VILLA CLARA, Cuba. — Marta de los Ángeles Abreu Arencibia fue, sin lugar a dudas, una mujer antepuesta a su tiempo que concibió numerosas obras para el beneficio de los pobres de la ciudad de Santa Clara. Una buena parte de las importantes edificaciones que aún siguen pie al centro de Cuba se le deben al bolsillo de “La Benefactora”, que no tuvo reparos en poner su fortuna a disposición de los demás.
Se cuenta que Marta estaba obsesionada con convertir su ciudad natal en la capital del país cuando la sorprendió la muerte. Había dedicado toda su vida a financiar obras constructivas que se asemejaran a las de las grandes urbes europeas y Santa Clara le debe haber contado con alumbrado eléctrico en fecha tan temprana como lo fue el año 1895.
Cuando se habla de los aportes de Marta Abreu, siempre se vincula su figura con el Teatro La Caridad, la Estación de Ferrocarril o el Observatorio Meteorológico Municipal, todo un adelanto para su época. Sin embargo, poco se ha hablado de los cuatro lavaderos públicos que mandó a construir para las mujeres de Santa Clara, los primeros de su tipo en Cuba y posiblemente los únicos, ya que existen pocas referencias bibliográficas de otros similares.
Durante su paso por Suiza, Marta se entusiasmó al ver la forma más humanizada en la que las europeas lavaban sus ropas bajo techo y quiso copiar el prototipo. En aquella ocasión, fue acompañada por el naturalista y preceptor de su hijo, Carlos de la Torre, quien luego relataría cómo la dadivosa dama no hacía más que disertar sobre su nueva empresa.
Y es que las lavanderas de Santa Clara realizaban esta faena en la ribera de los ríos Bélico y Cubanicay, a la intemperie, agachadas y expuestas a todo tipo de peligros, incluida vejaciones sexuales producto de la copiosa vegetación.
Los establecimientos de este tipo ya eran comunes en Europa y, en su mayoría fueron construidos entre 1820 y 1830. A Cuba llegarían de la mano, la bondad y la fortuna de Marta.
A su regreso de Suiza, “La generosa”, como también se le conocía, envió una carta al Ayuntamiento en la que manifestaba su interés en la construcción de cuatro lavaderos públicos, que estarían situados en puntos opuestos de la plaza central.
“He resuelto hacerlos a mis expensas y donarlos graciosamente al municipio a condición de que sean gratuitos a perpetuidad y de que en ningún tiempo puedan ser enajenados ni gravados”, expuso sin medias tintas en su misiva.
Al poco tiempo, y sin oposición alguna, se mandaron a construir los cuatro lavaderos, inaugurados el 15 de mayo de 1887, y cuyo costo total ascendió a 10.000 pesos: dos ubicados en los márgenes del Cubanicay y dos más a orillas del Bélico.
Cada lavadero contaba con una bomba de agua al centro, unas 36 bateas móviles, anchos portales y varias tendederas para colgar la ropa. Se lavaba allí por orden de llegada, desde las seis de la mañana y hasta las seis de la tarde.
El reglamento de los mismos puntualizaba que habían sido concebidos expresamente para las mujeres pobres y que se les permitía llevar allí a sus hijos a la espera del secado de la ropa, siempre y cuando no tendieran en las barandas y protegieran sus paredes. Según explica el investigador de la familia Abreu, Gil Hernández Pozo, en uno de artículos se prohibía que los hombres ingresaran a los lavaderos o que tomaran baños en sus inmediaciones.
“Marta dispuso que las aguas jabonosas no fueran a parar directamente al río para no contaminarlas”, cuenta Gil en un video disponible en su canal de Youtube. “Iban a parar a una fosa con una serie de piedras y carbones que filtraban esas aguas”.
Hacia el año 1928, con la creación de la red de acueducto y alcantarillado de Santa Clara, el hijo de Marta Abreu decidió donar los establecimientos para que fueran convertidos en kindergarten.
De aquellos cuatro lavaderos solo quedan tres en pie: uno de ellos fue convertido en vivienda, otro en una sala de teatro y el restante soporta los embates del tiempo y las crecidas del río, mientras sortea a la par muchos años de descuido y falta de mantenimiento.
Fuente Cubanet.org