LA HABANA, Cuba. – Durante la guerra en Angola, Ernesto Tamayo Osorio sufrió heridas graves en la pierna y el brazo izquierdos, que generaron graves secuelas. “Me operaron y me pusieron dos varillas [pasadores] en el brazo”, dice el hoguinero de 61 años, señalando desde el codo hasta la muñeca.
Su pierna también tuvo que ser reconstruida con la ayuda de otro pasador. Desde entonces, Tamayo necesita inevitablemente de un bastón para poder caminar.
Ambos traumas lo dejaron incapacitado para el trabajo. “Cuando regresé a Cuba me dijeron que me iban a dar un retiro, pero me pasé más de dos meses sin asistencia”, recuerda el excombatiente, que ahora recibe una simbólica pensión de 1.500 pesos mensuales, una cifra insuficiente para enfrentar el alto costo de la vida.
“El Gobierno no me ayuda, lo que me da es una ‘porquería’”, afirma Tamayo, a quien, según asegura, entidades creadas para atender casos como el suyo ―dígase la Casa de los Combatientes, por ejemplo― le han dado la espalda.
Tras numerosas gestiones sin resultados, el hombre ha descartado el respaldo del Gobierno, del que solo ha recibido promesas y evasivas, dice.
“Varias veces le he pedido ayuda al Gobierno y todavía estoy esperando respuesta. Siempre me dicen que ahora no se puede, que siga insistiendo, pero ya me cansé. Me di cuenta que me estaban esquivando y no he ido más”, dice el excombatiente.
La intervención militar cubana en Angola se inició hace 48 años, el 5 de noviembre de 1975. Miles de cubanos regresaron de Angola mutilados, con afectaciones nerviosas y víctimas de extrañas patologías, a un país que se adentraba en la peor crisis de su historia.
Penurias de un excombatiente
Sin apoyo e incapacitado para trabajar, Tamayo está en la miseria y a merced de la caridad. “No tengo casa, duermo en cualquier lugar, en los bancos de los parques. Si llueve duermo en el piso de los corredores y pido limosna para comer”, dice.
Estas dificultades llevaron al hombre a “refugiarse” en las bebidas alcohólicas, pero pronto rectificó el error. “Tenía tantos problemas que empecé a tomar ron o lo que apareciera. Poco a poco lo dejé porque empeoraba. Ahora no soy alcohólico”, confiesa el veterano de guerra.
Tamayo asegura seguir con vida gracias al auxilio de la Iglesia y a personas que se compadecen de su situación. “Los religiosos me regalaron el bastón. Ellos me ayudan y otras personas también me dan dinero o algo para comer; si no es por ellos ya estuviera muerto porque llevo una vida de perro”, termina.
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Fuente Cubanet.org