Por Fernando Laborda
Con argumentos que en otro momento Cristina Kirchner hubiera tildado de “machirulos”, tanto Sergio Massa como otros dirigentes del oficialismo buscaron en las últimas horas limpiar la propia imagen del candidato presidencial de Unión por la Patria y del gobernador bonaerense y aspirante a su reelección, Axel Kicillof. No solo trataron de sacar el foco sobre Martín Insaurralde, intentando persuadir a la ciudadanía de que, con su renuncia a la Jefatura de Gabinete provincial y a su postulación a concejal de Lomas de Zamora, se acababan los problemas, sino que apuntaron contra la modelo Sofía Clérici.
Mientras Massa señaló, en una entrevista televisiva, que le llamaba la atención “el momento en que apareció la noticia” sobre el “yategate” y sugirió que la culpa habría sido de la joven que sedujo a Insaurralde, recordando que ya había tenido una relación con otro dirigente peronista, en tácita referencia a Daniel Scioli, el presidente Alberto Fernández lamentó que este hecho salpicara a “gente honesta”.
Otros dirigentes, como Guillermo Moreno, brindaron una cabal idea de lo que en verdad se le cuestiona dentro del peronismo a Insaurralde. El exsecretario de Comercio durante la gestión kirchnerista expresó: “Vos no podés sacar las botellas de Dom Perignon a la vereda”. Semejante reflexión refleja un sentimiento que impera entre altos dirigentes del kirchnerismo que sabían muy bien quién era y qué negocios manejaba Insaurralde: no les molesta que este caudillo de Lomas de Zamora pueda tener decenas de millones de dólares no declarados o malhabidos; lo que particularmente les indigna son sus chambonadas.
Ni la transparencia ni la lucha contra la corrupción ha caracterizado a los gobiernos kirchneristas desde la época en que Néstor Kirchner regía los destinos de Santa Cruz hasta nuestros días. La máxima de estos gobiernos, que arrastra antecedentes de otros gobiernos peronistas, podría definirse así: si roban, que no se note; si se nota, que nadie lo pueda probar, y si ninguna de las dos cosas es factible, que se vayan. Pero no por corruptos, sino por chambones.
En otras palabras, lo que indigna a buena parte de la dirigencia kirchnerista no es la inmoralidad, sino que los inmorales permitan que su inmoralidad tome estado público. Como Felisa Miceli con los aproximadamente 30.000 dólares que se le encontraron en el baño de su despacho en el Ministerio de Economía allá por 2007; como José López con sus bolsos llenos de millones de dólares que intentó ocultar en un convento en 2016, y como Ginés González García cuando en tiempos de pandemia utilizó en provecho propio o de sus conocidos bienes o servicios pagados con el dinero de los contribuyentes, no es la corrupción la causa por la cual hayan sido interpelados por sus compañeros, sino sus propias chambonadas.
La preocupación entre quienes conducen Unión por la Patria u ocupan sus principales candidaturas está a la orden del día por los efectos que los hechos de corrupción de dominio público puedan generarles en términos electorales. Tanto es así que, de cara a las elecciones de gobernador bonaerense, se ha armado un relato tendiente a salvar a Kicillof de las esquirlas que esparció la bomba que le estalló a su exjefe de Gabinete. Ese relato da cuenta de que el mandatario provincial desconocía cualquier movimiento extraño de Insaurralde y ni siquiera sabía que se había ido de vacaciones a Marbella.
No obstante, y aun cuando los hechos puedan afectar electoralmente a Kicillof, la división que impera en la oposición, donde compiten Néstor Grindetti, por Juntos por el Cambio, y Carolina Píparo, por La Libertad Avanza, permite presagiar que el actual gobernador sigue contando con serias probabilidades de vencer en una elección que se definirá por simple mayoría de votos en una sola vuelta.
En las PASO del 13 de agosto para gobernador, Kicillof obtuvo el primer puesto con el 36,4% de los votos. Lo siguieron Juntos por el Cambio, con el 32,9% por la suma de los votos de Grindetti y Diego Santilli, y La Libertad Avanza, con Píparo como candidata, con el 23,7%. Claro que el primer desafío de Grindetti pasa por retener los votos de su rival interno, Santilli, a quien superó por menos de 20 mil votos en las primarias, y el segundo, por dejar atrás un nivel de desconocimiento que, a poco más de dos semanas de las elecciones generales, alcanza al 40,8% del electorado, según una encuesta de CB Consultora concluida el 3 de octubre entre 1181 ciudadanos de la provincia de Buenos Aires.
El citado relevamiento realizado en la provincia de Buenos Aires señala que para el 46,5% Kicillof “estaba al tanto del viaje” de Insaurralde a Marbella, en tanto que solo el 22,8% cree que “lo agarró por sorpresa”, en tanto que el 30,7% dice no saber.
Frente a la pregunta sobre a quién votaría si las elecciones de gobernador bonaerense fueran hoy, el 36% se inclina por Kicillof; el 22,9%, por Grindetti, y el 21,7% por Píparo, con un 12,7% de personas que dicen no saber a quién votar y un 4,8% de sufragios en blanco.
Por su parte, consultado por LA NACION, el consultor Jorge Giacobbe sostuvo que no espera una merma significativa de votos para Unión por la Patria a partir de la difusión del “Insaurraldegate”, aunque no puede descartarse que cercene su posibilidad de crecer. En tal sentido, indicó que los aproximadamente 28 puntos de intención de voto que, según sus últimas mediciones, registra Unión por la Patria “son más de Cristina Kirchner que de Massa” y “al cristinista, la corrupción nunca le importó”.
En cualquier democracia normal del primer mundo, un escándalo como el protagonizado por Insaurralde o el que involucra a la Legislatura bonaerense tendría consecuencias políticas gravísimas. En la Argentina, sin embargo, se discute incluso si estos hechos vergonzosos llegarán a tener un impacto en las urnas. Un avezado y veterano analista de opinión pública explica que esto ocurre porque el fenómeno de la corrupción se ha vuelto estructural en nuestro país y, por consiguiente, afecta de una u otra manera, justa o injustamente, a todos los actores políticos.
Es cierto que el kirchnerismo le ha dado a la corrupción una escala industrial. Pero, en no pocos casos asociados al financiamiento de la actividad política, sectores de la oposición, por complicidad o ingenuidad, han colaborado. Un ejemplo es el escandaloso silencio que rodea el episodio coronado por las imágenes que mostraron al puntero político Julio “Chocolate” Rigau cuando extraía dinero de un cajero automático de La Plata con 48 tarjetas de débito pertenecientes a empleados de la Legislatura bonaerense que serían “ñoquis”.
La posibilidad de que cuestiones como el escándalo de la Legislatura puedan salpicar en mayor o menor medida a todas las fuerzas políticas ha permitido sembrar la conjetura de que ni Javier Milei ni Patricia Bullrich atacaron a Massa por esa cuestión en el primer debate entre candidatos presidenciales realizado el domingo pasado. Es probable que el segundo round, previsto para pasado mañana en la Facultad de Derecho de la UBA, tenga como eje de confrontación los recientes casos de corrupción.
Más allá de que sea capitalizado o no por la oposición en el próximo debate, hay un dato irrefutable: las imágenes que exhibieron a Insaurralde junto a la modelo Sofía Clérici en un yate de lujo, en medio de costosos regalos y champagne francés, junto a las informaciones vinculadas al millonario divorcio del dirigente y la conductora de televisión Jesica Cirio, fueron el tema del que más se habló en la última semana en medios de comunicación y redes sociales. Por esa razón parece impensable que no tenga consecuencias electorales, especialmente para el postulante presidencial del oficialismo, quien más de una vez destacó públicamente la amistad que lo unía con Insaurralde y hasta señaló, durante un reciente acto público en Lomas de Zamora, que “sus vecinos no lo van a olvidar nunca”.
Fuente La Nacion