MIAMI, Estados Unidos. — El 10 de agosto de 1960, embargado de fervor revolucionario y convencido de que lo peor ya había pasado, el pueblo cubano participó en el entierro simbólico de varias compañías norteamericanas que habían sido nacionalizadas pocos días antes, entre ellas la de Electricidad, la de Teléfono, los consorcios petroleros Esso y Texaco, y otras que, según la triunfante Revolución, lucraban a costa de cobrar tarifas onerosas por sus servicios.
Cuenta la historia que se prepararon ataúdes identificados con los nombres de las empresas nacionalizadas, y frente a ellos los cubanos repetían la frase: “¡Se llamaban!”, aludiendo a que el pasado capitalista, burgués y explotador había desaparecido para siempre.
Aquella farsa castrista, como todas las que sobrevinieron después, duró poco. Los monopolios confiscados, que en lo adelante serían “propiedad del pueblo cubano”, pasaron a manos de sus nuevos administradores, quienes las utilizaron para procesar petróleo soviético, controlar las comunicaciones y permitir el deterioro de la infraestructura de los servicios eléctricos.
Más de sesenta años después de aquel entierro simbólico, una miseria real se ha colado por todos los resquicios de la Isla. No hay combustible, el Internet y la telefonía móvil son de los más caros del mundo, y las termoeléctricas no funcionan, por lo cual hay que alquilar —a un alto costo— varias centrales flotantes al gobierno de Turquía para paliar el déficit de generación.
Tal ha sido el resultado de aquella patética puesta en escena, que en fecha tan temprana como 1960 quedó en evidencia la ceguera y el fanatismo de un pueblo. Esso y Texaco se fueron de Cuba, pero no desaparecieron: continúan ofreciendo sus servicios a quien pueda pagarlos, tal vez incluso a un precio más atractivo que los generadores flotantes de Erdogan.
El pueblo cubano, en cambio, sufre apagones, cortes del servicio de Internet, colapso del transporte por falta de combustible y la humillación de rogar por los barriles que puedan enviar Venezuela o México. Ante la imposibilidad de exhumar los cadáveres simbólicos de Esso y Texaco, solo queda la dependencia real que, incluso más que antes, llena bolsillos ajenos; pero a diferencia de antes, sin mejorar en lo más mínimo la vida material de los nacionales.
Fuente Cubanet.org