La escritora checa de origen judío Lenka Reinerová nos recuerda en sus libros, en sus obras abiertas a un pasado que no volverá, la Praga judía que desapareció para siempre y evoca a los que ya no están porque la maquinaría criminal del nazismo los exterminó de un plumazo.
Ella misma que sobrevivió a los ocupantes nazis no se vio libre del brutal totalitarismo: los comunistas que habían “liberado” su país la encerraron durante quince meses por sospechas de “cosmopolitismo” y por ser judía. Tuvo mejor suerte que otros que fueron ejecutados por semejantes “pecados”.
por Ricardo Angoso
La escritora judía Lenka Reinerová, nacida en Praga en 1916, recrea en varias de sus historias agrupadas en su obra Visita al lago de los cisnes, la historia de una ciudad y un país que no pudo ser porque fue destruido en la larga pesadilla que se inició en 1933, cuando Hitler llegó al poder en Berlín. Cinco años más tarde, en 1938, los civilizados occidentales, conducidos por Francia y el Reino Unido, entregaron a los nazis los Sudetes. Luego, en marzo de 1939, los checos, presionados por los alemanes y abandonados por todos, se rindieron y aceptaron convertirse en el Protectorado de Bohemia y Moravia bajo la ocupación nazi. Resonaban en las calles de Praga las botas nazis y el sueño multiétnico checo se acababa para siempre de un golpazo. Checoslovaquia había dejado de existir en los mapas de Europa.
Como un guion previamente ensayado y cuya pauta después se repetiría en todos los territorios ocupados por los nazis, muy pronto comenzaría la cacería de todos los judíos que vivían en los territorios recién capturados por la bestia fascista. Lenka Reinerová, que se encontraba ejerciendo como periodista en esos trágicos momentos en Rumania, huiría después de una larga travesía a través de la Italia fascista hasta París. Allí pudo revivir algunos momentos de la libertad perdida en su país, pero esa tranquilidad duraría poco tiempo porque sería capturada por las autoridades francesas, tan exigentes con los pobres judíos que huían del nazismo, pero tan cobardes después ante los nazis, y encerrada en una horrenda cárcel de la capital francesa.
Después de su encierro, Lenka fue deportada a los territorios franceses de África, concretamente a Casablanca (Marruecos), donde escapó de su encierro y, tras un largo viaje, consiguió llegar a México, donde trabajaría en la embajada del efímero gobierno checo en el exilio, ubicado en Londres, y trabaría amistad con el escritor alemán Egon Erwin Kisch y los artistas mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera. Después de varios años en México, Lenka decide regresar a Europa para conocer de primera mano lo que ha supuesto para el viejo continente la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. El Holocausto en su tierra natal, en su Praga de antaño, se ha llevado para siempre a toda su familia; ya nadie le espera en Europa.
Nuevamente huyendo en una vida plagada de aventuras, encuentros fascinantes y experiencias vitales apasionantes, recalaría en Canadá, desde donde en un viejo barco yugoslavo pondría rumbo al viejo continente en compañía de su marido, el escritor serbio Theodore Balk. Llegarían a la nueva Yugoslavia, recién liberada de los nazis y en efervescencia tras la llegada al poder de los partisanos comunistas, y se instalaría en Belgrado, donde trabajaría en diversos oficios sin abandonar nunca la vocación literaria que siempre empapó su vida.
Tres años más tarde de su llegada al viejo continente, en esos momentos devastado por la guerra y sumido en un profundo caos, decide regresar a su tierra natal, Praga. Era el año 1948 y la Guerra Fría entre los soviéticos y sus antiguos aliados ya había comenzado. Lenka Reinerová regresó a una Praga que poco tenía que ver con la ciudad abierta y cosmopolita de su adolescencia. Su actividad política antes de la guerra, sus años de exilio y su origen judío la convertían en alguien sospechosa para las paranoicas autoridades de la época. En un ambiente caracterizado por la ascendencia al poder de los comunistas, un acendrado estalinismo que impregnaba a los nuevos sistemas comunistas del Este de Europa y un ambiente de delación en todos los aspectos de la vida, la llegada de Lenka a su antiguo país, en que todo había cambiado o, simplemente, había sido destruido, no fue nada fácil.
SER JUDIO, UN ASUNTO SOSPECHOSO EN LA EUROPA DEL ESTE COMUNISTA
Además, los nuevos gobernantes del país desconfiaban de todo lo que llegaba del exterior, incluyendo aquí a los exiliados retornados al nuevo país. Ser judía, antigua exiliada, escritora y haber trabajado para las autoridades checoslovacas de Londres, aparte de ser mujer, no eran las mejores cartas de presentación en la nueva sociedad comunista construida a base de falsas acusaciones, crímenes políticos y brutales persecuciones sin piedad. Lenka fue detenida y pasaría quince meses, entre 1952 y 1953, en prisión preventiva bajo las más fantasiosas acusaciones. En aquellos años, el estalinismo era profundamente antisemita y Stalin ya había denunciado públicamente un supuesto “complot de los médicos judíos” que operaba contra el sistema comunista.
En su obra Todos los colores del sol y de la noche, Lenka describe su estancia en prisión y los delirantes interrogatorios que tuvo que soportar,cuyo recuerdo le sirve para evocar también muchas de sus vivencias anteriores. Durante los intervalos entre los interrogatorios kafkianos, Reinerová anima a su compañera de celda con anécdotas y descripciones de distintos momentos de su vida en un intento de mantener la esperanza y no olvidar “los colores del sol”. Reinerová nos habla en nombre de una comprometida generación ahora desaparecida que fue testigo de las agitaciones políticas del siglo pasado y que vivió para contarlo. Salió de la cárcel, fue despedida de la radio checoslovaca, degradada a mera dependiente en una tienda estatal y condenada al anonimato, pues sus obras fueron prohibidas por el nuevo régimen. Hasta los años sesenta sus obras no volverían a las librerías checas y no saldría del ostracismo.
El país vivía un clima persecutorio realmente insoportable. En el Proceso de Praga (1952), una mera pantomima de juicio al estilo estalinista, fueron juzgados trece burócratas comunistas de alto rango y once de ellos no casualmente eran judíos. La mayor parte de los acusados fueron condenados a muerte, a excepción de tres que fueron condenados a cadena perpetua, y entre las acusaciones figuraba el delito de “sionismo”. Los nuevos regímenes comunistas, presionados por Moscú, fueron fieramente antisionistas y abogaban por la destrucción del nuevo Estado de Israel. Lenka, en este ambiente de persecución a los judíos y de odio sistemático hacia la identidad judía, solamente le quedó la escritura para escapar de una situación asfixiante y agobiante, en un mundo que se le escapaba de sus manos y donde su creencia en un mundo mejor chocaba con la realidad totalitaria imperante.
Por las páginas de Lenka discurren estas decepciones, pero también personajes reales, situaciones vividas realmente al límite, cambios de residencia, huidas hacia adelante para salvaguardar la vida que es lo más importante y la esencia del hombre y, en fin, un particular vía crucis en que se entremezclan muchas miserias humanas y también grandes experiencias creativas. De todo ello, Lenka habla en uno de sus libros, el ya citado al comienzo de esta nota Visita al lago de los cisnes, una suerte de homenaje, como si fuera un kadish fúnebre, a la ciudad que le vio nacer, Praga, y también a sus familiares y amigos asesinados en los campos de la muerte, que fueron tantos cuya lista sería innumerable e interminable. Sus recuerdos se funden con lugares muy especiales, como por ejemplo el Viejo Cementerio Judío de Praga, donde se entremezcla la historia de los falsos Protocolos de Sion, en la que se da cuenta de una fantasiosa conspiración judía, y la historia de una capital judía como fue la Praga del periodo de entreguerras.
Curiosamente, el pasado siempre vuelve y en los juicios de Praga de la época comunista nuevamente se vuelve a invocar la “conspiración judía”, el sionismo como una suerte de ideología que promueve un gobierno internacional y aparece el fantasma de los Protocolos de los Sabios de Sion con la cascada de acusaciones imaginarias contra los injustamente condenados a muerte o a cadena perpetua. Lenka asistía incrédula a cómo los comunistas habían aceptado la mayor de las perversiones políticas y se comportaban casi como vulgares nazis ya sin máscara. Pero lo peor estaba aún por llegar: en 1968, tras un periodo de esperanza y lento amanecer en lo que se conoció como la Primavera de Praga, los soviéticos junto con sus aliados socialistas invadían Checoslovaquia e impedían el renacimiento democrático del país. Los checos tendrían que esperar años, hasta 1989, para recuperar la libertad perdida y ahogada en sangre por las tropas soviéticas.
Pese a todo, Lenka no renuncia a Praga, como deja escrito, y para ella es su única casa posible después de años de vagar como una vagabunda errante sin tierra ni destino por el mundo. Se da la paradoja que Lenka ha sido una de las últimas escritoras en lengua alemana de la antigua Checoslovaquia, ya que después de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los alemanes del país fueron expulsados por las nuevas autoridades comunistas y la vida cultural alemana, con sus teatros, periódicos, liceos, colegios, universidades y editoriales, se esfumó para siempre. De todo ese mundo apenas ya quedan vestigios y las obras de Lenka son, en cierta medida, un punto y final al mismo. Como no podía ser menos, Lenka falleció en su amada Praga, a los 92 años, en el 2008, y está enterrada en el nuevo cementerio judío de Praga, donde Franz Kafka también está enterrado.
Fotos del autor de la nota: Cementerio Judío de Praga.
Fuente Aurora