LA HABANA, Cuba. — Carros de patrulla haciendo la ronda o parqueados en las esquinas la noche y la madrugada, y hasta un buque de la armada rusa “casualmente” fondeado la víspera en la Bahía de La Habana mientras las labores de remolcadores y lanchas de pasajeros quedaron suspendidas “hasta nuevo aviso”.
Dicen que lo de la “lanchita de Regla” fue por roturas, pero aún así somos mayoría los que sospechamos de que son demasiadas “coincidencias” por estos días tan simbólicos, tantas que incluso algo del miedo se deja oler en la nota oficial donde dijeron estar preocupados por un submarino en Guantánamo que ya ni siquiera estaba por allí cuando en la cancillería empezaron con el pataleo.
Pero resulta que los comunistas las deben y las temen, y ni siquiera esta vez el Parlamento Europeo estuvo dispuesto a voltear la mirada hacia otro lugar.
Sin dudas están “fritos”. Andan algo “sofocados” por estos días, no precisamente por el calor del verano, y sí por el hecho de que, aún habiendo activado hace rato la válvula de escape de la migración masiva, y habiendo encerrado en prisión a las cabezas más visibles de la rebelión —rebelión el triple de masiva y silenciosa que el éxodo—, el descontento popular no disminuye, y cada día —a golpe de cajas de pollo, represión y trampas del código penal—, les cuesta más “convencer” a la gente de que no salgan a la calle a protestar y que ni siquiera se acerquen a las redes sociales a decir lo que piensan.
Hay miedo en ambos lados, además de, por supuesto, resignación y oportunismo de sobras, suficientes para que no ocurra nada extraordinario, al menos por ahora. Y digo así porque también cada día son más los que dejan de temer, además de los que, conociendo el peligro de exponerse, astutamente obran su rebeldía con cautela.
Así, la aparente “tranquilidad” de estas jornadas me ha recordado esa típica escena de los viejos filmes del Oeste en donde la máxima tensión anterior al tiroteo entre bravucones suele representarse por un pueblo desolado, silencioso, donde la gente aguarda agazapada tras las ventanas de las casas.
Este 11 de julio, quienes recordaron lo especial de la fecha —el triste y lamentable desenlace de aquello que hace dos años pareció las horas definitivas— evitaron salir o al menos alejarse demasiado de la casa, y es que la mayoría de los cubanos, a pesar de los miedos y los oportunismos, es consciente de que, aun de brazos cruzados, sin protestas ni rebeliones, todo está por venirse abajo.
Porque es evidente que esta vez no hay solución, solo remiendos de muy corto plazo, y el régimen tira zarpazos a diestra y siniestra, aún cuando sabe que a su peor enemigo lo lleva a caballitos sobre la espalda.
Y nadie quiere ser el chivo expiatorio ahora que tanto necesitan a esos “enemigos” externos sobre quienes desplazar la culpa y en quienes condensar ese miedo y esa violencia contenida que gravitan en el ambiente.
Entonces, así de tensos, más que “calmados”, han sido estos últimos días en que, para no quitar la luz (nada mejor que el apagón y el calor sofocante para caldear los ánimos) al parecer han decidido dejar de bombear agua, bajo el pretexto de múltiples averías por causa, dicen, de las descargas eléctricas.
Pero los apagones regresaron apenas el 12 en la noche, así como “por casualidad” retornó el agua, haciendo evidente que echan mano a cualquier historia por tal de no reconocer públicamente que han llegado a ese punto en que desvisten un santo para no dejar desnudo al otro, en que no son capaces de mantener el país en marcha, en que han jodido y continúan empeorando todo lo que tocan, en que llegó el momento de decir “hasta nunca más”.
Mantener el poder con represión constante y con temor a identificar dentro de sus propias filas al verdadero “gran enemigo” al mirarse al espejo es la verdadera bomba de tiempo, y los comunistas lo saben, así como que las jugadas de riesgo con Rusia y la Unión Europea no están saliendo como lo habían planeado y la situación se les complica, aunque intenten aparentar con ruedas de casino y pizzas gigantes una “normalidad” que apenas los hunde aún más en el ridículo, sobre todo si el mismo restaurante que alardea de ir sobrado de harina y queso, en un país donde la inmensa mayoría llora por un trozo de pan, termina arrasado por el fuego. Cosas del “karma”, o de esa mala energía que los hace levantar disturbios al pasar por París, así como rebeliones tras la visita a Moscú.
Como para no dejarlos tocar nada más, nada nuestro ni ajeno, como para que una vez que se hayan ido mantenerlos a mil y un kilómetros de distancia de la tierra, porque ni la hierba crece donde ellos pisan. Si un día se van, no los dejemos volver.
La aparente “tranquilidad” de estas jornadas me ha recordado esa típica escena de los viejos filmes del Oeste en donde la máxima tensión anterior al tiroteo entre bravucones suele representarse por un pueblo desolado, silencioso, donde la gente aguarda agazapada tras las ventanas de las casas.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org