“Alejandro Romay me llamó para otro proyecto: yo ya tenía 38 años y él quería que hiciera a una virgen de 18, y mientras me contaba el argumento por dentro pensaba que nadie lo iba a creer. Al mismo tiempo me enteré que iba a hacer otra novela, Dulce Ana, pero Romay creía que yo no daba el physique du rol. Entonces me disfracé y fui a verlo a su oficina, y ahí me gané el papel”. Patricia Palmer ya tenía una interesante trayectoria en el medio, pero esa novela, emitida en 1995, marcó su gran consagración.
Con 165 capítulos, Dulce Ana fue un gran éxito en Canal 9. Basada en la novela mexicana Pobre Clara, es una historia original de Carmen Daniels que fue adaptada por Juan Carlos Badillo, Ana Montes y Stella de la Rosa. El galán de Palmer fue Orlando Carrió y la malvada estaba interpretada por una impecable Susana Campos. También, dentro del elenco asomó Natalia Oreiro, que a sus 17 años estaba recién llegada de su Uruguay natal y este auspicioso debut marcó su camino a la fama.
Ana Iturbe Montalbán (Palmer) es, en apariencia, una joven poco agraciada y apocada, características que su propia madre, Mariana (Campos), se encarga de remarcar con malos tratos y comentarios despectivos que dañan su autoestima. La tía de Ana, Julia (Nelly Panizza), se compadece de ella y le regala un viaje como premio a su sacrificio; así conoce a Fabián Harding (Carrió), que se enamora de la dulzura de Ana. A partir de ese momento, Ana cambia su apariencia y enfrenta a su madre, que pretende volver a dominarla y destrozar su felicidad. El elenco se completaba con Silvia Kutika, Boy Olmi, Alejandra Darín, Florencia Bertotti, Aldo Pastur, Gloria Raines y Blanca Soto. Con dirección de Hugo Moser hijo y producción de Rodolfo Cela, la cortina musical era “No quiero arrepentirme”, interpretado por Julia Zenko.
Un torbellino uruguayo
Natalia Oreiro había llegado de Uruguay hacía poco tiempo y consiguió un pequeño papel como extra en Inconquistable corazón. Después fue convocada para Dulce Ana y allí pudo lucirse. “Fue preciosa esa novela porque yo venía de hacer una participación muy chiquita con un personaje que no hablaba. Y en Dulce Ana tuve mi primer personaje con texto. Fui elegida por Patricia Palmer y por Hugo Moser hijo; los dos me hicieron el casting”, le cuenta a LA NACIÓN.
“Fue un proyecto maravilloso porque tanto Patricia como Susana Campos, que hacía de su madre y mi abuela, me cuidaron un montón y me enseñaron muchísimo. Me acuerdo que ellas compartían camarín en los estudios de Dorrego, que estaban recién inaugurados. Y me invitaban al camarín, me charlaban, me tenían mucha paciencia. Me daban un espacio super importante desde el afecto”, recuerda Oreiro. “Con Patricia seguimos en contacto, la admiro como artista y como persona, es muy generosa. Y a Susana Campos la recuerdo con mucho cariño, era una señora actriz que todos extrañamos un montón; tuve la oportunidad y el privilegio de compartir con ella también su último trabajo, una participación en la novela El deseo, donde hacía de mi abuela también”.
Oreiro también recuerda la contención que recibía por parte del director, Huguito Moser: “También fue muy paciente; yo era un torbellino y me escuchaban, yo proponía y me aceptaban. Los looks eran míos, por ejemplo. Un poco lo que hago ahora, pero con 17 años (risas). Mis mejores recuerdos para Dulce Ana. Sé que fue una remake, pero para mí fue la precursora de Betty, la fea, hecha desde otro lugar, una historia más creíble y muchos años antes que Betty la fea”.
Dulce Ana tuvo varias versiones. La original, Pobre Clara, fue emitida por Televisa en 1975 y protagonizada por Chela Castro y Julio Alemán. En 1984 la reversionó Canal 11, con Alicia Bruzzo y Germán Kraus. Y Televisa volvió a hacerla en 1995 con el título de Pobre niña rica, con Victoria Ruffo y Ariel López Padilla.
Una actriz tenaz
Patricia Palmer le dio su toque personal a Dulce Ana. “Cuando buscaban a la protagonista, yo quería hacerla pero Romay decía que no porque yo era alta y linda; esa era su mirada hacia mí. Entonces hice la composición del personaje con ropa, maquillaje y fui a su oficina; le pedí a la secretaria que le dijera que había una amiga que quería saludarlo y así me presente, con el personaje encima. Y gracias a eso pude hacer Dulce Ana”, le relata a LA NACION.
Un pedido especial de Palmer fue que Susana Campos hiciera el personaje de su madre: “Romay mostraba los primeros cuatro capítulos en un auditórium privado con gente que él invitada, de diferentes targets, y hasta venía su empleada de servicio, recuerdo. Dijeron que Susana no podía hacer de mala porque tenía la bondad en sus ojos. Recuerdo que decía eso (risas). Entonces dije que si Susana no estaba, yo tampoco. Veníamos de hacer Libertad condicionada, nos habíamos hecho bastante amigas y me pareció injusto porque me encantaba su trabajo. Finalmente quedó en el personaje y después recibía amenazas, de lo mala que era. Incluso recibió amenazas de muerte que hubo que denunciar; imagínense lo mala que era el personaje”.
Con un poco de nostalgia, admite que Ana fue uno de los personajes “más lindos de telenovela” que hizo porque era de composición. “Mi Ana era tartamuda, que tampoco era lo que se me proponía, pero yo quise que se trabara hablando. Me hizo surgir como actriz, despegar de la chica de la telenovela. El look fue una propuesta mía. Tengo una frente muy ancha y cuando me paso todo el pelo para atrás cambio mucho porque mi cara es desproporcional; somos así de familia (risas). Me acuerdo que me cargaban y me decían que tenía más frente que la casa de gobierno. Lo primero que hice fue tapar mi frente, engrosar mis cejas con un aerosol, me puse anteojos y cambié mi postura corporal, subiendo los hombros. Soy alta y siempre hice danzas y yoga, por lo que tengo una espalda bastante recta. Entonces hice una pequeña trampita de subir los hombros a las orejas. Elegir la ropa, que era como de otra época, también fue idea mida. Otra novedad fue que yo intervenía en los libros y me dejaban. Y tengo un recuerdo especial de Natalia; lo de ella fue hermoso, porque era muy chiquita, fue su primer personaje hablado y recuerdo que la tenía muy clara en todo, a dónde quería ir y a dónde quería llegar; era muy trabajadora, sociable, alegre y muy segura de todo”.
Tan compenetrada estaba Palmer con su trabajo en esta novela, que no dudó en ceder parte de sus ahorros para que todo fuera impecable. “Al final de la novela yo quería hacer una maqueta donde se pudiera ver la casa incendiándose con Susana Campos adentro. Y era muy caro, me acuerdo salía 6 mil dólares en ese momento y Romay dijo que no, que teníamos 28 puntos de rating y no valía la pena gastar ese dinero. Se lo conté a Susana y me propuso hacerla nosotras, que me daba la mitad del dinero; hable con Lita Romay, la esposa de Alejandro, que también quiso pagarla. Entonces hicimos la maqueta con todos los cañitos donde iba el gas, se incendiaba la casa, salía el fuego por la ventana; era complicado en esa época porque no se hacía por computadora todavía. Quedó espectacular y, por supuesto, la pagó Romay. El equipo de trabajo era hermoso, maravilloso y fue un éxito muy grande que cambió mi historia”, concluye.
Palmer también fue quien eligió a su galán, Orlando Carrió: “Tuve el enorme placer de trabajar con Orlando, a quien recuerdo con todo el cariño. Y tuve el placer también de elegirlo en un casting junto a Alejandro Romay, y tener dos años de trabajo juntos. Me acuerdo que viajamos a Europa, porque en ese momento las novelas tenían la suerte de hacer exteriores en Europa (risas). Era un excelente compañero, hermoso, cantaba tangos muy lindo”.
Fuente La Nacion