LA HABANA, Cuba. – El pasado sábado, fue noticia en Rusia lo que el señor Yevgueni Prigozhin, jefe del grupo paramilitar Wagner, denominó “una marcha por la justicia” enfilada directamente contra el ministro de Defensa Serguéi Shoigú y los líderes de la invasión a Ucrania. El dictador Vladímir Putin prefirió términos peyorativos, al calificar la intentona como un “motín armado”, y evaluar su alcance de modo truculento: “una puñalada por la espalda”.
Ha provocado asombro la manera expeditiva en la que Prigozhin y sus hombres avanzaron dentro del territorio ruso. Tras abandonar Ucrania, país en cuya invasión participaron de modo destacado, los wagneritas se dirigieron a Rostov de Don, importante ciudad meridional, la cual ocuparon con una facilidad que dejó muy mal paradas a las fuerzas armadas de la potencia nuclear. También irrumpieron en otra capital provincial —Voronezh—, menos poblada, pero más cercana a Moscú.
Cuando la columna de vanguardia de los wagneritas se encontraba a unos 200 kilómetros de la capital, su jefe Prigozhin ordenó detener el avance, y se declaró deseoso de evitar un “derramamiento de sangre”; en la ecuación entró también, en calidad de “mediador”, el otro dictador europeo —el bielorruso Lukashenko—, con cuya intervención se logró que Prigozhin y sus colaboradores salieran de Rusia y terminara la “Marcha por la Justicia”.
No han trascendido los pormenores del acuerdo alcanzado, pero por aquello de “piensa mal y acertarás”, si tenemos en cuenta que Wagner es un ejército privado compuesto por mercenarios, es razonable pensar que, con toda probabilidad, el elemento central del armisticio alcanzado pueda expresarse en millones de dólares (faltaría determinar su monto).
Por consiguiente, las tremebundas consecuencias que, según el anuncio público que hizo Putin en su alocución sabatina, traería la intentona golpista para sus autores, quedarán en nada o poco menos. Es de presumir que Prigozhin continúe refugiado en Minsk, gozando de la hospitalidad vigilante de Lukashenko. Este, a su vez, no debe sentir simpatía por él, pero tampoco desea que su actividad pública de mediación y acogida se vea empañada por una persecución contra ese huésped indeseable.
¿Qué implicaciones tendrá la marcha para el dictador del Kremlin y su régimen? El colega James Horncastle, refiriéndose a la invasión de Ucrania, escribe para The Conversation: “La revuelta ofrece potencialmente a Putin una manera de poner fin al conflicto y salvar la cara”. Y más adelante precisa: “Si puede echar la culpa de la derrota a uno o varios chivos expiatorios —como las fuerzas del Grupo Wagner implicadas en la rebelión armada—, eso podría proporcionarle una vía de salida”.
Sería maravilloso que ahora mismo el pueblo ucraniano pudiese librarse de la bárbara invasión ordenada por el actual inquilino del Kremlin, de sus secuelas de luto y destrucción; pero en este mismo momento esa no parece una perspectiva realista. Me inclino a pensar que lo razonable, en estos momentos, es esperar que la actual contraofensiva ucraniana se desarrolle con éxito y conduzca, a mediano plazo, a una victoria contundente sobre los agresores rusos.
Pero sí parece acertado valorar el sainete escenificado, pese a su fugacidad, como una muestra palpable de las rajaduras que debilitan el régimen dictatorial de Putin. Es lo mismo que, en un lenguaje más llamativo, expresó el presidente ucraniano Volodimir Zelensky: “Hoy el mundo ha visto que los amos de Rusia no controlan nada. Nada de nada. Solo un caos total”. A esto, su canciller Dmytro Kaleba agregó una perogrullada: “Cualquier caos detrás de las líneas enemigas favorece nuestros intereses”.
Por su parte, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, aunque en un lenguaje más comedido y diplomático, también se hizo eco de esa realidad irrebatible: “Esta situación plantea preguntas muy profundas y demuestra verdaderas fisuras” en el Gobierno ruso, dijo. Y señaló otra obviedad: “El hecho de que haya alguien dentro que cuestione directamente la autoridad de Putin, que cuestione directamente las premisas sobre las que se lanzó esta agresión contra Ucrania, eso, en sí mismo, es algo muy muy poderoso”.
En medio del importante desafío, cabe destacar la apatía mostrada por el pueblo ruso. No fueron muchas las muestras de interés dadas por los ciudadanos del gran país ante los acontecimientos. Pero también ese desinterés resultó adverso al dictador: en las pocas opiniones que exteriorizaron, el apoyo a los mercenarios de Wagner prevaleció de modo claro sobre las muestras de respaldo al régimen de Moscú. (Aunque esta realidad no ha impedido que Putin, en un discurso demagógico y mentiroso este lunes, agradeciese a los ciudadanos rusos “por su resistencia, unidad y patriotismo ante la situación”).
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org