LA HABANA, Cuba. – En vista de todo lo que se ha escrito y dicho ―a favor y en contra― de los conciertos que ofrecerá Norah Jones en La Habana en febrero del próximo año, me había propuesto no intervenir en la polémica.
Primero que todo, porque no quería atacar a Norah Jones. Pero me duele que la dictadura que nos oprime utilice para su provecho a una intérprete que me gusta mucho, aunque no sea mi cantante de cabecera (esa sería Aretha Franklin o Janis Joplin). Por estos días, críticos musicales como Oni Acosta y otros voceros del oficialismo proclaman su gusto por Norah Jones. En ellos jamás sospeché esa predilección por la música estadounidense que ―como les pasó a tantos cubanos de mi generación― tan caro les hubiera resultado en los años 60 y buena parte de los 70, cuando el castrismo se batía contra “el diversionismo ideológico” que implicaba escuchar “la música del enemigo”, o sea, toda la que fuera cantada en inglés.
El segundo motivo por el que me decido a romper mi propósito de no escribir sobre el proyectado viaje a Cuba de Norah Jones es por toda la mentira, el oportunismo, hipocresía, simulación e ignorancia que hay en las opiniones de muchos de los que opinan ―a favor y en contra― sobre el tema.
Quién me iba a decir que me iba a involucrar en una bronca donde Arleen Rodríguez, de Cubadebate, la periodista más próxima a Miguel Díaz-Canel, y los repulsivos cotorrones talibanes del programa Con Filo, estarían de parte de Norah Jones, defendiéndola de los ataques de “los odiadores”, como llaman a todos los que critican al régimen.
Para empezar, no es que me oponga a los intercambios culturales entre Cuba y Estados Unidos. Todo lo contrario. Pero que no sean con truco. Que no vengan con el cuento de que los conciertos de Norah Jones, incluidos en un paquete turístico que cuesta entre 3.000 y 8.000 dólares y más, serán parte de un intercambio cultural. Es otra treta de los mafiosos de GAESA para atraer turistas y vaciarles los bolsillos, como en el Santa María Music Fest. Solo que Norah Jones es una artista con muchísima más calidad que los gaznápiros y pelandrujos que se presentaron en el exclusivo cayo. Porque no se puede negar, como hacen muchos que critican a Norah Jones y que dicen ni siquiera saben quién es, la excelencia de la laureada cantante y pianista.
Norah Jones, con su voz cálida y sensual, canta al piano de un modo tan íntimo que parece una amiga que nos cuenta sus problemas, en los que podemos vernos involucrados de lleno ―y a mucho gusto― antes de que vuelva a colocar sus deditos en el teclado y salga la próxima estrofa de sus labios. Solo que cuando se refiera a Cuba, lo más probable es que discrepemos.
No creo que Norah Jones sepa mucho de Cuba ni le interese más que la posibilidad de ganar más fama y dinero. Y es que ella, por suerte para sí misma, no vive en La Habana, al contrario de lo que pregona el cartel promocional de sus conciertos en el Teatro Martí.
Norah Jones tal vez no sepa que en Cuba rige una dictadura que dura ya más de seis décadas. Ella parece estar bastante desinformada. Ha confesado que hasta hace casi 20 años no conocía la música de grupos como Led Zeppelin o Pink Floyd. Cuando comenzó a tomar el rock en serio y no a escucharlo solo de refilón en la radio, ya cantaba y tocaba piano hacía rato. Hasta entonces, lo que había escuchado en su casa eran los discos de su mamá de Ray Charles, Billie Holiday, Aretha Franklin, Etta James, Joni Mitchell y la música country que le gustaba a su abuela texana. Luego se formó como pianista de jazz. De ahí la rara amalgama de soul, country y jazz que hace en la música que toca y compone.
Si tiene ese despiste y batiburrillo en la música, lo que le ha costado ser criticada por los majaderos puristas del jazz que se niegan a aceptarla, dígame usted cómo será en la política y la historia.
Pero no se puede negar su valía artística. El caso de Norah Jones es una buena muestra para creer en todo ese lío de los genes. Es hija de Ravi Shankar, el más famoso ejecutante del sitar, con una neoyorquina, Sue Jones. Aunque papá Shankar, más allá de escogerle un nombre hindú ―Geelathi―, parece que no se ocupó de ella tanto como de la otra hija que tuvo con una mujer bengalí, Anoushka, de quien hizo una consumada intérprete del sitar desde que era una adolescente. Pero no hay quien dude que le legó en la sangre a su hija de Brooklyn una musicalidad fuera de serie.
Los que se hacen los tontos pidiendo que dejen que los cubanos podamos disfrutar de la música de Norah Jones saben tanto como yo que lo más probable es que su concierto en el Teatro Martí ni siquiera lo transmitan en la Televisión Cubana. Y ni pensar que la divisa que aportará aliviará nuestra hambre. Pero que no nos ciegue el despecho porque Norah Jones, como tantos otros artistas, se haya dejado envolver por las artimañas del régimen castrista.
Por mi parte, sinceramente, preferiría que Norah Jones ―si sus conciertos en La Habana, o al menos uno de ellos, no va a ser abierto para todos los cubanos, como los de los Rolling Stones, Kool and the Gang, Rick Wakeman, Air Supply y Audioslave― cancele su viaje a Cuba. Y que se jodan los avaros oligarcas de GAESA.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org