LA HABANA, Cuba. — Hace 30 años, por estos días de enero, acaparaba la atención mundial la insurrección indígena en Chiapas, al sur de México, que se había iniciado en las primeras horas de la madrugada de 1994 con la toma de San Cristóbal de las Casas.
Un hombre enmascarado con un pasamontañas, que se identificaba como Subcomandante Marcos, era el líder de la guerrilla que se hacía llamar Ejército Zapatista de Liberación Nacional y desafiaba al Estado mexicano al reivindicar la autonomía y los derechos de los indígenas.
El Subcomandante Marcos, al que posteriormente las autoridades mexicanas identificaron como Rafael Sebastián Guillén, un cincuentón exprofesor de filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se convirtió en una celebridad mundial, y sobre todo, en un ídolo de la izquierda más truculenta.
Fue todo un éxito del marketing izquierdista. Menos dado al tableteo de ametralladoras y a la formación de combatientes que fueran frías máquinas de matar, con un sustento ideológico más elaborado y encima de todo poético —¿se imaginan ligar a Mao, Gramsci, Althuser y el Popol Vuh?— y tremenda parafernalia mediática, el Subcomandante Marcos pudo en estos tiempos posmodernos sustituir cómodamente al Che Guevara si la izquierda radical latinoamericana no fuese tan obtusa, maniática, mitómana y rutinaria.
Durante años, el Subcomandante Marcos sedujo a muchos intelectuales de izquierda, entre ellos al escritor español Manuel Vázquez Montalbán.
El Subcomandante, que no podía desligar a Vázquez Montalbán de su personaje, el detective Pepe Carvalho, en diciembre de 1997, desde su campamento en la selva de Chiapas, Marcos le escribió una carta confesándole su admiración y también quejándose del tormento que ocasionaba a su estómago guerrillero la descripción de las pantagruélicas comidas de Carvalho.
Unos meses después, el escritor catalán viajó a la jungla chiapaneca para llevar al Subcomandante, además de su espaldarazo mediático, cuatro kilogramos de chorizos de Guijuelos, varios turrones y un ejemplar de Y Dios entró en La Habana, un libro de más de 700 páginas que fue el aporte de Vázquez Montalbán a la mitología de Fidel Castro y su revolución.
El Subcomandante, intelectualmente más dotado, muchísimo más original y con un funcionamiento mediático que, más de tres décadas después del primero de enero de 1959, había superado al de Fidel Castro, no le interesaba mucho tomar ejemplo del cubano. Lo más probable es que luego de leerse el libraco, cuando se cansó de cargar tan pesada impedimenta en su mochila, haya terminado limpiándose su culo guerrillero con las páginas, y lamentando que su amigo barcelonés no hubiese escrito un libro de esa extensión sobre él.
Tampoco le dedicaron un libro Gabriel García Márquez o Carlos Monsiváis, los únicos escritores capaces del empeño de hacer “un libro decente sobre la revolución”, según Marcos (Paco Ignacio Taibo II le quedó corto). Y entonces, como lo que escribió él mismo no le satisfizo, el Subcomandante Marcos, que ansía, como en aquella canción, “que no lo olviden, ni siquiera un momento”, decidió reinventarse.
En 2014, cuando ya el mundo empezaba a aburrirse del ideólogo y líder del Ejército Zapatista de Liberación, tanta era la costumbre de saberlo más virtual que otra cosa en la Selva Lacandona, con su pipa, su pasamontaña y su gorra verde oliva, anunció que ya no habría Subcomandante Marcos, sino Subcomandante Galeano. Lo de Galeano, aclaró, no por el escritor uruguayo, que tampoco le dedicó un libro, sino —como también lo fue el nombre de Marcos— por un zapatista muerto que tenía ese apellido o lo usaba como nombre de guerra (según el Subcomandante, “los zapatistas, aunque mueran, siguen en la lucha”).
Desde hace diez años, al frente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional —que ya no es beligerante y es más amenazado por los carteles de la droga y los traficantes de inmigrantes que por el Estado mexicano— está el Subcomandante Moisés.
En octubre de 2023, el ex-Marcos, ya sexagenario y de quien se rumora desde hace años que está terminalmente enfermo, anunció: “Murió el Subcomandante Galeano. Murió como vivió: infeliz”. Dijo que ahora volverá a ser Marcos y se autodegradó a capitán.
Marcos, Galeano, como quiera que se haga llamar y con el grado que lleve, es otro desvanecido mito de la cada vez más desacreditada izquierda truculenta latinoamericana.
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Fuente Cubanet.org