La poliomielitis fue, durante muchos años a mediados del siglo XX, una condena para decenas de miles de niños. Su mención hacía temblar a los padres, y por esta dolencia muchísimos niños sufrieron una dolorosísima enfermedad con terribles secuelas en su desarrollo y su futuro. La solución, hasta que llegaron las vacunas, fueron unos pulmones de acero que se instalaron por primera vez en una sala del hospital madrileño del Niño Jesús.
En España, según datos del Instituto de Salud Carlos III, la poliomielitis afectó a más de 20.000 personas entre 1050 y 1963. El estallido de la enfermedad fue en los años 50. De hecho, se pasó de 350 casos en el año 1940 a 1.000 en 1955, con picos de 1.600 en el 50 y el 52. La edad más peligrosa para contraerla era entre los seis mees y los cinco años.
Con el incremento de casos, se produjo también un aumento de la presión asistencial, sobre todo en los casos que cursaban con parálisis respiratorias. Hubo que invertir en equipos y asistencia, y el Hospital del Niño Jesús de Madrid tuvo un gran protagonismo en el combate contra la polio: allí se trataron muchísimos niños de toda España, dado que era la unidad de referencia nacional de polio.
La revista Blanco y Negro del 12 de abril de 1958 humanizaba el problema acercándonos al caso de una niña que, con un gran lazo en el pelo y una enorme sonrisa en la cara, sonreía desde un pulmón de acero del hospital infantil madrileño. Un dispositivo metálico que sólo dejaba fuera el cuello y cabeza del niño, y que le ayudaba a respirar cuando la parálisis de su cuerpo amenazaba con segarle la vida. Tres de estos pulmones funcionaban día y noche en el Niño Jesús, «para evitar la asfixia a los niños de la polio», señalaba el cronista. Que se enganchó a la actitud de aquella niña «con su lacito en el pelo», que «lee cuentos mientras está en el pulmón». En los ratos en que se abría la coraza, aquellos niños debían ponerse «una especie de escafandra para continuar respirando por medios artificiales»; asi de dura era aquella dolencia.



Arriba, en 1963, niños atendidos en una sala del Niño Jesús. Abajo, izquierda, sala de polio en el Hospital de San Juan de Dios. Dcha, niños en el pulmón de acero en el Hospital del Niño Jesús en 1950
En la sala del Niño Jesús destinada a atender a estos niños, los doctores Olaizola, De la Quintana Ferguson y Fernández Iruegas peleaban día a día, entre el «rumor sostenido y suave de los pulmones de acero», que sustituían el trabajo que habían dejado de hacer los músculos respiratorios de los pacientes.
Cuando los niños superan esta fase de máxima gravedad, es cuando empezaba el trabajo de recuperación de los músculos de los enfermos, mediante aparatos de gimnasia clínica.
Vacunaciones
La poliomielitis atacó a una generación de niños nacidos entre 1950 y 1964. Los daños en sus extremidades les paralizaron, en algunos casos, de por vida. Entre 1958 y 1963 se produjo el periodo de mayor incidencia, con 2.000 casos y 200 fallecidos por año. La vacunación masiva y gratuita no llegó hasta 1964, una década después de que Jonas Salk diera con la fórmula de la inmunización en Estados Unidos y siete años después de que dicha vacuna hubiera llegado a España. Una segunda vacuna, la de Sabin, disponible en Europa desde 1960, tampoco se aplicó masivamente a la población.
En el resto del mundo, los países elegían una o la otra. En España hubo rivalidad entre ambas fórmulas. El Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE), creado en 1942, se encargaba de vacunar a un número pequeño con la vacuna Salk. Mientras, la Escuela Nacional de Sanidad realizó, bajo la batuta del doctor Florencio Pérez Gallardo, un estudio epidemiológico que concluyó apostando por la vacuna oral de Sabin.
En 1963, el SOE puso en marcha una campaña nacional de inmunización gratuita a niños menores de 7 años con la vacuna Salk, tal y como recogía ABC en su edición de 5 de enero de 1963. Se mantuvo durante unos seis meses, pero finalmente fue la Sabin, vacuna oral, la que se implantó. Con resultados espectaculares: se pasó de más de 2.000 casos anuales en 1960, a 62 en 1965.
La primera paciente vacunada fue una niña, en León, y el virólogo que la inmunizó, con Sabin, fue Rafael Nájera, que dedicó muchos años a esta lucha, y en 1988 firmó el documento de erradicación de la enfermedad como primer director del Instituto de Salud Carlos III. Najera recordaba recientemente cómo fueron aquellas primeras vacunaciones, en las que recorrieron toda España, hasta sus últimos pueblos, a veces a lomos de mula, y a veces llevando las las vacunas en unas neveritas refrigeradas de Coca-Cola, las únicas con las que contaban en ocasiones.
Fuente ABC