Son 16 años más, pero como si no. Novak Djokovic encuentra en esa diferencia de edad un aliciente más para seguir mejorando lo que ya parecía inmejorable. Ahora mismo no tiene freno para acaparar todos los récords que él quiera y construya. Está empeñado en borrar los nombres de Rafael Nadal y Roger Federer de todas las estadísticas y en la Copa de Maestros no es una excepción. Persigue la séptima corona y se impone en el primer partido de la competición, ante Holger Rune, con una explícita declaración de intenciones: está adaptado a todas las épocas, a todas las velocidades, y la edad está más en la cabeza de los rivales que en la suya. Aplacó a un combativo danés que le encontró varias cosquillas tras un partidazo de tres horas por un 7-6 (4), 6-7 (1) y 6-3.
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El danés, como muchos de su generación, tenía prisa. Comenzó al mil por cien, palos en cada resto a 145 kilómetros por hora y saques a 220. Una locomotora este Rune cuando quiere y puede, un misil en la mano derecha. Le restó tiempo de respirar a Djokovic, 23 botes antes de sacar para contrarrestar la velocidad del oponente. Pero el danés lo presionó con todo, raqueta, muñeca, y cuerpo, adelantándose en los segundos servicios, hasta que encontró una de esas grietas tan difíciles de ver en esta versión del serbio evolucionada en solitario.
Un break en el quinto juego que puso al personal al borde de la silla. Es verdad que se han enfrentado cuatro veces y que llevaban, hasta hoy, dos victorias para cada uno (para Djokovic la primera, 6-1, 6-7 (5), 6-2 y 6-1 en el US Open 2021, y la última, 7-5, 6-7 (3) y 6-4 en los cuartos de final del Masters 1.000 de París de este 2023; para Rune, 3-6, 6-3 y 7-5 en la final de este torneo de 2022, y 6-2, 4-6 y 6-2 en los cuartos de final de Roma 2023), así que se esperaba un partido de tensión.
Destensiona Djokovic como nadie. Y aplaca ínfulas con maestría, que son seis coronas en este torneo y no por casualidad. Apeló el serbio a la paciencia, esa con la que ha crecido tenísticamente, y dejó que se revolucionara el danés, con esa velocidad a la que se ha adaptado de maravilla y que, en ocasiones, se vuelve en contra de los jóvenes. A Rune se le hizo eterno el juego, y demasiado pesado. Se le agarrotó el brazo, midió mal un saque que parecía infalible y con dos dobles faltas y mucho miedo en la mano, dejó que Djokovic y su espíritu competidor igualaran el marcador.
No hubo más atisbos de grieta en el serbio a partir de ahí. Aguantó Rune, magnífico competidor cuando es el rival quien lleva el mando, hasta el tie break. Pero ahí, las prisas. No supo el danés mantener el juego de fondo ante un jugador 16 años mayor que él, enseguida quiso acortar el punto, cansado de pensar hacia dónde impactar la pelota. Terreno de Djokovic, volcada la grada con él, animando al personal en los momentos tensos, derechazo al resto y puño en alto, tie break y primer set en el bolsillo.
Tiene este Djokovic de otoño esa capa de superioridad con la que sobrevuela el circuito de vez en cuando. Desde la derrota en la final de Wimbledon, a manos de Carlos Alcaraz, habían sido 18 partidos sin tacha. En pista dura, 33 partidos por solo una derrota (Medvedev, en Dubái). Y no quería terminar aquí la cuenta. Ni siquiera perder un set, tan importantes siempre en este torneo.
Por eso, y aunque Rune volvió a encontrar otro resquicio por el que colarse a principios de la segunda manga, un break en el segundo juego, volvió a producirse la misma situación que en el primer capítulo: demasiadas prisas uno, y eso que aguantó desde el fondo un poco más, y demasiados trucos de escapismo el otro. Y en la balanza, fue el serbio quien se llevó el premio, y con la recompensa de poner al público más a su favor y más en su contra con dedos a la oreja y brazos pidiendo más gritos.
Ahí, en el centro de la diana, los dos se mueven de maravilla, parejos en esa forma de ser explosiva, caliente y enganchada con la grada para bien y para menos bien. Aceptaba Djokovic esa similitud, y que ahora se multiplica porque Boris Becker, otrora su entrenador, es quien maneja la carrera del danés. Pero en la pista, ahí quedan las semejanzas. Todavía hay mucha diferencia de juego y, sobre todo, de recursos y soluciones.
Rune siguió imprimiendo esa velocidad a la que el serbio ha tenido que adaptarse, más acostumbrado a la paciencia y a masticar los puntos gracias a sus batallas con Federer y Nadal. Otros tiempos. En estos veloces y con menos tiempo para la estrategia, también es maestro. Y en la perseverancia. Desbarató una bola de set en contra con 4-5 para nivelar el encuentro y entonces, en ese tie break que tan magistralmente suele dirigir el serbio, un apagón insospechado.
Un remate fácil, de derecha, que Djokovic estrella en la red, y donde se estrella toda su rabia porque no encuentra esta vez soluciones para levantar el error, son las dos raquetas que parte por la mitad. Rune grita al techo del Alpitour, Djokovic entra en modo rabioso. Peligroso siempre, más aún con un set perdido, tan importantes en este torneo.
Pero este es el Djokovic de los récords, de los 24 Grand Slams, de los 40 Masters 1.000 y de alimentarse de los retos que le ofrecen los jóvenes. Ante Rune se hizo evidente una vez más su hambre por aplacar a toda esta generación que ya está aquí, pero que se tendrá que ganar su jubilación. En un arreón de energía y mala leche, Djokovic logra el break en el segundo juego del tercer parcial y pone esa marcha más que suele guardarse para apuntillar al rival, que se desmigaja. Esa última lección de que él todavía está aquí, y que tendrán que hacer muchas cosas para apartarlo de su camino. Bastantes hizo Rune, pero le pesaron las prisas y un Djokovic enfadado.
El serbio asegura con este triunfo el número 1 y termina, por octava temporada, en lo más alto de la ATP: 2011, 2012, 2014, 2015, 2018, 2020, 2021 y 2023. Y ya está un paso más cerca de su objetivo: su séptima Copa de Maestros.
Fuente ABC