Ondeaba imponente una bandera de la Roma en el fondo sur como tantas otras veces en el Metropolitano; dedicaban insultos irreproducibles en estas líneas los aficionados de la Lazio, agolpados en lo más alto de la zona norte del estadio, al Atlético de Madrid en su conjunto. En fin, dicotomías entre ultras que poco tienen que ver con el fútbol. Comenzaba lo de veras importante y Diego Pablo Simeone, único nexo de amor entre ambas entidades, revolucionaba el once atlético: Giménez y Savic, junto a Hermoso en la línea de tres zaguera; Witsel al pivote y Koke, al banquillo. Arriba, junto al más fino de los hombres de la plantilla rojiblanca, obviamente Griezmann, Correa daba descanso a un Morata recientemente reencontrado con el gol.
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Atlético de Madrid:
Oblak; Molina, Savic (Azpilicueta, min.68), Giménez (Söyüncü, min.46), Hermoso, Lino; De Paul, Witsel (Koke, min.63), Saúl; Correa (Morata, min.63) y Griezmann (Memphis, min.46). -
Lazio:
Provedel; Marusic (Lazzari, min.58), Casale, Gila, Hysaj (Pellegrini, min.70); Guendouzi, Vecino, Luis Alberto (Kamada, min.63); Pedro (Felipe Anderson, min.58), Immobile (Castellanos, min.63) y Zaccagni. -
Goles:
1-0, min.6: Griezmann. -0, min.51: Lino. -
Árbitro:
Serdar Gözübüyük (PBA). Amonestó con tarjeta amarilla a Giménez (min.45+2) en el Atlético de Madrid, y a Pedro (min.8), Marusic (min.47) y Guendouzi (min.72) en la Lazio.
Parecían muchos los cambios para un partido tan relevante: porque acabar primero de grupo y evitar en octavos a monstruos como el Manchester City, el Arsenal o el Bayern es un asunto a tener en cuenta. Pero cuando un equipo juega con la autoestima tan alta en casa, cuando se cree capaz de tumbar la muralla más alta si es preciso, la moneda suele caer de cara. Así, en los primeros pestañeos del duelo y sin merecerlo demasiado, un perseverante Lino ganó el duelo a Marusic -al que arrastró hacia la locura en la fría noche de ayer-, alzó la cabeza y encontró en el corazón del área a Griezmann, que con el interior de su diestra, con infinito mimo, puso el balón en la esquina más recóndita de la portería defendida por Provedel.
Ganaba el Atlético, que trataba de hacer los deberes a tiempo en el intento de huir de los demonios que tantas veces le han asaltado en esta vieja competición. No obstante, a diferencia de la abundancia habitual en esta temporada, su fútbol era escaso. Morían muy rápido sus posesiones en la salida de balón en las botas de los inciertos Savic y Giménez, y perdía ritmo la circulación con Saúl, que, como si se tratara de un peaje, desaceleraba los trasvases de una banda a otra. Sólo las travesuras de Lino y Correa, y los momentos de brillantez de Griezmann, que mejoraba cada jugada en la que era partícipe, daban luz a un Atlético dominado.
Entretanto, también clasificada a la fase eliminatoria de la Liga de Campeones, una tranquila Lazio sin nada que perder amenazaba con asiduidad la meta de Oblak. La calidad de Luis Alberto y Guendouzi maridaba con el tesón del perdonado Vecino -quien tuvo recientemente una fuerte pelea con el cuerpo técnico laziale y llegó a estar incluso apartado del equipo-. La Lazio retenía la pelota con alegría y, tanto Zaccagni, tras bailar a De Paul y Witsel, como Pedro rozaron el empate que tanto merecían.
Sin embargo, en un deporte donde tantas veces el mérito poco corresponde al resultado, lo que aconteció fue el segundo tanto rojiblanco. En un golpeo similar al de Róterdam, Hermoso convirtió en gol un bonito centro del guadianesco Molina. Era bellísima la jugada; tanto que finalmente quedó en un simple recuerdo tras un claro fuera de juego posicional de Lino. ¿Qué pretendía el brasileño al intentar cabecear el balón cuando la trayectoria de este se dirigía a la red?
La redención de Lino
Es una incógnita conocer si el hábil carrilero tenía sentimiento de culpa, pero en el inicio de un segundo tiempo sin Griezmann ni Giménez, sustituidos por Memphis y Soyuncu respectivamente, Lino enmendó temprano su error. Poco después de forzar la amarilla de un desesperado Marusic, el diestro recogió un rebote en el área celeste y, de volea, llenó de tranquilidad el corazón del personal rojiblanco.
No fue esta vez sorprendido por un gol del portero en el último segundo, ni asaltado, como acostumbra en la Champions League, por un cúmulo de consecuencias inverosímiles: cumplía el Atlético con las siempre temibles expectativas, sumaba su vigésima victoria consecutiva bajo el abrigo de su gente, mantenía la portería a cero y pasaba a octavos como líder de grupo siete años después.
Fuente ABC