AREQUIPA, Perú.- Amelia es una mujer singular, pero Juana lo es todavía más. Una no puede existir sin la otra. Las dos habitan el mismo ser. Se complementan, se dan fuerza, compartiendo una vida de tribulaciones, arte y deseos.
Neris Amelia Martínez Salazar, nombre real y completo de la artista, nació en 1925, en una familia humilde. Quedó huérfana a muy temprana edad, por lo que fue internada en un colegio de monjas. Si bien nunca realizó estudios formales de música, aprendió a tocar el piano y las tumbadoras.
Trabajaba como empleada doméstica cuando el compositor Obdulio Morales descubrió su talento, y promocionó su debut en el teatro Martí, con la interpretación de la guaracha Yo soy Juana Bacallao, que determinó su nombre artístico.
Así fue como apareció Juana, una manifestación de la fuerza interna de la artista, de la naturaleza desafiante y transgresora que vivían dentro de la mujer, de su afán de popularidad.
Los tormentos de su infancia, la soledad y otras muchas carencias de esa primera etapa animaron a la cantante cubana a tomar la vida por los cuernos. Casi como un acto de rebeldía contra el destino, al cual ella misma se encargaría de manejar.
De ahí quizás las contradicciones en los testimonios de Juana, pues su vida ha sido la que ella a ratos ha querido contar o imaginar. Una biografía sobre la que se empoderó a su antojo, tal como hacía con sus tantos espectáculos en los cabarés de La Habana, donde cantaba, bailaba, olvidaba letras e improvisaba el guion según le convenía.
Esa enajenación casi soberbia con que se conducía dio como resultado muchas historias (reales o sin comprobar) que el pueblo de la Isla recuerda con simpatía. Juana quería ser conocida, y para lograrlo convirtió su mera existencia en todo un performance.
Esta urgencia de llamar la atención muestra cómo Juana Bacallao fue de cierta manera una precursora de la telefonía móvil. Al llegar a lugares con mucha gente, la artista sacaba un auricular de su cartera y anunciaba: “Ya estoy llegando. En unos minutos estoy con ustedes”. Guardaba nuevamente el aparato en su bolso y continuaba el camino con actitud de diva.
Asimismo, cuando se disponía a cruzar una ancha avenida, aguardaba discretamente a que el semáforo mostrara la luz verde. En ese momento, se colocaba en un sitio bien visible para los autos que transitaban rápido, saludándolos con una sonrisa amplia.
No le importaba si la miraban o no; gesticulaba con pose de diva, como agasajada por sus admiradores. Al cambiar el semáforo a rojo, agradecía a los autos como si se hubieran detenido para darle paso, cruzando la calle con un “Gracias, muchas gracias”.
En ocasiones, llevaba un perrito de peluche en el regazo y le hablaba ante el asombro de muchos. “Cuando lleguemos a casa te doy tu papita, cariño”, decía.
Cuentan que una vez la Prima Ballerina Assoluta Alicia Alonso asistió a una de las presentaciones de Juana. La intérprete, micrófono en mano, le dio las gracias con total familiaridad y le prometió: “En tu próximo show yo estaré en primera fila, Alicia”.
Trascendió también una Bacallao que en medio de un homenaje a José Martí cambió los versos de “Los Zapaticos de Rosa” y recitó “El aro está por la libre y el balde por la libreta”.
Siempre ha sido una artista cargada de humor, poseedora de una apariencia inusual, con vestimenta llamativa. Hace comentarios jocosos, habla con coloquialismos cargados de costumbrismos y de cubanía.
Ya se acerca el centenario de vida de Amelia, y casi 80 años de carrera de Juana. Una no existe sin la otra, pero ambas son queridas y celebradas como parte inequívoca de la cultura de Cuba.
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Fuente Cubanet.org