AREQUIPA, Perú.- Con el nombre de José Roque Ramírez vino al mundo, en 1888 y en la más absoluta pobreza, un cubano que entraría a la historia por razones muy distanciadas de la virtud. El pueblito de Holguín que lo vio nacer era una geografía olvidada, donde un alumbramiento solo significaba, con gran pesar, que habría otra boca más para alimentar. Sin embargo, el niño pronto daría muestras de que, a falta de solidez económica, había nacido con otras cualidades: una inteligencia superior, habilidad para ganarse la confianza de las personas y una total falta de escrúpulos.
Sus primeras tretas estuvieron relacionadas con billetes falsos de veinte dólares. Cuando lo descubrieron, logró evadir la justicia y esconderse en el pueblito pesquero de Boca de Samá, donde se dice que su madre lo enseñó a leer y escribir. Por tres años el pícaro adolescente se mantuvo alejado de la delincuencia, pero un día en que decidió visitar su pueblo natal, la policía lo sorprendió y lo mandó derecho a la cárcel de Santiago de Cuba.
Instruido por un gaditano que cumplía una condena de treinta años, Roque Ramírez resultó muy aventajado en el aprendizaje de la estafa. Así lo demostraron sus múltiples fechorías en lugares tan distantes como Shanghai, Buenos Aires, Londres o Barcelona. Cualquier persona adinerada que se le cruzaba en el camino, era desplumada sin piedad.
En Canadá, con una falsa promesa de matrimonio, le sustrajo 250 mil dólares a una mujer de avanzada edad; vació los bolsillos del Gobernador General de Guyana Francesa durante un juego de cartas; y en Haití logró engañar a un rico caficultor francés, pasándole barras de bronce como si fueran de oro.
Bajo el alias de El Águila Negra ganó fama. Incluso llegaron a considerarlo el Arsenio Lupin cubano. Su locuacidad y gentileza le abrían el camino hacia las altas esferas de cualquier sociedad. En ellas vistió la piel de muchos personajes. Se probó nombres y profesiones. Fue abogado, ganadero, magnate petrolero y diplomático.
Pero al astuto José Roque Ramírez se le acabó el cordel cuando intentó estafar, en el Hotel Nacional de Cuba, nada menos que al coronel Eleuterio Pedraza, jefe de la policía. Hasta allí había llegado el pillo con aires de gran señor, montado en una lujosa limosina y repartiendo propinas de infarto. El coronel hubiera caído redondo en la estafa, pero un oficial del ejército reconoció al timador.
El lance le costó una larga condena en prisión a El Águila Negra que, a pesar de todo, tenía suerte. Había cumplido solo dos años cuando el indulto promulgado por Fulgencio Batista lo dejó libre.
Fue en prisión donde conoció a El Murciélago, un preso condenado a 30 años que se convirtió en su mentor. Bajo su tutela, El Águila Negra aprendió el arte de las estafas y las artimañas en juegos de cartas. El Murciélago llegó a considerarlo su heredero y le dejó un cinturón de cuero que ocultaba docenas de monedas de oro.
Una vez en libertad, puso en práctica todo lo que había aprendido con El Murciélago y logró ganar grandes sumas de dinero en juegos de cartas en Sagua la Grande y Ciego de Ávila.
El Águila Negra comenzó a viajar por el mundo, estafando a personas en Canadá, Haití, Argentina y otros países. Utilizó múltiples identidades, haciéndose pasar por un magnate petrolero, un diplomático y otros personajes para llevar a cabo sus estafas. Fue famoso con nombres falsos como Castañón y Belisario Roldán y por los motes de El Doctor, El Ingeniero, El Millonario, El Compadrito, entre otros.
A pesar de enfrentar numerosas detenciones y solicitudes de extradición, El Águila Negra logró evadir la justicia durante años. Finalmente, en 1967, falleció en Ciudad de México debido a un derrame cerebral a la edad de 80 años. Perdura en la historia como uno de los estafadores más ingeniosos y escurridizos del crimen internacional.
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Fuente Cubanet.org