La tan anunciada y cacareada contraofensiva ucraniana planeada para recuperar territorio ocupado por los rusos parece condenada al estancamiento en todos los frentes.
No se detectan grandes cambios en el equilibrio de fuerzas. Quizá ha llegado la hora de la política y de poner fin a la guerra a través de la diplomacia.
La estrategia ucraniana en esta contraofensiva parece tener como objetivos liberar territorios ahora ocupados por los rusos hasta el mar Negro, para así volver a controlar los estratégicos puertos del mar Azov, e intensificar la presión sobre el Donetsk y Lugansk, ocupadas desde el año 2014 por milicias prorrusas en coordinación con Moscú. Pero también las fuerzas ucranianas han intensificado los combates en los alrededores de Bajmut y Zaporiyia y tratan desesperadamente, no con mucho éxito, de arrebatar territorios a los rusos.
Pero también los últimos combates en Bajmut, donde los rusos han tardado meses en ocuparla en una batalla de alto desgaste para los dos bandos, han mostrado a las claras las limitaciones del Ejército ruso, que mostró sus fisuras en cuanto a la estrategia a seguir en la guerra y las carencias en cuanto suministros militares y recursos humanos. Pese a todo, Rusia cuenta con suficientes territorios conquistados en Ucrania para comenzar unas negociaciones en condiciones de superioridad con los ucranianos.
Lo ocupado en estos días por las fuerzas de Ucrania es insignificante en términos territoriales cómo para cambiar el curso de la guerra y obligar a Rusia a negociar en unas condiciones más favorables para Kiev. En total, según aseguran fuentes oficiales de Kiev, los ucranianos han recuperado unos 113 kilómetros y, en dos semanas de operaciones ofensivas hacia Berdiansk y Melitópol, se liberaron ocho poblaciones: Novodarovka, Levádnoye, Storózhevo, Makárovka, Blagodátnoye, Lobkovoe, Neskúchnoye y Piatijatki.
“El objetivo ucraniano es abrir una o varias brechas en la línea del frente, que va desde el norte de la región de Zaporiyia hasta el área de Bajmut en el este. Si la ruptura resultara suficiente, el avance ucraniano debería alcanzar las costas del mar Azov para así partir en dos el territorio ocupado por los rusos, y aislar a los que ocupan el oeste de Zaporiyia y el sur de Jerson, lo que pondría al alcance de Kiev la península de Crimea que Putin se anexionó en 2014”, señalaba con bastante acierto el analista Mauricio Vargas en un reciente artículo. Pero, de no conseguirse esos objetivos en un plazo cercano, es decir, de aquí a septiembre, en que llegará el general invierno y la ofensiva ucraniana se vería paralizada por las inclemencias climáticas, la contraofensiva fracasaría y apenas obtendría una victoria pírrica.
Conseguir esos objetivos relatados anteriormente para Ucrania significaría un alto coste en vidas humanas, en material militar y, sobre todo, en tiempo, ya que sus aliados occidentales podrían empezar a cansarse y buscar una desesperada salida diplomática. Los países de la OTAN, que han destinado ingentes recursos militares a armar a los ucranianos, podrían buscar darle una salida razonable y política a Rusia, aunque fuera a costa de que Ucrania sacrificara algunos territorios a cambio de una paz injusta pero que al menos daría algo de estabilidad y seguridad al continente. Una guerra eterna en Ucrania no convence a nadie, incluidos a los Estados Unidos.
Entonces, dados los últimos movimientos de las dos fuerzas en el campo de batalla, está claro que estamos asistiendo a un estancamiento de los frentes y que no se están produciendo acciones concluyentes y definitivas. Rusia se está preparando, mejor dicho, está preparando a su opinión pública y a sus fuerzas militares, para una guerra de larga duración, aunque ello tenga altos costes en la escena internacional en materia de imagen y proyección exterior, pero a la vez mostrando al mundo que el impacto de las sanciones internacionales impuestas por Occidente ha sido muy relativo.
La economía rusa, a merced de la ayuda china, los intercambios con Irán y Turquía y la compra de petróleo por parte de India, no ha sufrido grandes estragos ni una grave crisis al estilo de la padecida por Teherán con sanciones parecidas; ni siquiera el rublo se ha depreciado como pensaban muchos analistas y muestra una gran fortaleza frente al dólar en medio de la adversidad provocada por la guerra.
LA GUERRA YA NO TIENE NINGUNA FINALIDAD
Esos 113 kilómetros reconquistados por Ucrania no son nada frente a los casi 100.000 que ocupa Rusia, aproximadamente el 17% de su territorio, y de cara a unas futuras negociaciones la posición de Ucrania sería muy débil, pese a que su presidente, Volodímir Zelenski, se aferra a una resistencia numantina y una lucha hasta el final, hasta la victoria. No cabe duda que los próximos meses serán muy duros, vienen meses de duelos de artillería, lucha de trincheras y bombardeos rusos a objetivos civiles ucranianos, antes de quede claro si Ucrania conseguirá sus objetivos en esta contraofensiva.
En estas circunstancias, más adversas para Ucrania que para Rusia, que goza de una superioridad numérica en hombres y armas, los Estados Unidos buscan una salida política y diplomática sin arriesgar su posición como líder hegemónico mundial. La reciente visita del secretario de Estado norteamericano, Antony Bliken, a China y las largas conversaciones mantenidas con su par chino y también con el presidente de este país, Xi Jinping, han encendido las alarmas de que todavía puede haber una mediación china entre Kiev y Moscú que lleve a ambos bandos a una mesa de negociaciones.
El próximo año 2024, que está a la vuelta de la esquina, hay elecciones en Estados Unidos y todo indica que Donald Trump podría volver a ganarlas. Trump es mucho más cercano a Rusia que el presidente Joe Biden y ya ha anunciado que negociará con Moscú para poner fin a esta guerra de una forma rápida, habiendo concitado ya el apoyo del presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, uno de los principales aliados de Vladimir Putin en la escena internacional. Ese escenario para Zelenski sería catastrófico, dado el peso de los Estados Unidos en la OTAN, y seguramente tendría que aceptar unas condiciones para la paz mucho peores que las que soportaría ahora. Ignorar esa realidad, por mucho que se empeñe Kiev, es tapar el dedo con el sol y no ver que al final se impondrá la realpolitik al margen de la superioridad moral de la causa ucraniana. Biden, más concretamente los Estados Unidos, busca la paz a contrarreloj porque sabe que no hay tiempo que perder para la causa ucraniana.
China ha tomado nota de todos estos pasos dados por Estados Unidos, no solamente despachando un enviado especial a Moscú y a Kiev, al igual que a varias capitales europeas, sino que ha iniciado contactos al más alto nivel con Ucrania, tal como lo reveló la conversación entre el presidente chino y Zelesnki. China, al margen del éxito diplomático que se anotaría en su hoja de servicios internacional, es consciente que estamos ante una guerra de desgaste que no cumple ninguna finalidad ni a Rusia ni a Ucrania, aunque ambas partes se obstinen en lo contrario.
Es poco probable que Ucrania conquiste muchos más territorios en estos meses y, visto lo visto en Bajmut, dada la incompetencia rusa en los nueve meses que tardó en conquistar esa ciudad, Rusia no ocupará nuevos territorios y se estancará en los frentes, quizá perdiendo algunas localidades conquistadas a los ucranianos, pero sin perder los objetivos más significativos, entre ellos Crimea, irrenunciable para Putin. Esta guerra cada vez recuerda más a la batalla de Verdún, en que murieron miles de soldados franceses y alemanes inútilmente sin que ninguna de las dos partes avanzara territorialmente. Ha llegado la hora de la política, de la negociación diplomática entre los dos bandos, aunque la paz que nazca de la misma sea injusta y no agrade, con toda seguridad, a los ucranianos.
Por Ricardo Angoso
Fuente Aurora