Mientras sigue la conmoción por el ataque de los terroristas de Hamás en el sur de Israel, se empiezan a conocer las historias de los sobrevivientes.
Hasta ahora, el gobierno de Benjamín Netanyahu confirmó al menos 1200 asesinados.
El saldo de víctimas también supera los 3000 heridos. Los reportes señalan, además, que decenas de ciudadanos extranjeros fueron asesinados, heridos o tomados como rehenes. Varios de ellos participaban en una fiesta electrónica en el desierto cerca de la frontera con la Franja de Gaza donde fueron asesinadas al menos 250 personas.
Una familia de argentinos que vive en Israel hace 4 años sobrevivió a la irrupción de 3 terroristas de Hamás en su casa de un kibutz del sur del país. ¿Cómo es sentir esa delgada línea entre la vida y la muerte? ¿Qué sintió el papá de ese grupo cuando sostenía la puerta del cuarto de seguridad mientras del otro lado merodeaban los milicianos infiltrados desde la Franja de Gaza?
Sergio Kohan es argentino y en agosto del 2019 decidió emigrar a Israel. Allí, ya vivían su hermano y su papá que se habían instalado en Israel durante la década del 80 y del 90.
En diálogo con Infobae, intentó reconstruir esas horas de terror en la que la fortaleza con la que se construyó el cuarto de seguridad de su hogar salvó a todos los suyos de una muerte segura. “Hoy sería un nombre más en la estadística”, dice a modo de primera explicación de cómo se siente a menos de una semana de vivir el ataque en carne propia.
Los Kohan son un claro ejemplo de familia tipo porteña. Sergio, su mujer y sus dos hijos que hicieron la secundaria en una institución judía de la Ciudad de Buenos Aires. En una de las crisis recurrentes de Argentina, deciden instalarse en un kibutz en medio oriente donde ya vivía el hermano de Sergio.
Su hijo empezó a estudiar en la universidad de Beer Sheva, la ciudad más cercana al kibutz en el que viven. “Este tipo de casas ya funcionan como barrios cerrados. De hecho nosotros no trabajamos para la organización del lugar”, explica Sergio en diálogo telefónico con Infobae.
Pero cómo era la vida antes del fin de semana del horror. “En general volaban algunos cohetes y nos alertaban por una aplicación y por altoparlantes – recuerda Sergio-. Entonces, tenías 15 segundos para encerrarte en el cuarto de seguridad. En ese momento se escuchaban las detonaciones del escudo de defensa israelí. Pasaban unos minutos y podías salir”.
Así, con naturalidad, Sergio cuenta cómo era su vida en el kibutz al sur de Israel a sólo 30 cuadras de la frontera con Gaza. De hecho, los campos de su complejo de viviendas limitaban directamente con el muro fronterizo que los separa.
Antes de los ataques, la vida en los alrededores del kibutz de los Kohan era de total armonía con palestinos que cruzaban todos los días la frontera para trabajar. “Me atendí en un hospital y el enfermero era palestino. Se construyeron unas casas nuevas y los albañiles eran árabes. Y lo mismo, por ejemplo, la cajera del supermercado –explica Kohan-. El problema no es entre los pueblos. Es con los terroristas de Hamás”.
Entonces llegó ese sábado que Sergio nunca podrá olvidar. La familia se iba a juntar con otros vecinos. Era el final de las celebraciones de Sucot, comenzando Simjat Torá. Iba a haber música y comida en los parques que rodean las casas del kibutz. Todo estaba preparado, cada casa aportaría lo suyo. Desde knishes, pletzalej con pepinos y pastrón y otras delicias de la cocina judía. Es más, los Kohan recibieron la visita de su hijo mayor que estudia en la universidad de Beer Sheva, la tercera ciudad de Israel. La fiesta iba a ser completa.
Pero cuando toda la familia aún dormía empezaron a escuchar las señales de alerta en los altoparlantes y saltaron las alarmas en las aplicaciones de seguridad de sus teléfonos. Eran las 6 de la mañana y el sol apenas se asomaba en los bosques que rodean al kibutz. Medio entresueños, los Kohan entraron en el cuarto de seguridad. Esperaban que el escudo antiaéreo otra vez hicieran explotar en el aire los cohetes de Hamás. Un día más de rutina en esa zona del sur de Israel antes de la fiesta con los vecinos. Pero nada fue parecido a los otros fines de semana.
Tras las primeras explosiones salieron del cuarto de seguridad que en realidad es la habitación del matrimonio Kohan, que tiene puerta y ventanas blindadas a prueba de balas. Entonces, por WhatsApp empezaron a recibir las primeras informaciones de los terroristas infiltrados.
“Supimos que habían bombardeado las cámaras de seguridad de la frontera, habían derribado el muro con topadoras y entraron a territorio israelí en caravanas de camionetas”, relata Sergio, todavía conmocionado cuando recuerda la situación.
Los Kohan reciben mensajes en los que le pedían que se quedaran encerrados en sus casas. La familia se pone a ver en la TV y empiezan a llegar las primeras informaciones de las incursiones de los terroristas de Hamás. Sergio pensó que eso no podría estar sucediendo. Ya nadie dormía en las casas del kibutz. Los mensajes iban y venían en el grupo de WhatsApp para tratar de poner claridad a la situación.
Cerca de las 10 de la mañana, la familia escuchó voces en árabe que hablaban cerca del jardín de su casa. La esposa de Sergio se asomó por una de las ventanas y los vio. Eran tres hombres a cara descubierta. Del shock la mujer no recuerda si estaban armados. No llegó verlo o negó en su mente esa posibilidad. Quizás una negación de supervivencia. Los Kohan corrieron nuevamente hacia la habitación de seguridad. “Esta vez apagamos la tele, las luces y les pedí a todos que pusieran sus celulares en mute -cuenta Sergio-. Empezamos a mandar mensajes de alerta por WhatsApp a la policía y el ejército. Nos respondían que ya estaban en camino y nos daban aliento para resistir”.
La tensión seguía, las voces de los hombres, esas que Sergio y los suyos nunca se podrán sacar de la cabeza, estaban cada vez más cerca. Luego, escucharon el estruendo de un vidrio que se rompió en mil pedazos. Dentro del cuarto se miraron con susto. No podían ni debían hablar. De eso dependía sobrevivir.
Mientras seguían enviando mensajes en busca del rescate, escuchan los pasos que se acercan a la puerta. Quizás el momento más difícil que vivieron dentro del cuarto de seguridad. Sergio agarra fuerte el picaporte y del otro lado estaban los terroristas de Hamás, apenas separados por una puerta. La tensión cede por un momento. Se profundiza un silencio que hace sospechar a los Kohan. “Teníamos miedo de que estuvieran preparando una emboscada. De salir y tenerlos agazapados en la cocina o en otro lugar de la casa”, explica el hombre.
Sobre ese momento vivido, Mía Kohan, hija de Sergio escribió un texto en Facebook. “Tres terroristas entraron a nuestra casa gritando, riéndose, con la intención de asesinarnos. Rompieron todo lo que veían a su vista, robaron también todo lo que había a la vista. Rompieron fotos familiares, con amigas mías de argentina y de acá. Dieron vuelta toda la casa, nos desvalijaron todo”, escribió la chica de 18 años.
La joven contó cómo vivió el momento en que estuvo a pocos pasos de los terroristas y de la muerte. “Mi mamá y mi hermano llorando y rezando. Yo intentándolos callar para que no nos escuchen”, cuenta Mía en una carta que posteó su papá Sergio.
El tiempo pasó y el silencio se volvió más profundo. Ya no se escuchaban voces, ni disparos. Habían pasado unas 10 horas desde la alerta del primer cohete en la madrugada del sábado. Entonces, en la ventana antibalas de la habitación escuchan la voz conocida de un vecino. Sergio primero duda, pero enseguida decide mirar por una rendija de la puerta. Allí, ve a varios soldados israelíes que habían llegado a rescatarlos. Abre la puerta y se abraza con su vecino. La pesadilla había terminado.
“Fue otro impacto ver cómo habían dejado la casa toda destruida. Se robaron plata y ropa. Intentaron llevarse el auto, pero no pudieron”, explica Kohan. El Ejército israelí trasladó a los Kohan hacia un lugar seguro a 180 kilómetros de su casa en el Kibutz. Allí, piensa todo el tiempo en la fina línea que separó la salvación de su familia de una muerte segura a manos de los 3 terroristas que habían ingresado a su casa. Sólo la puerta de su habitación y mantenerse en silencio.
Vía Infobae
Fuente Vis a Vis