Por Natalia Volosin
Si pensás que el ex Jefe de Gabinete de Kicillof va a terminar preso o embargado hasta las medias levantando bolsas en el puerto, pensá de nuevo
No quiero ser cortamambo, pero si en serio creés que Martín Insaurralde va a terminar en cana o levantando bolsas en el puerto mientras ve pasar a Sofía Clérici o a Jesica Cirio en el yate de otro es porque no viviste en este país más de tres meses seguidos en los últimos 60 años o porque nadie te dijo, todavía, que los milagros no existen. Te cuento, por las dudas, lo que va a pasar y por qué.
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Primero, durante un tiempo vas a ver el tema en todos los medios. Y sí. Estamos ante un escándalo de esos que perduran. Tiene todas las características que garpan. Por un lado, parafraseando mal al Indio, tiene lujo y vulgaridad. Lo sabido: vuelos privados, yate de entre 15 y 20 mil euros al día, Marbella, mariscos, champagne, carteras Louis Vuitton, un Rolex de 17 mil dólares, varias pulseras Cartier y, por supuesto, la mina exuberante, empresaria y… monotributista
Además, tiene una trama espectacular. Tiene una separación reciente, un barco que se llama “Bandido 90″ y, por supuesto, una traición, un milisegundo en el que la mejor compañera para navegar, Dom Perignon en mano, por las aguas cálidas de la península ibérica, se convierte en una torpe muchachita que, sin querer queriendo, escracha en Instagram al protagonista en el medio de una orgía de abundancias que sus ingresos lícitos no pueden justificar. Ouch.
Le estalla la cabeza, los teléfonos no paran de sonar, grita, intenta calmarse. Tiene el alma llena de preguntas, piensa en Sofía, en su familia, en sus comienzos allá por los noventa con el mandamás de lotería provincial de don Eduardo Duhalde. Pero todo termina cuando lo llaman sus jefes para decirle “Martín, renunciá”. Un thriller político con setting noventoso, a lo tapado de María Julia, a lo Ferrari del Carlo, incluso a lo Ricardo Jaime, todo sobre finas capas de delitos transnacionales y luchas por el poder de los negociados bonaerenses. “Sunescándalo”, diría Pino Solanas. Eso es. De modo que sí, va a durar un tiempo.
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Segundo, en algún momento se va aplacar. Lo de los medios, digo. Cuando pasen las elecciones, cuando gane el que tenga que ganar y los demás se vayan a su casa, cuando ya nadie juegue por nada y todos corran a lamerle las botas a quien ocupe el sillón de Rivadavia, de acá a marzo ponele, Insaurralde, la Clérici, Cirio y el resto de la troupe encontrarán, por fin, algo de paz. La Clérici compartirá sus dotes de empresaria e influencer vendedora de lencería erótica en redes y el muchacho este, el Jefe de Gabinete de Axel “Yo soy honesto y no sé nada” Kicillof, seguirá disfrutando de los billes verdes aunque tenga que invertir algunos en una buena defensa penal.
Axel Kicillof y Martín Insaurralde
Tercero, la Justicia. La causa durará no menos de 12 o 15 años desde hoy hasta su conclusión. Con algo de suerte, tal vez antes de 2040 podamos tener una respuesta definitiva. Yo voy a ser una señora de casi 60 años. Y me voy a acordar de este día. Me voy a acordar del yate, de Cirio y del Dom Perignon en Marbella. Mis nietos escucharán de refilón, fingiendo interés por la abuela que habla siempre de lo mismo. La Argentina estará dolarizada, arrasada, no sé. Lo que sí sé es que todavía se hablará de corrupción porque nada habrá cambiado.
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Porque, como dijimos la semana pasada y la anterior y la anterior, y como seguramente les diré a mis nietos en 2040, la corrupción en la Argentina es sistémica y estructural. Está arraigada en el modo de operación formal e informal de las instituciones que hemos diseñado para distribuir el poder político y económico desde la colonia hasta hoy. Como dice Susan Rose-Ackerman y yo repetiré en loop hasta mi muerte, la corrupción no es la enfermedad sino el síntoma de debilidades institucionales subyacentes. Por eso no funcionan las reformas dirigidas sólo a limitar la corrupción. ¡Porque el problema no es la corrupción! Lo que hay que hacer es cambiar esos déficits y esto significa mejorar la eficiencia del sector privado y la competitividad del sistema político.
Pero, como es obvio, nadie en la Argentina quiere hacer eso. Dicen que quieren hacer eso, pero no es cierto. Porque si mejorase la eficiencia del sector privado y la competitividad del sistema político, un montón de ladris a ambos lados del mostrador se quedarían sin prebendas y privilegios que extraen del Estado desde hace décadas. Y por eso es que el gran acuerdo nacional en la Argentina, yo diría, a esta altura, el único punto de acuerdo real y significativo que atraviesa a todos los partidos, a todos los sectores (políticos, empresarios, mediáticos, judiciales, sindicales) y a todas las generaciones, es el choreo. Muerden todos y todos saben que todos muerden.
Y por eso, también, es que el pecado de Insaurralde no es el lujo sino la vulgaridad, no es la corrupción sino la torpeza. En su círculo de influencia solo cuestionaron su descuido. De manera que yo lamento ser aguafiestas como cuando dije que la ley del arrepentido no iba a funcionar o como cuando dije que la ley de responsabilidad penal empresaria era flojita o como cuando dije que el decreto de extinción de dominio era una paparruchada o como cuando dije que Laura Alonso era Julio Vitobello con peluca, pero vengo a decirles, mis queridos amigos, que lo de Insaurralde va a terminar en donde terminan todos los casos de este tipo: en la mismísima nada.
¿Hubo excepciones? Hubo. Jaime, María Julia, ponele. ¿Hay gente honesta en la función pública? Hay. ¿Hay jueces y fiscales que anteponen su deber y su vocación a los aprietes y las tentaciones del poder? Hay, claro que sí. También hay empresarios, políticos y sindicalistas decentes. Pero el problema es otro. Insisto: el problema es el sistema. Por eso es que, al revés de lo que sostenía Mariano Grondona en los 90 y que muchos por acá quisieron vender desde 2015, esto no se soluciona votando gente honesta. Porque lo que está roto es el sistema. Hoy es Insaurralde y mañana será Cadorna.
Tengo otra mala noticia. El problema no es sólo que como la corrupción es estructural los ladris se protegen entre ellos de las consecuencias del sistema penal (en especial de las investigaciones patrimoniales) y, a lo sumo, se tratan de nabos si los agarran. El problema es que el sistema penal nunca podría, ni queriendo, resolver la corrupción. Porque por más manzanas podridas que saques (que igual no sacás ninguna, pero ponele), lo que está podrido es el cajón. Pongas lo que pongas adentro, tiene tres futuros posibles: la corrupción, la complicidad o un monobloque.
Cuarto, y para cerrar, tenés que saber algo más que, sin ninguna duda, va a pasar. Te van a vender alguna reforma boluda. Ni hablar si la espuma del yate de Insaurralde sigue en alza de acá al 22 de octubre o al balotaje. Te van a venir con alguna sarasa de transparencia & coso. Como hicieron con la extinción de dominio después de los bolsos de López. Como hicieron con las contrataciones electrónicas. Como siguen haciendo con el open pindonga de los datos abiertos. Sa-ra-sa. La literatura especializada las llama “fachadas de buen gobierno”. Son variantes cosméticas de reformas institucionales globalmente populares. Que no te extrañe que incluya tecnología. Les encanta parecer sofisticados. Espejitos de colores.
Así que ahí tenés, este es, el futuro de Insaurralde. Y el nuestro. Nos vemos en 2040.
Fuente Infobae