisado nórdico. Los “ejemplares” a desguazar en el quirófano y los caudales para solventar la carnicería los facilitaba el mismísimo Himmler. Linduras…
Las tan palmarias como alarmantes conexidades históricas detectables entre el nacional-socialismo y el socialismo-nacional mueven a ulteriores consideraciones de base aritmética: el orden de los factores no altera el producto. El lazo especular tendido entre el partido de Hitler y la denominación con que los integrantes de la juventud maravillosa rotulaban al peronismo dista del forzamiento. Ya el Movimiento Nacionalista Tacuara ceñía su disciplina interna, diseñaba su estética grupal y postulaba su ética criminal conforme un furibundo antisemitismo combinado con lo peor del integrismo religioso de cuño franquista. Para estar a la altura de la intolerancia mostrada por sus ancestros terroristas con fantasías de inquisidores arios, los herederos directos del falangismo criollo entonaban himnos a la diversidad que merecerían mayor prensa en momentos de lucha sin cuartel contra la discriminación y el machismo: “No somos putos. No somos faloperos. Somos soldados de FAR y Montoneros”.
Para garantir la veracidad de los contoneos ideológicos registrados en los párrafos precedentes basta traer a la memoria los cambios y continuidades programáticas sintetizables en la figura de Galimberti. Primero tacuara (o sea peronista, anticomunista, negacionista y chupacirios), luego montonero (peronista, socialista, antisionista y clerical) y finalmente menemista (peronista, neoliberal, proyanki y ateo). Quien primero secuestró y luego se asoció con Born en la empresa Hard Comunications encarna lo más nítido de la violenta fraseología justicialista. Movimiento que en boca de su conductor prometía en 1947 cadalsos fascistas: “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores”, en 1972 fantaseaba aventuras terroristas de impronta cubana: “Si yo tuviera 50 años menos, no sería incomprensible que anduviera ahora colocando bombas o tomando la justicia por mi propia mano”, y que en 1946 anticipaba con pericia profética el derrotero materialista de su criatura electoral al declarar que “la víscera más sensible del hombre es su bolsillo”.
Conceptualización
El acopio de información invita a etiquetar con precisión conceptual la modulación actual del peronismo de siempre. Si nació en los cuarenta con la nostalgia del nacional-socialismo y tuvo su “trasvasamiento generacional” con el socialismo-nacional de los setenta, omitiendo la desfachatez mercadofílica de los años noventa, por prepotencia de su propia identificación nacional y popular bien podemos considerar que envejeció en el nacional-populismo del siglo XXI. Formato gubernamental cleptocrático fascinado por el desmantelamiento social deparado por la dictadura chavista –apreciación que Lula considera un extravío narrativo– y recostado geopolíticamente en las tiranías más asentadas del planeta. El esperpento de antisemitismo y DDHH para los amigos (como la justicia en clave peronista) pelea la punta global en términos de inflación y va de furgón de cola en asuntos de crecimiento de PBI. Y por supuesto no se priva de embestir contra la Corte Suprema por su anacrónica porfía de velar por la Constitución.
Las asonadas antirrepublicanas contra el Poder Judicial tal vez describan el marcador conductual prototípico de la especie internacional de la cual el nacional-populismo representa un ejemplar autóctono. Los autoritarismos de toda laya ambicionan colonizar los tribunales a fin de legitimar sus trapisondas con fallos redactados por adeptos. Tal la coronación del anhelo totalitario alojado en la entraña de las revoluciones actuales. El efectivo copamiento de los juzgados cierra el grillete de simulación democrática en torno al cuello de la República con el cerrojo de las apariencias comiciales. Para perdurar, el régimen de partido único requiere una fachada formal de potencial periodicidad en el ejercicio del poder. Los pataleos feudales de los patrones de estancia provinciales ante la negativa a reelegirse por octava vez –Insfrán–, o cuarta vez –Uñac–, o en el poder alternando como gobernador o vice de forma ininterrumpida por espacio de diez y seis años –Manzur–, resultan casi tan elocuentes al respecto como los dicterios hipervicepresidenciales contra la cúspide de un poder constitucional reacio a renegar de sus naturales funciones de contralor.
Para el nacional-populismo si el Máximo Tribunal se niega a actuar como el Tribunal de Máximo sólo cabe concluir que “La Corte es un verdadero Mamarracho indigno”. Pertrechado con argumentos insólitos del estilo “nadie los eligió” y “son resabios monárquicos”, el embate empalma indignación y sedición en un menjunje donde la democracia queda reducida a su mínima expresión de método eleccionario. En la misma dirección acuden los paroxismos de la víctima de intento de homicidio empeñada en tipificarlo como “magnicidio” ya que su excelsa condición no debe avenirse al llano de los ciudadanos de a pié. La igualdad predicada para el resto desde la jerarquía de unos pocos bendice la equiparación de casi todos en una medianía de dependencia estatal como un logro de equidad total. Condición virtuosa de promedio por debajo del nivel del agua antes premiada con la miel de la holgura y ahora castigada con la hiel de lo insuficiente, que para peor corre el riesgo de desmoronarse en las urnas gracias a los engaños del partido judicial coludido con los medios hegemónicos.
La eficacia proselitista del camelo del lawfare como apología del idealismo plebeyo bajo persecución, descansa en lo más oscurecido del pragmatismo oligárquico en procura de permanecer en el poder luego de haber desplumado y hecho caldo a la gallina de los huevos de oro. Ejemplos. Perón adquirió aura benefactora con el despilfarro de las regalías agroganaderas acumuladas en la segunda posguerra. Pero ya su segundo mandato (modificación constitucional corporativa mediante) enrostró huelgas por los desbarajustes macroeconómicos gestados por el disparate distributivo. Forzado por los propios excesos, al poco tiempo hubo de recortar beneficios incosteables siquiera en el corto plazo. Mal que le pese a los abanderados de los desposeídos, se ve que eso de “donde hay una necesidad, hay un derecho” suena bien y sabe mejor. Pero dura hasta ahí nomás.
La secuencia de proselitismo a caballo del gasto público desmedido seguido por ajustes brutales practicados sobre avances sociales efímeros ofrece una síntesis de los siguientes 75 años de gestión peronista. Lo curioso de las dos primeras experiencias fascistas (1946-1955) y de la cuarta nacional-populista consiste en la linealidad con que los extremos temporales de una misma deriva al desastre convergen en la causalidad de sus fracasos. El mentado eco histórico-político no sólo replica y amplifica la identidad partidaria de los pródigos. Antes como ahora los mismos que se la gastaron al principio chocan al final con el costo de la irresponsabilidad compartida. Paralelismos reforzados por análogos destellos de paranoia verificados en cada caso.
En las vísperas de la trituración formal del pensamiento de Alberdi se denunció el desbaratamiento de un atentado pergeñado para ultimar a Perón el 12 de octubre de 1948. Cipriano Reyes fue sindicado como autor intelectual del complot y sin demasiados pruritos procedimentales el supuesto “copito” avant la lettre cayó preso y sufrió torturas hasta recibir el indulto en 1955. Con ánimo de preparar el terreno para la sublimación constitucional fascista en ciernes con anticipos de amedrentamiento, Evita amenazó sin empacho a los sectores sociales díscolos en un discurso ofrecido ante el sindicato ferroviario en Rosario. La alocución contó con palabras que regocijarían la megalomanía de la única jubilada del país que cobra varios millones de pesos por mes mientras resiste las oscuras conjuras orquestadas por la sinarquía internacional:
“Si por cuatro chauchas se quiere asesinar al líder de los trabajadores (…) cada descamisado, a cualquiera que hable mal de Perón, debe romperle un botellazo en la cabeza o la cabeza, si es necesario (…)¿No ven que son las fuerzas del mal las que están actuando? ¿No ven ustedes que nosotros somos el pueblo que quiere resurgir y queremos tomar la bandera de la justicia social, de la soberanía y de la independencia económica? ¿No ven que los oligarcas no quieren que se reforme la reforma constitucional porque saben que en ella se van a poner los derechos del trabajador y se van a consolidar todas las conquistas que Perón le dio al pueblo trabajador?”
Traduciendo los dichos en hechos (con perdón de Mosconi), el aparato de seguridad peronista en tándem con los rompehuelgas rentados por el erario público reprimieron a palazos y balazos las protestas obreras desatadas cuando llegó la cuenta de la joda. De ese tipo de rapto de sensibilidad de clase se hizo eco Chávez al momento de secuestrar, asesinar y torturar a sus conciudadanos. Al igual que Perón, fue otro coronel golpista que se alzó con el poder a punta de pistola y baleó a granel a su ciudadanía para quedarse en el gobierno por encima de lo que indicaban las pacaterías burguesas de la Constitución.
La reproducción del modus operandi justicialista en coordenada caribeña a medio siglo de distancia aparece sin medias tintas cuando se colige que quien le envía desde el más allá un pajarito parlanchín a su sucesor en el cargo, exprimió el rédito petrolero hasta el punto de liquidar todos los stocks de un país con pasado de prosperidad. Y por supuesto, en el tránsito de quebrar Venezuela, Chávez tampoco se privó de descuartizar metódicamente a la oposición. ¿Cómo impactó en nuestras pampas la genealogía de desaguisados vista desde un prisma dialéctico? En la formulación de una síntesis superadora de los estropicios político-económicos hasta ahora tomados por separado.
Néstor y Cristina despuntaron en el firmamento desértico de la esperanza política post 2001 impulsados por el rebote consecutivo al ajuste brutal practicado por Duhalde. Corrección económica efectuada con motosierra e inmortalizada con el “corralón” cuyos réditos fueron potenciados por una coyuntura feliz y por completo fortuita: el viento de cola de la apreciación sin precedentes de las commodities espoleada por la expansiva demanda china a lo largo de una década. Con obediencia de olfas los patagónicos desembarcados en la Casa Rosada combinaron la munificencia inviable de Perón con el derroche bananero de Chavez. ¿Resultado? Dilapidaron primero los flujos contingentes y luego consumieron el stock acumulado. En palabras más sencillas, regalaron a lo largo de diez y seis años los servicios públicos que en el resto del mundo se pagan conforme lo indican sus costos y, por concomitancia, se usan de acuerdo a lo que estipula la sensatez.
Cuando colapsa el clientelismo social designado con el eufemismo “distribución de la renta” advienen crisis de representación entre una sociedad pauperizada y una política deteriorante. Malcriada por la cuasi gratuidad de la luz, el gas, el agua y el transporte, de golpe y porrazo la nación subvencionada experimenta un desacople brusco entre electores frustrados por tener que pagar los servicios y elegidos frustrantes por no poder regalarlos más. La reestructuración tarifaria con aspecto de fin de fiesta suele propiciar cambios en el signo político gubernamental. Moción de alternancia promisoria en los momentos iniciales. Pero que a poco andar cae de bruces frente a las exigencias fiscales impuestas por la racionalización de las erogaciones públicas. Los inevitables ajustes –palabra maldita si las hay en política– pueden y de hecho suelen potenciarse con fuertes dosis de inepcia. La resultante electoral de mishiadura e impericia no requiere mayores aclaraciones.
Paga Dios
Tachada la doble económica y política para los que quisieron y no pudieron/supieron enderezar en cuatro años lo torcido por doce, alegar intenciones sin éxitos terminó defraudando a sus votantes originarios y embelleciendo el recuerdo de las épocas de bonanza en el sentir de los sufragantes ajenos. Por más promesas de institucionalismo que se empeñen, horadar la base propia y fortalecer la del adversario asegura el regreso de los dispendiosos. Con una adenda emponzoñada. El renovado augurio de largueza encaminado en metáforas opíparas de “Asado” y “Heladeras llenas” deviene realidad anoréxica cuando el nacional-populismo debe purgar la condena autoimpuesta a administrar escasez.
El ciclo de abundancia accidental, consumo irresponsable y ajuste ineludible concluye por embretar a los artífices del revoleo con la abultada cuenta que ni ellos trataron ni sus opuestos consiguieron garpar. Cuando los que tiraron la casa por la ventana regresan por la puerta grande al confortable hogar de sus recuerdos partidarios se encuentran con la dificultad de barrer bajo la alfombra del relato los montones de escombros sociales que ellos mismos acumularon. Para peor, levantar los muertos macroeconómicos que dejaron en el camino de la demagogia termina por transformar en zombies políticos a los que “vinieron a poner a Argentina de pie”. De ahí a la crisis hay un solo pasito devaluatorio que intentarán no dar. Pero abstenerse de corregir las distorsiones generalizadas por el retraso cambiario insume un brutal costo para la población. Gambetear el balurdo consiste en postergarlo. No en resolverlo.
Desentender al gobierno de la urgente recomposición económica implica entrar en mora con las propias responsabilidades. Interín la progresía que escucha Silvio Rodríguez en los viajes a Miami cubre el descubierto del tesoro con bombas de espoleta retardada. Haciendo spinning en la bicicleta de las Leliq al son de “Mientras Tanto”, las explosiones programadas para el once de diciembre imponen pagos mensuales adelantados por vía de la inflación. Acicateado por la emisión desbocada, el traslado a precios de cada billete que el Banco Central pone en circulación -y la ciudadanía repudia- indexa la canasta básica al ritmo de una tasa de interés usuraria abonada por el bolsillo popular. Delegar la ejecución del ajuste en la mano invisible del mercado supone una operación de recorte practicada sin anestesia, a cara de perro y sin previsión. Básicamente la economía recesiva y con un esquema de precios “pum para arriba” se convierte en un mastín rabioso y enceguecido que, cebado por las restricciones del gobierno que pregona sensibilidad con los pobres, da dentelladas con especial ferocidad en las condiciones de vida de los sectores carenciados.
Se acostumbra representar el súmmum del personalismo con una frase apócrifa atribuida a Luís XV: “después de mí, el diluvio”. Trascendiendo las amenazas catastrofistas postuladas por el absolutista francés para el día después, la arquitecta egipcia desata la inundación en el día de la fecha con tal de no quedar pegada como la factótum de un segundo rodrigazo. Eso sí. Observa ascender el agua de la pobreza desde el arca de una fortuna familiar que flota en paraísos fiscales a buen resguardo de abordajes judiciales. Al revés de la terrible sequía padecida por el campo, el aguacero monetarista precipita su emisión torrencial sobre un mercado anegado de papelitos de colores. Llueven billetes que nadie quiere y la suba sostenida en el nivel de la liquidez sumerge a Argentina bajo las turbias aguas de la crisis. La resignación oficialista frente a la estatura bíblica del cataclismo mueve a rezar por una solución milagrosa. Y quizás esa sea la verdadera fe nacional-populista. Que la deuda externa e interna la honre El Creador. Paga Dios. O mejor, el que venga.
Al transferir a la próxima gestión la implementación de un plan económico de estabilización el peronismo busca esquivar el costo político de encarecer lo que prometió obsequiar. Pero las consecuencias inflacionarias aparejadas por la prestidigitación de que todo aumente sin que la mano visible del estado deje sus huellas digitales en cada incremento se hacen sentir con especial furia en los sueldos. Sometidas las remuneraciones a un feroz deterioro en la capacidad de compra, el empleo formal experimenta una paradoja: cada vez hay más trabajadores en blanco por debajo de la línea de pobreza. La misma dinámica se agrava en el mundo del trabajo informal. Una esfera expansiva que oscila entre el 40 y el 45% del total de los laburantes abandonada a la intemperie de la explotación, privada de paritarias que amortigüen la caída real de los emolumentos y separada de las más básicas prestaciones sociales que compensen siquiera en parte el tortazo interanual de 120% de inflación.
Pero para el oficialismo no todas son pálidas. Aunque para la sociedad la inmensa mayoría sean lívidas. La aceleración en el crecimiento de los importes requeridos a cambio de los bienes y servicios ofrecidos en Argentina abre una vía indirecta de financiamiento gubernamental. La sensibilidad social del nacional-populismo lo lleva a reducir el déficit concediendo incrementos jubilatorios siempre a la zaga del aumento generalizado de precios. Crueldad con los adultos mayores ensamblada con otras medidas tributarias de una postura integral en contra de la tercera edad.
No contentos con matarlos de hambre, la estrategia jurídica de la ANSES ante el periódico tsunami de demandas previsionales consiste en estirar los tiempos procesales con subterfugios y tecnicismos para que el paso del tiempo mate a los querellantes. Y como ya ni medicamentos hay en los hospitales, el PAMI da turnos a varios años y cuando pueden los médicos huyen de los nosocomios, cuesta negarle aptitud planificativa al peronismo. Lástima que la utilice para exterminar a nuestros abuelos.
El combo de avivadas monetarias contribuye a desmenuzar un tejido social cada vez más monocromático. La licuación del sostén de los pasivos tiene lugar al compás de la implosión de una estructura de sueldos estadísticamente emparejada entre el tamaño del sector blanco y el negro. El perdigonazo empobrecedor disparado sin distingo sobre jubilados y trabajadores puede –o no- bancar la parada oficialista hasta diciembre. Pero todo sugiere que la pillada económica dual promete salir como doble tiro por la culata electoral desde agosto hasta que el Capitán Beto entregue los atributos de un gobierno que nunca presidió. La hipotética reprobación comicial se visibiliza con unanimidad en las encuestas. Una aclaración metodológica. Por más berretas y tendenciosos que sean los sondeos de opinión confeccionados en nuestro país, por encima de los desvíos específicos de cada testeo asoma una convergencia transversal a la totalidad de las estimaciones.
Desde Aurelio hasta los encuestadores serios se verifica una coincidencia esperable: el retiro del apoyo mayoritario de trabajadores y pasivos que en 2019 le concedió la cuarta Victoria a un Frente que pasó a llamarse “de Todos”, y ahora busca esconder su etapa albertista cambiándole el nombre al equipo goleado. La verdadera pregunta no es qué harán sino qué les queda por hacer. Como la cantinela de la recuperación no se la creen ni los que la predican, Massa saca gato por liebre de la galera de sus mesmerismos y por doquier la cosa está que arde, todo invita a pensar que incurrirán en la misma de siempre. Con la comodidad del ludópata que arriesga la guita de otro tentarán al destino jugando un pleno bonaerense en la ruleta del ajuste nacional. Rifarán la de todos (nunca la propia) y cuando empeñar el futuro no alcance siquiera para enmascarar el presente, al nacional-populismo siempre le quedará a mano el recurso extorsivo en forma de retruécano. “Massa se queda hasta el final porque el final es cuando Massa se vaya”.
Truco gallo
Pertrechados con una categoría que logra honrar las sucesivas capas genealógicas de un único ideario anti-republicano, corporativista, y sobre todo venal, regresemos sin paradas intermedias al viaje de ida en catapulta de quien por más de tres años se empeñó con éxito por no gobernar en la práctica el país que preside en teoría. Con el boleto político picado de antemano, recluido en un sillón de Rivadavia emplazado de espaldas a la realidad y a un tris de hablar sólo (y por supuesto contestarse), la persona que tiene en su despacho el cuadro de su perro en lugar del retrato de un patriota revela su vocación mascotil en cada claudicación pública a la que se expone por propia decisión.
El asombroso menosprecio por su buen nombre y honor cobra sentido en la discordancia registrada entre la abortada expectativa de “usar la lapicera” para ordenar al peronismo, y el poco edificante soplamocos en el hocico con que su dueña y señora le recuerda la irónica impronta impersonal con que degradó la condición unipersonal de la primera magistratura de la nación. Porque no contento con relegar todo su poder a favor de su subordinada administrativa, por orden de su aparente segunda el supuesto primero terminó entregando las riendas del gobierno a cierto tercero más falluto que intendente bonaerense con domicilio en Puerto Madero (cariños a Insaurralde y Espinosa).
La historia muestra que los triunviratos exhiben la tendencia a colapsar a la primera de cambio. Ni que hablar de la propensión a estallar en momentos en que se avecina un triunfo de Juntos por el Cambio. Por tal motivo conviene discriminar entre las inestabilidades estructurales en la configuración de un espacio de poder con tres puntales de sustentación y el malabarismo con un trío de granadas de mano obrado por el justicialismo de cara al precipicio. O mejor dicho, de una suerte de truco gallo donde tres contendientes juegan sumando puntos individuales sin que ello signifique un “todos contra todos”. Antes bien, siguiendo la versión cacareadora del juego de naipes, en cada mano dos contrincantes aúnan de manera rotativa fuerzas contra el restante. Que justo en este caso el que queda de araca siempre sea el mismo corre parejo con la sospecha de que el partido transcurrirá de principio a fin con bazas marcadas sobre un tapiz de intrigas palaciegas.
Porque para saber cuántos pares de candidatos –De Pedro/Ledezma, Scioli/Rossi o Massa/Magario– son tres botas presidenciales –Ella, ese y el otro– deberemos aguardar hasta la consagración de la fórmula presidencial nacional-populista. De remante, en este concurso para ver quién pierde por menos, hasta la dueña del circo que rajó al payaso de la próxima función confirmó por enésima vez que también se dio de baja a sí misma. Ausencia programada que explica cómo están las fieras. Sumando nerviosismo al culebrón venezolano del actual peronismo chavista (quien sabe con qué portento ideológico nos sorprenderán a futuro) todavía ignoramos si la designación de los aspirantes será a dedo, como reclama para sí Ventajita, o por PASO, como suplica el Fernández de utilería al sólo efecto de complicarle la vida comicial a sus flageladores seriales.
Los costados más intrigantes de la Cábala parecieran marcar con fatalidad numerológica la condena al paso en falso en que el tercer cristinato convirtió el destino de su gestión. En un trienio la conducción del FDT pasó de los tres mosqueteros de la justicia social a los tres chiflados de la bancarrota nacional. Misterios esotéricos aparte, lo único seguro es que dos son compañía y tres son multitud. Y mientras el tercero en discordia a quien no banca nadie no encaja en ningún armado para octubre, Gaby, Fofó y Miliki se están zampando los encajes bancarios de todos para hacer caja hasta diciembre.
El manoteo semeja una solapada actualización de la “nacionalización de los depósitos bancarios” perpetrada por Perón antes de asumir como presidente y repetida en 1973. La cantinela expropiadora prendía al compás del nacionalismo ramplón tan caro al sentir nacional-populista con jingles pegadizos como “Hacer argentino el dinero del país”. Demagogia confiscatoria pregonada en marzo de 1946 por quien hasta su encarcelamiento se desempeñaba como vice-presidente de un gobierno golpista. Insomne por generar las condiciones óptimas al momento de su acceso efectivo al poder, ya dueño del triunfo electoral digitó a Farrell para que nacionalizara el Banco Central. Obedeciendo los dictados de otra persona, algo evidentemente compulsivo en el peronismo, el presidente títere de aquel entonces procedió el 25 de marzo de 1946 a reformar de cabo a rabo la entidad que otro presidente de facto –Justo- había creado. En perspectiva la embestida puede semejar patriada. Claro. Hasta que ajustamos el grado angular al punto que la descripción del revire incluye la dimensión del botín y el destino de los caudales embuchados.
En la narración peronista de los acontecimientos suelen omitirse una serie de pequeños detalles. Elipsis más o menos asimilable a cuando los compañeros se golpean el pecho por los DD.HH. mientras silencian los más de mil muertos y desaparecidos durante el gobierno constitucional de la fórmula Perón-Perón, el pacto militar-sindical de Luder con los genocidas y la negativa del PJ en su conjunto a formar parte de la CONADEP. Pero yendo a los orígenes del embeleco detectamos que para el momento en que se adoptó la medida bajo comentario las reservas líquidas del organismo ascendían a 5628 millones de pesos. Monto resguardado en oro y divisas equivalente a 1700 millones de dólares de la época. Fabulosa cuantía que no sólo sextuplicaba con creces el monto de la Deuda Externa de 1946 (246 millones de dólares) sino que representaba la tercera parte de las reservas bancarias totales en América Latina. Una fortuna inconmensurable acopiada tras años de balance comercial superavitario de la que no quedó ni rastro, gracias a la conformación de un directorio plagado de partidarios dedicados en cuerpo y alma a vaciar un banco mientras entonaban eso de “combatiendo al capital”.
Detrás de la maniobra punguista presentada con el maquillaje de la “soberanía económica”, que en menos de un bienio redujo a la mitad las reservas de la entidad, operaba una racionalidad señera de la época y matricial de los tiempos por venir. Cuando el confeso admirador de Mussolini todavía no había mandado a Borges a trabajar como inspector de aves de corral ya se permitía precisar los lineamientos del quehacer justicialista. El pase de manos que inició el “nacionalismo fiscal” presentó el modelo prototípico de los estropicios futuros: tercerizar el balurdo de cualquier movida política urticante y capitalizar los réditos del esfuerzo económico ajeno. En declaraciones premonitorias del “plan llegar”, Perón sinceró los principios rectores de un accionar que, con la potencia de lo inconsciente, regresaría como plataforma política de Massa en modalidad de candidato: “Antes de nuestro ascenso al poder comenzamos a reformar, con el apoyo del gobierno vigente, lo indispensable para ganar tiempo”
Apología del fracaso
La habitualidad como agravante delictivo palpita en el anestesiado folclore argentino con el reconfortante latir de lo familiar. “Los peronistas son así”. Acostumbrados a sus derrapes terminamos convalidando con una sonrisa apagada nuestras caídas al precipicio. Sin mayores sobresaltos por irnos al tacho el grueso de la ciudadanía vuelve a votarlos en Tucumán, Santiago del Estero, Formosa, Chaco y La Matanza. El síndrome de Estocolmo nacional, provincial y municipal, no se me ocurre otra manera más concreta de tipificar el cuadro crónico de enamoramiento electoral con quienes deshacen al país, acaso hunda sus raíces en un estado de desánimo acendrado en las sistemáticas defraudaciones sufridas por la ciudadanía.
O tal vez emane de la tan profunda como contaminada napa de resignación cultural de quien halla consuelo en lo malo pero conocido. Porque aparentemente no nos cansamos de volver a comprar entradas para ver una y otra vez la misma película de terror. Al contrario. Prestamos anuencia apática a la enfatización del desmoronamiento cuando renovamos la esperanza de construir un futuro con los mismos que derrumban lo poco que va quedando. El razonamiento suena más o menos así. “Roban pero algo hacen. Podría haber sido peor. Si estaban los otros hubiera sido más grave porque en una situación así los peronistas en la oposición te voltean”.
De manera complementaria y por completo ilógica con nuestro acto reflejo de atenuar las culpas de los que desmantelan la nación, desatamos nuestra ira más cerril contra los fracasos no peronistas. Porque el 2001 fue culpa de que de la Rua no supo desactivar en un año y medio la bomba que Menem plantó durante diez. No de que el turco dejó un dispositivo termonuclear a punto caramelo para estallar. En simultáneo persiste la idea que a Maldonado lo desapareció Cambiemos a pesar de que más de medio centenar de peritos de partes firmó por unanimidad una autopsia que impugna esa idea.
Porfiados en la culpabilidad del enemigo antes, durante y después de cualquier demostración empírica a favor o en contra de la ocurrencia del momento, bajo la certeza técnico-jurídica de “no tengo pruebas pero tampoco tengo dudas” los abanderados del nacional-populismo inundaban twitter con un mensaje estandarizado. Proclama abreviada donde mostraban su celo virtual por la memoria del más reciente desaparecido. “Soy Wado, hoy estoy en capital. ¿Dónde está Santiago Maldonado?” (26/08/2017). Semejante falta de respeto a la tragedia histórica de la dictadura redactada por el hijo de padres desaparecidos resume una tradición de desapego a la verdad hecha doctrina facciosa. Y desde ya que entre los “hijos de la generación diezmada” nadie osará preguntarse por Instagram “Dónde está Cecilia Strzyzowki?”.
Cuando la respuesta a la pregunta de tantos denunciantes digitales apareció en la forma de 57 pronunciamientos científicos a contramano del Jácusse aullado desde los celulares, ninguno de los Emile Solá con IPHONE salió a rectificarse ni con un mensaje de texto. Se ve que relato mata dato. Va de suyo que no sólo la convicción militante disuelve la evidencia incontrovertible sino que la afinidad partidaria convalida lo que venga. Hasta lo más abominable. Porque los mismos que se rasgaron las vestiduras fantaseando con que a Maldonado lo ahogó Patricia Bullrich con sus propias manos, hicieron un olímpico mutis por el foro ante las decenas de desapariciones seguidas de muerte cometidas por las policías de jurisdicciones peronistas durante el encarcelamiento social decretado por el Capitán Beto. Lo único que faltó para clausurar con bombo y platillo esa sinfonía de violaciones a los DDHH fue una catarata de tuits progres exponiendo en mucho menos de 140 caracteres el principio normativo de la dictadura: “Algo habrán hecho”.
Amplificando la distorsión que justifica el espolio del patrimonio nacional como un mal menor y que convalida por omisión el regreso de las prácticas más oscuras de nuestra historia reciente, el elenco nacional-populista de ayer, de hoy y de siempre condimenta las interpretaciones sobre los colapsos peronistas con el aditivo imaginario de la conspiración extranjera. La coartada sobre la implosión doméstica consiste en denunciar un complot internacional articulado desde los centros secretos del poder mundial. La observación no remite a la lisérgica sospecha de que Macri falseó el VAR de Qatar para que Argentina perdiera contra Arabia Saudita. El mejor ejemplo de la paparruchada repetida hasta el hartazgo nos lo facilita el tirano prófugo acobachado en Puerta de Hierro. Resbaloso en sus valores y pétreo en sus intereses, desde la comodidad madrileña que le confería vivir bajo el ala de dictadura más ultraderechosa de la época, sin ruborizarse le escribía a Mao en registro anti-imperialista sobre las desventuras marxistas del peronismo en su etapa de mayor esplendor fascista. El pasaje de una esquela fechada en 1966 captura lo esencial del camelo confabulatorio.
“La acción nefasta del Imperialismo, con la complicidad de las clases traidoras, han impedido en 1955 que nosotros cumpliéramos la etapa de la Revolución Democrática a fin de preparar a la clase trabajadora para la plena y posterior realización de la Revolución Socialista”. La misiva data del año en el que Perón festejaba el derrocamiento de Illia y fue dada a conocer por José Claudio Escribano en tiempos recientes. Traduttore traditore se comenta con frecuencia ante las divergencias entre las fuentes y su adaptación a otras lenguas. Seguro eso es lo pasó con el cántico “Perón, Mazorca, los bolches a la horca” tan repetido en la época de la comunicación dirigida a Beijíng. Vaya uno a saber cómo se dice eso en chino.
Citemos a continuación la segunda de las fuentes extraídas del excelente artículo de Juan Luís Besoky aparecido en la revista Política e Cultura (Volumen 5, Nº 3, p 199-223) y destacadas en itálicas para su identificación. “El número 5 de El Caudillo del 14 de diciembre de 1973 explicaba a sus lectores el significado de esta palabra: <<¿Qué es pues, la sinarquía? Podríamos decir, aventurando una definición, que es la unidad operativa de un conjunto de potencias clandestinas, que en todos los órdenes (político, económico, cultural y religioso) contribuyen a la formación de un gobierno mundial invisible. (…) Sinarquía, pues, en sentido etimológico menta la convergencia radical de principio de poder que gobierna al mundo>>.”. Chupémonos esa mandarina.
Lo principal de la cantinela de “los poderes visiblemente contrapuestos (…) en el mundo se coaligan en la sinarquía” prosigue en una subsiguiente comunicación epistolar de 1970, también puesta a disposición del conocimiento público por Escribano, donde el autor de “por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos” señalaba que la Iglesia habría entrado en componendas con “las fuerzas de la sinarquía internacional antiargentina (…) predicando contra nosotros desde púlpitos argentinos”. Inmejorable elucidación conspiranoica que, visto y considerando el ímpetu comunista –y por lo tanto ateo- mostrado cuatro años antes, induce a concluir lo evidente: a Perón lo destronó una asociación israelí y clerical entreverada con insidiosos vectores iniciáticos en las vísperas de la frustrada consagración soviético-justicialista de la dictadura del proletariado agrupado en la vanguardia de las 62 organizaciones. Como sinopsis del delirio cabe recordar la manera en que la JP vitoreó en 1974 el nombramiento de Alberto Ottalagano en calidad de rector normalizador de la UBA: “En la patria de Perón, ni judío ni masón”.
Graznan Sancho. Señal que nos hundimos
Pero el entorno internacional, ese pavoroso territorio situado exactamente del otro lado de la silueta territorial de la “Comunidad Organizada”, no siempre se encuentra plagado de oscuras amenazas de sabotaje global. Al contrario. El tenebroso afuera bien puede transformarse en fabuloso cajero automático cuando llega el momento de rascar el fondo de la olla. En temporadas de vacas flacas los chauvinistas olvidan su aversión hacia el extranjero para redescubrir su afición a lo importado. Entonces activan el uso del pasaporte oficial para volar en dirección hacia donde sea que se huela un mango. Ávidos de lo que puedan garronear en el exterior, los máximos referentes del nacional-populismo en formato limosnero cambian el seteo mental de trifulca intestina tan pronto como pasan migraciones.
Ya arriba del avión pausan su pendencia permanente en virtud de una coincidencia estilada a contramano de los preceptos más elementales en política exterior: pasean por el mundo despotricando contra la oposición como vértice discursivo de las relaciones entabladas con el mundo. La afición peronista por lavar los trapitos sucios fuera de casa deriva de su perspectiva de cabotaje sobre los asuntos internacionales. No contentos con transformar las embajadas en unidades básicas, asumen que la diplomacia se practica con lógica de reunión de consorcio. Huelga decir que el problema no estriba en que el Justicialismo no entienda el orbe. Radica en que el planeta todavía no le cazó la onda al Movimiento. Aníbal Fernández lo explicó con claridad en 2017: “El Peronismo tiene lógicas que la teoría de la comunicación política mundial no entiende”.
La incomprensión terráquea genérica respecto de la racionalidad nacional-populista precipita en malos entendidos específicos sobre la clase de vinculación inter-estatal auspiciada con la soga al cuello. La inserción geopolítica fomentada por el FDT (perdón, UP) para Argentina consiste en entregarse con moño a quien amague con tirarles un centro financiero. La proyección mundial del “plan llegar” requiere la adhesión uniforme de una estratagema de encubrimiento argumental. El embauque consiste en legitimar la necesidad de alinearnos con el prestamista de turno en el riesgo de entrar en cesación de pagos por deudas contraídas por el cipayismo local. Chamuyo apuntalado en la crueldad del veleidoso destino. El viento de cola que antaño los consagró en el derroche trocó en acreencia soberana que les sopla la nuca.
Para enmascarar la responsabilidad peronista en el descalabro de las cuentas nacionales denuncian frente al auditorio global que la falta de dólares debe achacarse a un mix de infortunios del cual nada tienen que ver. Alegan culpas previas (Tierra Arrasada), arguyen imponderables (sequía), aducen cataclismos (pandemia) e invocan desbarajustes (Putin masacrando niños en Ucrania). Apología (eufemismo de chamuyo) pregonada con expectativa autoexculpatoria primero ante los interlocutores foráneos, pero en verdad dirigida sobre todo ante el propio electorado. Porque de alguna manera deben explicar y explicarse la mala pinta que tiene el hecho que jugados con el Fondo intenten fondearse con quien pinte como si de hecho se tratara de un juego. El debate respecto a quién más le vamos a deber un montón para saber cómo abonar a los que ya le adeudamos muchísimo puede resumirse en las dignas palabras de nuestra Angela Merkel con delirios de Vladimir Putin: “Esa es la discusión que están esperando los argentinos y no las boludeces que se dicen en los medios de comunicación”.
La interminable peregrinación manguera emprendida por nuestros antiimperialistas recorre con el desenfado de la herejía pedigüeña los santuarios de la China atea, la Rusia ortodoxa, el Qatar sunní, el Irán chiita y, como siempre, se postra de hinojos a la entrada de los salones del Santo Padre. Genuflexión mendicante practicada sin consciencia de haber entrado en el camposanto de las retaliaciones diferidas. Ayer indistinguibles en la común solidaridad y hoy irreconciliables en su respectiva mezquindad, el justicialista de incumbencias sagradas ahora anatemiza a los peronistas con responsabilidades profanas que antes bendecía. Porque como bien sabemos por estas latitudes, los peronistas te acompañan hasta el cementerio. Pero sólo hasta la puerta. Y en este caso especial, por el mismo precio también le ofrece al finado unas pompas fúnebres Premium obviamente impartidas desde afuera de la necrópolis.
A no sobresaltarse por fatalidades previsibles. Sorprenderse ante lo esperable equivale al sinsentido de angustiarse frente a lo inevitable. Y como en política el único pecado imperdonable es la ingenuidad, la lectura optimista de la borra del porvenir debe ceder ante la resignada escucha de la música del velorio en ciernes. Exequias democráticas venideras donde las cenizas de un gobierno incinerado por su propia inepcia quedarán enterradas en las urnas donde se depositarán los votos. El lúgubre presagio de mancomunión entre sufragios y polvo tiene origen en una de las tantas muestras de desfachatez camaleónica de consuno rotulada como “lealtad”.
En la eternidad no hay tiempo. Ergo los recuerdos más remotos cuentan con la nítida vigencia de una vivencia en tiempo real. ¿A título de qué viene la observación sobre lo imperecedero? A que el encono del FPV contra el obispo porteño reconvertido en devoción del FDT por obispo de Roma alumbró una gentileza análoga de parte de su sucesivo objeto de escarnio y deseo. La devolución trepó en sofisticación hasta el nivel “Papa Borgia” cuando el respaldo pontificio mutó en eutanasia vaticana. Recapitulemos la aparente menudencia para apreciar su efectiva contundencia.
Los K atacaban a Bergoglio para luego adorar a Francisco. Por lo tanto, como para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, el Papa pasó de pedir que “cuiden a Cristina” en las vísperas de las elecciones de 2019 a recordar en el umbral de los comicios de 2023 que en sus tiempos de obispo los K lo querían destruir. O más exactamente “Me querían cortar la cabeza”. Simetrías impiadosas. Con una palabra suya bastaría para salvarlos del tercer lugar en las primarias. Empero, en lugar de hacer lo posible para resucitar un muerto electoral que él mismo trajo a la vida, fundiendo teología católica con doctrina peronista el vicario de Cristo crucificó al vicario de Cristina. Porque ya se sabe. Cría cuervos y los curas pobristas te arrancará los ojos…
Fuente D,R y F