LA HABANA, Cuba. — El 24 de octubre de 1945, poco después de concluida la Segunda Guerra Mundial, varias naciones se unieron para crear un organismo capaz de proteger la paz internacional y evitar que algo tan terrible volviera a ocurrir.
Inicialmente, la Organización de Naciones Unidas (ONU) estuvo integrada por 51 países, pero con el paso de los años se fueron sumando otros, hasta alcanzar la cifra actual de 193 miembros.
Aunque el máximo interés en su agenda es lograr y mantener la paz, el organismo también se encarga de velar por los derechos humanos y regularizar el debate sobre temas de vital importancia para la supervivencia de la raza humana, como el calentamiento global.
En lo relacionado con este último objetivo, Naciones Unidas ha logrado importantes avances. No así con el propósito de mantener la paz. Después de 1945, el mundo se ha visto varias veces al borde de una tercera guerra cuyas consecuencias serían inimaginables.
La vía diplomática se revela poco o nada eficaz, mientras se intensifica la carrera armamentista, escalan las tensiones entre los polos de poder y se incrementa la amenaza terrorista.
Asimismo, en los últimos años la ONU se ha mostrado proclive a admitir en su Consejo de Derechos Humanos a regímenes totalitarios que se caracterizan por violarlos escandalosamente. Tales han sido los casos de Cuba y Venezuela, cuyos gobiernos practican sistemáticamente el hostigamiento, la violencia física, la cárcel y el destierro forzado contra opositores políticos, activistas y periodistas no alineados con el discurso oficial.
Durante sus 78 años de existencia, la ONU no ha podido impedir que varios de sus países miembros cometan atrocidades contra la población civil e incluso justifiquen descaradamente invasiones, como ha sucedido con Cuba y su abierto respaldo a Rusia en la agresión a Ucrania.
Del mismo modo, el régimen de Miguel Díaz-Canel ha evitado reconocer la responsabilidad del grupo terrorista Hamás en la tragedia que se cierne sobre la Franja de Gaza desde el pasado 7 de octubre.
La infinita hipocresía de estos líderes encuentra voz y voto en un espacio creado para proteger los derechos civiles y sancionar a las naciones que promuevan, de forma abierta o velada, actos terroristas. No es de extrañar que cada vez sean menos confiables sus siglas y que ciudadanos en todo el mundo se cuestionen si vale la pena que sus impuestos sean utilizados en el financiamiento de una institución que ha demostrado sobrada ineficacia y excesiva tolerancia ante políticos hostiles.
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Fuente Cubanet.org