LA HABANA, Cuba. – Mi optimismo nace y muere a ratos, en un ciclo perpetuo. Sin embargo, usualmente suelo ser menos pesimista que optimista, y a veces solo me basta con la lectura de un buen texto en redes sociales, de alguien que se muestra valiente en medio de tanta cobardía para imaginar que el final de la dictadura está más cerca que otros días en que todo huele a fracaso, a demasiada “continuidad” de lo mismo.
Aunque ya no soy seguidor a pies juntillas ni partidario de ningún líder o proyecto político, puesto que alguna vez en el pasado lo fui y no disfruto de los arrepentimientos, como periodista que con regularidad publica una opinión personal me toca observarlos en sus propuestas y programas, en sus acciones y contradicciones, en sus aciertos y desaciertos, sus filias y fobias, pero también, como ciudadano que sueña con un cambio político con todos y para el bien de todos, me toca juzgarlos, como en un sano “ejercicio electivo” o “selectivo”, digamos, y a ratos hasta condenarlos (siempre a modo personal) por esto o aquello, pero jamás intentar excluirlos o aniquilarlos física o moralmente por el simple hecho de no estar de acuerdo con sus ideas de cambio.
Y es que si algo necesitamos aprender bien cubanos y cubanas que deseamos vivir libres de regímenes totalitarios, de ideologías extremistas, es intentar comportarnos tal como imaginamos esa verdadera democracia lejana o inmediata que deseamos construir, donde absolutamente nadie que desea el bien para Cuba quede excluido, y donde todos los buenos y nobles proyectos sociales se pongan con claridad sobre la mesa de diálogo para que juntos tomemos el mejor camino.
Deseamos la libertad pero nos cuesta ser verdaderamente libres (sobre todo de prejuicios y totalitarismos) en lo personal. Pretendemos avanzar hacia la concreción del bien común, incluso la inmensa mayoría de quienes plantan cara a la dictadura está de acuerdo en que para lograr esas transformaciones es necesario eliminar al Partido Comunista (o, en cambio, exigirle cambios reales y profundos si desea continuar en el juego político entre iguales con otros partidos opositores o, incluso, si desea evitar que la crisis actual avance hacia el caos y, posiblemente, a una guerra civil de consecuencias catastróficas para el futuro de la nación), pero no queremos escucharnos con atención y respeto entre nosotros, y aceptar que cada cual tiene el derecho a imaginar y hasta materializar con acciones una solución. Más cuando estamos carentes de manos a la obra, y sobrados de espectadores pasivos.
A fin de cuentas, todos los proyectos, siempre que tengan el mismo fin, contribuirán a realizar el gran proyecto común, aunque siempre que no insistamos en ver los proyectos ajenos —por absurdos, idílicos o complacientes que nos parezcan— como “obra del enemigo” porque entonces estamos reproduciendo el mismo esquema de pensamiento totalitario que, por reacción de rechazo, de incomodidad, de hartazgo, nos ha llevado a reconocernos como opositores al sistema, o simplemente como ciudadanos que disienten de él.
Tenemos que proponernos acabar de una vez y para siempre con ese lastre de malquerencias, egoísmos y sospechas entre nosotros que, aunque muy diferentes todos (lo cual es más que saludable para una sociedad que aspira a la democracia plena), pertenecemos a un mismo bando, mucho más ahora en que Cuba necesita de gente buena y de proyectos nobles que no la piensen como el lugar donde únicamente hacer fortuna con el infortunio que hoy aniquila a los más débiles, dóciles y miedosos, pero que mañana terminará por aniquilarnos a todos, y lo peor es que lo hagamos entre nosotros mismos, como animales carroñeros.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org