CDMX, México. – A Yasmany González Valdés el régimen lo relaciona con unos carteles antigubernamentales que amanecieron en el Vedado a inicios de año. Si las pintadas hubiesen recogido alabanzas hacia el régimen, probablemente nadie hubiese puesto interés. Pero eran carteles no permitidos, que pedían a la población que no votara en los pasados comicios y recordaba a los 75 prisioneros políticos de la Primavera Negra.
Los muros en Cuba están reservados para la propaganda que el Partido Comunista (PCC) aprueba. Cualquier cosa que se salga de ahí es vista con recelo y perseguida. Para eso el régimen custodia a tiempo completo las paredes que quedan en pie.
Atreverse a escribir “dictadura” en una pared pública en La Habana es suficiente para que el autor del grafiti, o de quien se sospeche, sea procesado por “propaganda enemiga”, un delito contra la Seguridad del Estado que podría condenar al acusado a perder ocho años de su vida en una cárcel.
Yasmany, con 30 años, aún permanece detenido esperando la fecha de su juicio. Hasta ahora la única prueba en su contra es un video de una cámara de seguridad que muestra a un hombre, en la noche, pintando un muro. Está de espaldas, con unas botas y un abrigo largo, ropa que él no tiene y que la Policía no halló en su casa. Además, en la grabación es imposible distinguir ningún rostro por la mala calidad de la imagen y la oscuridad.
Sin embargo, en un país donde el Estado de derecho es la palabra de la Policía política, si la Seguridad del Estado lo señala como autor de los grafitis, Yasmany probablemente sea declarado culpable, por lo que podría salir de la cárcel con casi 40 años.
Recluido en una prisión de máxima seguridad
La última vez que su pareja lo vio fue el viernes 14 de julio durante la visita. Yasmany estaba pálido y muy delgado. Su cuerpo, dice ella, es una especie de garabato donde solo resaltan los ojos, y las bolsas debajo de estos.
“Está irreconocible, ha perdido más dientes y tiene la boca hinchada por un flemón. Después de varios días padeciendo lo llevaron al dentista y necesita antibiótico para que luego le extraigan las muelas. Como en los servicios médicos del centro no hay medicinas, me toca a mí conseguirlos”, cuenta Ilsa Ramos, su pareja.
A finales de mayo, Yasmany fue trasladado a la prisión de máxima seguridad conocida como Combinado del Este. Allí lo mantienen, junto a reclusos condenados por asesinato; a pesar de que él no está acusado de ningún delito violento. “Está en el mismo piso con homicidas que tienen trastornos mentales, pero el castigo no para ahí: como él se niega a repetir las consignas [pro-régimen] le limitan el acceso al teléfono y apenas lo dejan salir al patio”, detalla Ilsa.
Al joven se lo llevaron detenido el 20 de abril. Sobre las 5:00 de la tarde un grupo de agentes de la Seguridad del Estado, un fiscal, dos vecinos y una doctora tocaron la puerta de la casa de Ilsa, donde vive con sus dos hijos y Yasmany. Mostraron la orden de registro y una vez dentro escudriñaron la casa y ocuparon un cubo, una brocha y el teléfono del activista. “También querían llevarse mi celular y el del mayor de mis niños, pero me negué”, agrega Ramos.
Ese día se llevaron a Yasmany para Villa Marista, la sede de la Policía política en La Habana. Dentro de esas instalaciones estuvo 35 días sometido a continuos interrogatorios y amenazas. Sus carceleros intentaban que el joven confesara un supuesto vínculo con un movimiento que se atribuye la autoría de varios carteles antigubernamentales que aparecieron en la ciudad meses atrás. Al negarlo Yasmany, incluyeron a Ilsa en los interrogatorios de modo arbitrario. “Cuando iba a visitarlo me interrogaban. Querían saber si alguien le pagaba a Yasmany. Preguntaban si conocía al Nuevo Directorio o detalles del activismo de mi esposo”. Cuando Ramos no les daba la información que esperaban, la amenazaban con retirarle la custodia de sus dos hijos, el más pequeño con autismo.
“Yasmany y yo llevamos dos años juntos. En este tiempo he admirado su valentía y humanidad. Es el tipo de hombre que un día se quitó los zapatos en la calle y se los dio a un mendigo. Mi esposo es una persona que no tiene por qué estar preso junto a asesinos, cuando ni siquiera tienen pruebas reales contra él”.
A Ilsa también le preocupa que en estos tres meses, la salud del joven se haya debilitado.
Cada vez que ella lo visita percibe que tiene algún padecimiento: gripe, diarreas, dolor de garganta, infección en la piel, los dientes enfermos. “Son muchos presos, tirados unos sobre otros por la falta de espacio en celdas muy húmedas. En cuanto a las camas no se sabe si es preferible dormir en el piso o usar esos colchones llenos de chinches. De la comida es mejor ni hablar”. Ilsa es la única persona que Yasmany tiene. La familia del joven, simpatizante del régimen, le ha dado la espalda.
Fuente Cubanet.org