
Fátima Ofkir Reyes tiene 23 años y lleva cinco en la prisión de Omán, un país de Oriente Medio que ni siquiera ubicaba en el mapa cuando una banda la captó para hacer un traslado de morfina a cambio de dinero. Natural de L’Hospitalet (Barcelona), de origen humilde y con la mayoría de edad recién cumplida, fue condenada acadena perpetua por pertenencia a banda internacional de tráfico de drogas.
En la prisión omaní de mujeres en la que se encuentra es la única española. Se ha convertido al Islam, reza cinco veces al día y va totalmente tapada. Se ha intentado su traslado a España por tierra, mar y aire. De momento, sin éxito.
«Fátima ha llegado a pedir su ejecución, que la maten», confiesa su abogada Mónica Santiago en conversación con ABC. Allí los presos condenados a cadena perpetua, como es su caso, pueden solicitarlo. Pero se necesita el permiso de los padres, y los de Fátima no se lo han dado porque no pierden la esperanza de poder traerla de vuelta a España. Ella, lejos de su familia, sola y tan joven «se habría suicidado», relata.
Como ella, hay otros españoles condenados por tráfico de drogas en el extranjero. Según los datos oficiales, este tipo de delito es el más común entre los nacionales detenidos, representando más de un 55% del total.
Uno de estos compatriotas atiende a este diario con la premisa de no revelar su identidad, entre otras cosas porque en la cárcel suramericana en la que se encuentra no está permitido el uso del teléfono móvil con el que responde por whatsapp a las preguntas de ABC.
«El inframundo»
Escribe a poquitos, para que no le pillen los guardias. Se lo requisarían y tendría que pagar un dinero que no tiene para recuperarlo. «Esto es duro», reconoce. «Es un sinvivir constante, día a día. No comes bien, no vives bien, y piensas, ¿qué pasará hoy?, ¿se le irá a alguno la cabeza y tendré un problema?». Explica que en la cárcel en la que se encuentra hay reclusos de alta peligrosidad, intenta evitar conflictos y la poca dignidad a la que pueden aspirar los presos depende de su economía. «Si no tienes dinero te hacen la vida imposible».
Él no tiene recursos. En España las deudas le asfixiaron, llegó a vivir en un coche y por eso decidió hacer de mula, cuenta. Por no tener recursos, también, le han ubicado en un pasillo de la cárcel en la que se encuentra al que los internos se refieren entre ellos como «el inframundo». Son celdas a las que se les nota el paso de los años. «Están sin arreglar y llenas de humedades. Es lo peor. La zona que nadie quiere».
Sus días, iguales, comienzan a las 6.30 de la mañana. Recuento. Desayuno. Esperar. Se ducha con agua fría, la comida es básica, escasa y mala. «Entré pesando 110 kilos y ahora estoy en 78». Y sufre todos los días, por estar lejos. Se arrepiente. Está solo en el «infierno», dice, y no se lo desea a nadie. «Esto es la vida detrás de las rejas, entre cuatro paredes».
«Mi familia no pudo verme»
Por teléfono también atiende a este diario otro español condenado en Alemania por tráfico de drogas que sí consiguió volver a España. Se pagó el traslado al aeropuerto con el sueldo que ganaba como panadero en la prisión y le permitieron coger un vuelo comercial que le trajo de vuelta a casa.
De los ocho meses que estuvo en una cárcel de máxima seguridad en Düsseldorf recuerda sobre todo las cartas sin respuesta que, durante meses, envió a su mujer. Ella, también condenada, ingresó en otra cárcel germana. La Policía retenía las misivas para traducirlas al alemán y tener un control sobre su contenido. Durante ese tiempo estuvo incomunicado. Hasta que consiguió que le trasladaran a la cárcel de su pareja. Allí les permitían verse una hora cada 15 días. De aquella cárcel, a pesar de que vivía en una celda de 12 metros cuadrados, recuerda que la comida y las instalaciones eran «buenas»; los horarios, muy marcados.
Iba a la Iglesia y acabó recibiendo las visitas de un sacerdote. Ni un conocido. «La situación fue muy dura por mi familia, que no podían visitarme», recuerda. No obstante, en parte, se siente agradecido. Asegura que la cárcel le «salvó». «Me ayudó a dejar las drogas. Fue mi terapia, me curó».
Fuente ABC