Por Martín Rodríguez Yebra
La candidatura de Massa impacta en los planes de la oposición; la baja de Milei vuelve a alentar la polarización y el peronismo se reacomoda mientras arma un “veranito electoral”
Visto con la perspectiva del tiempo, el mote malicioso de “Ventajita” que Mauricio Macri le puso a Sergio Massa en 2016 se confunde con un apelativo cariñoso. Esta semana Cristina Kirchner lo llamó “fullero”, o sea un jugador experto en trampas, y el ministro/candidato no tuvo más remedio que asentir con su sonrisa icónica. La identidad de quien habla modifica la carga de cada término, pero los dos aluden a características de un profesional de la política que no regala nada: oportunismo, ambición, audacia.
La irrupción a último momento de un competidor con ese perfil sacudió el tablero de las elecciones. Fue un terremoto que dejó expuestas las miserias de la coalición peronista y que alteró también, en un sinfín de réplicas, la disputa a cara de perro por el liderazgo en la oposición entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta.
En los dos cuarteles de Juntos por el Cambio asisten con interés al teatro de la reconciliación peronista después del fin de semana en el casi vuela todo por los aires. Les toca enfrentar a un oficialismo unido de cara a la galería y no a una facción fanatizada y resignada a la derrota. Mantienen la fe en que el ganador de las PASO opositoras será el próximo presidente, aunque saben que ahora empieza un partido en el que los errores se pagan caro.
Larreta quedó inquieto con el triunfo de Massa en su póker contra el kirchnerismo. Lanzó la campaña en el verano diciendo que “la grieta es una estafa”, sin atender a quienes le recomendaban que debía enfocarse en conquistar el voto duro del Pro para salir a pescar fuera de la pecera una vez que ganara las primarias.
“La de agosto no es una interna, sino una elección obligatoria en la que vota el padrón general”, era la lógica de aquella apuesta. La composición del juego era que Massa –devaluado por su gestión en Economía– no sería candidato, que el kirchnerismo presentaría una fórmula identitaria para sobrevivir en la resistencia y que quedaría un voto huérfano en el centro. Un filoperonismo que en su momento se ilusionó con Alberto Fernández y que podría optar por Larreta en las PASO para desnivelar la balanza contra el macrismo.
Con Massa en la cancha esa tesis se torna incierta. La narrativa de esta última semana pareció un regreso a las fuentes. “Son lo mismo”, es una suerte de eslogan obligado de los candidatos del larretismo, con el que buscan pegar al ministro de Economía con Cristina, para que aquellos indecisos que habitan fuera del espacio cambiemita no se confundan. Pensando en el votante propio, endureció el tono contra el kirchnerismo en discursos y spots. Casi un desagravio a la grieta.
Larreta tejió una alianza interna más diversa que la de Bullrich, cuyo sostén principal es el ala dura del Pro. El jefe porteño se preocupó por darle lugares visibles en las boletas a figuras que desmientan la noción de que de su lado están las “palomas”. El ascenso de Gerardo Morales al ticket principal estaba decidido hace tiempo, pero fue motivo de celebración que el anuncio coincidiera con el violento conflicto en Jujuy, del que el gobernador radical emergió como abanderado de la mano dura.
El eje central de la propuesta de Larreta es que urge articular un consenso amplio en la Argentina para aprobar reformas duraderas, que no estén sujetas a un vaivén electoral tóxico. Allí se centra su refutación al gobierno de Macri, como explicó el miércoles con un fraseo que irritó a sus adversarios internos porque usó la palabra “fracaso”.
En un rapto de sensibilidad extrema, Bullrich le devolvió un misil. Lo acusó, entre otros atributos negativos, de “ventajero”. Estuvo a tres letras de colgarle el sambenito de Massa. Marcó el tono de lo que vendrá. “Esto es política grande. Acá se juega fuerte y no hay que asustarse. Miren las campañas de cualquier primaria en Estados Unidos. ¡Se matan!”, minimiza una fuente del comando bullrichista. ¿Lo entenderán así los votantes cuando al final de las PASO toque el abrazo entre vencedores y vencidos? La aspereza de la candidata sorprendió incluso a muchos macristas incondicionales, que habían entendido el sentido de la objeción de Larreta.
Arma arrojadiza
Quedó claro que Bullrich está dispuesta a usar la amistad personal que supo tener (o tiene aún) Larreta con Massa como arma arrojadiza en la campaña. El jefe porteño insiste en que los consensos que propone excluyen al kirchnerismo y que hoy en ese colectivo viaja Massa.
El nombre del ministro de Economía surge como símbolo del debate de fondo en la oposición: cómo hacer para empujar una agenda reformista liberal en la Argentina.
Larreta cree en que se deben construir acuerdos amplios con sectores del peronismo, del sindicalismo y del empresariado para blindar los cambios. Bullrich refuta que “hay que hacer lo que hay que hacer” y rápido. Que el “cómo” termina por modificar el “qué”. En eso es más rigurosa que Macri: ella le ha planteado en privado que durante su gobierno debió ser drástico desde el principio, aun cuando el expresidente sostiene que el contexto político lo obligó a meterse en el pantano del gradualismo.
El ala dura del Pro señala a Massa como símbolo del pactismo. Un político que fue capaz de seducir a gran parte del empresariado nacional y unificar al peronismo detrás de su figura. Que negocia con el FMI a la vez que representa a un frente que se define como “antifondo”. Que se describe como promercado pese a administrar con mano de hierro una economía cerrada al mundo y altamente regulada.
El larretismo considera una simplificación tramposa ligar su defensa del acuerdo a la figura del ministro de Economía. Candidatos como José Luis Espert, antikirchnerista y antimassista furioso, tienen el encargo de batallar contra esa acusación.
Macri es uno de los más enérgicos impulsores del cambio sin matices. “La discusión es si el sistema es parte de la solución o parte del problema”, se lo escuchó decir en una reunión reciente. Por “sistema” entiende al sindicalismo, al “peronismo moderado” que representa Massa, a las organizaciones sociales y a gran parte de los empresarios. Esa visión, compartida por Bullrich, parece el esbozo de una propuesta antisistema. No es casual que Javier Milei simpatice con este bando de Juntos por el Cambio y mantenga una línea de chat abierta con Macri.
¿Tercios o polarización?
El libertario sigue en franco descenso en las encuestas, afectado de manera evidente por un cierre de listas en el que quedó al descubierto la precariedad de su organización política. Esa caída es la otra novedad de las últimas semanas.
Pierde fuerza la convicción de que esta es una elección de tercios (entre el oficialismo, JxC y Milei), como afirmó la vicepresidenta en los días en que raspaba la olla en busca de un candidato presidencial propio. Los asesores de Bullrich y Larreta miran con obsesión los vaivenes de La Libertad Avanza: coinciden en que el número mágico es el 20%. Si termina en las PASO por debajo de esa barrera, opinan que terminará diluido en la primera vuelta de octubre.
El primer interesado en que le vaya bien al economista de los pelos enrevesados es Massa. La división opositora es condición ineludible para la carambola electoral que persigue.
Macri ajustó su pronóstico. Hace dos meses dijo que en público que habría un ballottage entre el ganador de las PASO de JxC y Milei. Hoy acepta que el rival a vencer es Massa, aunque no le atribuye chances de ganar con la salud actual de la economía.
No se lo verá mucho en la campaña al expresidente. La semana que empieza se irá al exterior durante unos 20 días por compromisos de la FIFA. Bullrich podrá acentuar el perfil que moldea desde hace meses: defensora del legado macrista pero no un instrumento del fundador del Pro. El armado de sus listas sugiere esa búsqueda. Están repletas de gente de su máxima confianza personal. “Se juega un pleno al arrastre de su boleta”, explican en su entorno, donde tampoco faltan aficionados a las apuestas.
Quedó clarísimo en su estrategia bonaerense. Presionó a todos los intendentes del Pro a definirse y se negó a aprobar listas distritales de unidad (hizo solo dos excepciones obligadas con Mar del Plata y Vicente López). Fue su reacción a la negativa de Larreta de compartir a Diego Santilli como candidato a gobernador. Desafiada, se propuso entronizar a Néstor Grindetti, que sin su impulso tiene números magros. Sumó al radical Maximiliano Abad y a su cartera de intendentes, pero no todos los caciques de la UCR terminaron de su lado. En el infinito territorio de la Provincia la interna amenaza con ser inclemente.
En el turbulento camino hacia las primarias se rompieron en el Pro vínculos de confianza y de afecto forjados durante años. La definición de candidaturas a la sucesión porteña dejó heridas profundas. Antes de que se cerraran del todo el fallido pacto larretista con Juan Schiaretti las reabrió. Macri les pidió hace tiempo a Bullrich y Larreta que resolvieran todos los conflictos ellos, mano a mano. Esa línea funciona con notables interferencias.
Paz y “platita”
A Massa le suma la pelea opositora y por eso exigió en su primera semana como ministro/candidato una reconciliación generalizada en Unión por la Patria, aunque por momentos se asemeje a una parodia. Cristina le dio una mano después de despacharse en público, el lunes, con un relato interesado pero jugosísimo de la mesa de negociaciones. Repartió elogios y dardos sin piedad, incluso hacia el elegido, al que sentó al lado para que su incomodidad quede retratada en primer plano. Fue su forma de maquillar la derrota que significó haber quedado expuesta al fiasco de la postulación de Eduardo de Pedro y al retruco que le cantó Alberto Fernández con el ancho falso del tándem Scioli-Tolosa Paz.
Entre Massa, Máximo y Cristina contuvieron al herido Scioli, le prometieron un papel central a De Pedro en la campaña y consolaron al kirchnerismo doliente con el caramelo de las listas legislativas. El massismo resignó lugares que le hubieran correspondido de no ser su jefe el candidato principal. Hasta Juan Grabois cobró mejor en bancas, en agradecimiento a la “candidatura colchón” que mantuvo para evitar la fuga de voto ideológico.
Massa tuvo que resignarse a darle la boleta a Julio Zamora, su enemigo en Tigre, porque el conflicto que se desató allí amenazaba con mostrar un lado oscuro de sus manejos políticos en el pago chico que contrasta con la imagen que busca dar de la Panamericana hacia afuera.
La paz interna que necesita el ministro es para enfocarse en construir un veranito electoral. Sigue operando fuerte en el mercado de bonos para congelar los dólares financieros y usa todas las herramientas de una economía regulada para presionar a las empresas por los precios. El objetivo es llegar a agosto con los índices de inflación en descenso. A eso le suma bajas de impuestos y créditos subsidiados para alentar el consumo. ¿Y después? Las apuestas se piensan de a una.
Al FMI le pagó con yuanes y, pese a sus promesas a la familia Kirchner, todavía no consigue el adelanto de los desembolsos que alejan el miedo a una corrida cambiaria en el umbral de las PASO.
En el massismo se ilusionan con que el ministro sea el candidato individualmente más votado en agosto y que la división opositora lo ubique como favorito hacia octubre.
Su gran dilema es qué venderle al electorado. Los primeros ensayos esta semana se asemejaron al rosario de excusas patentado por Fernández: la herencia de Macri, la pandemia, la guerra, la sequía y el miedo a la derecha ajustadora. Tiene que explicar por qué hará en el futuro lo que no puede hacer desde hace un año. La oposición también zozobra en esos mares. No hay épica para ofrecer rigor fiscal a una sociedad tan deteriorada por la sucesión de crisis económicas.
El desfile de vanidades del cierre de listas puso de moda a otro actor: Alberto Fernández. Envalentonado porque le frustró los planes a Cristina, se siente renacido. Quiere ser parte de la campaña con presencia en actos y spots. Massa estará dudando si al Presidente -cuya imagen positiva no llega al 20% en la mayoría de las encuestas– le falla el registro de la realidad o estamos ante un capítulo nuevo de su genial venganza.
Por si acaso, Massa y los Kirchner hacen lo posible por demostrar que la unidad lo incluye apenas como un asterisco y que el albertismo es una fuerza unipersonal en pleno declive.
A Agustín Rossi, el candidato a vice elegido en la Casa Rosada, lo cuentan como un kirchnerista de siempre. Este sábado el rosssita Germán Martínez, jefe del bloque de diputados oficialistas, expresó con pretendida elegancia: “El rol de Alberto en la campaña será la gestión”. Nunca es tarde para descubrir una afición.
Fuente La Nación