La historia del saqueo kirchnerista a YPF va a superar ampliamente al desastre que le causó a esta ex empresa estatal el menemismo en los años noventa al privatizarla (medida con la cuál Néstor Kirchner estuvo completamente de acuerdo y celebró con entusiasmo).
El ex presidente hizo verdaderos malabares para extorsionar al grupo español encabezado por Antonio Brufau con el fin de lograr que Repsol le vendiera una parte de la “joya” energética argentina al grupo Petersen, capitaneado por Enrique Eskenazi, un viejo socio del patagónico que compró por migajas el fundido Banco de Santa Cruz, liquidadas alegremente Néstor y Lázaro Báez, su gerente, en un maniobra que les debió haber costado la cárcel, si se hubieran seguido los mismos parámetros del ex Banco Social de Córdoba, donde Jaime Pompas fue condenado a nueve años de prisión.
Kirchner logró su cometido y Sebastián Eskenazi logró ser el CEO de YPF sin haber puesto casi un peso, en una maniobra financiero-económica que no registra antecedentes en la historia de las transacciones petroleras.
Mientras en otras partes del mundo se mata y se declaran guerras por el crudo, aquí los ibéricos casi “regalaron” el manejo de la empresa a un grupo insignificante, sin el más mínimo antecedente en este sangriento y despiadado negocio.
Concretamente, los Eskenazi compraron YPF con los propios dividendos de la empresa, que, a pesar de su debacle, fue dejando enormes ganancias porque casi no re-invirtió.
Como se recordará, ocho ex secretarios de Energía de la Nación (Emilio Apud, Julio César Aráoz, Enrique Devoto, Roberto Echarte, Alieto Guadagni, Jorge Lapeña, Daniel Montamat y Raúl Olocco) suscribieron un documento en el que acusaron al kirchnerismo de haber dilapidado en pocos años nada menos que 100 mil millones de dólares en reservas de “oro negro”.
¿Cuál fue el secreto para perpetrar tal desfalco de forma alevosa y sin pagar mayores consecuencias? La respuestas es tan sencilla que mueve a una amarga risa.
Simplemente, a diferencia de cualquier país serio del mundo, el estado nacional no tiene caudalímetros en los oleoductos y los pozos, por lo cual las compañías (YPF, Cristóbal López, Lázaro Báez, Pan American o Total) se llevan todo lo que quieran firmando una simple declaración jurada, ya que la Argentina no tiene capacidad para inspeccionar nada de lo que la industria hace.
Las dos grandes fuentes de corrupción de la política patagónica son la pesca y el petróleo. Una está bajo el agua y, cuando desaparecen las especies depredadas, los técnicos marinos siempre encuentran explicaciones para estos “fenómenos” ictícolas.
La otra está bajo la tierra y los estados nacionales y provinciales no tienen mapas geológicos adecuados para probar el fraude sistemático a que fuimos conducidos.
Este es un tema de campaña. De esto deberían hablar día y noche los candidatos de la oposición.
Se ha materializado la más atroz estafa, malversación, pillaje, atraco o como usted quiera llamarlo sin que a la mayoría de los candidatos se les mueva un pelo.
Fuente Mendoza Today