Por Ricard González
BARCELONA.- Desde el brutal ataque del pasado 7 de octubre, y la consiguiente guerra en Gaza de Israel contra Hamas, la tensión y la violencia se han ido extendiendo en Medio Oriente como una mancha de aceite. Al menos otros cinco países -Líbano, Yemen, Irak, Siria y Pakistán- han sufrido algún tipo de bombardeo o estallido violento durante los últimos meses, generando una creciente angustia ante una posible conflagración de tipo regional. Aunque en estos actos violentos se han visto involucrados una miríada de actores, existe una línea que conecta todos esos puntos de tensión y que desemboca en un mismo lugar: Irán.
En el caso de los ataques más recientes en Siria, Irak y Pakistán, la mano de la República Islámica de Irán es evidente. Este sábado, de hecho, Irán atribuyó a Israel el bombardeo que mató en Damasco a cinco oficiales de la Guardia Revolucionaria e indicó que “se reserva el derecho de responder” a ese ataque.
Sin embargo, no hay que afinar mucho la vista para apreciar que también en los otros escenarios, como el sur del Líbano o el Mar Rojo, el régimen de los mullah forma una parte importante de la ecuación. Sin el apoyo del gobierno iraní, la milicia de Hezbollah en Líbano y los hutíes de Yemen no se habrían convertido en una temible maquinaria bélica.
Ahora bien, esto no significa necesariamente que Teherán hubiera planeado el actual clima de tensión. Y ni tan siquiera, que lo beneficie especialmente. De hecho, los dirigentes iraníes no se han cansado de repetir en los últimos tres meses que no ordenaron ni estuvieron involucrados en el diseño del inesperado ataque de Hamas, otra milicia afín a Teherán. Según ha informado The New York Times, la inteligencia estadounidense da credibilidad a la versión iraní, y considera que la decisión última del ataque, que se saldó con la muerte de unos 1200 israelíes, correspondió únicamente a Hamas.
Debilidad
Con una economía al borde del colapso a causa de las sanciones internacionales, el régimen iraní se encuentra en un momento de notable debilidad, sobre todo después de la revuelta popular de hace algo más de un año a raíz de la muerte de Mahsa Amini, la joven que murió después de haber sido arrestada por no ir ataviada con el hijab o velo islámico. Por esta razón, el guía supremo iraní, Ali Khamenei, no quiso provocar la guerra de Gaza, ni tampoco desea su escalada. Y es precisamente esa percepción de debilidad la que explica algunas de sus últimas acciones, como el bombardeo de dos países vecinos como Irak o Pakistán con los que ha tenido tradicionalmente buenas relaciones.
Los sectores más conservadores del régimen consideraron que dejar sin respuesta la exhibición de fuerza bruta israelí en Gaza o el reciente atentado suicida en la ciudad iraní de Kermán, reivindicado por el Estado Islámico y que se saldó con más de un centenar de víctimas, sería una muestra de debilidad que envalentonaría a los enemigos de la República Islámica. Poco importaba la dudosa conexión entre estos hechos y el blanco de los bombardeos en el norte de Irak o en la frontera con Pakistán, o que éstos deterioraran las relaciones bilaterales con Bagdad e Islamabad. Lo importante era enviar un mensaje de fortaleza tanto hacia dentro como hacia fuera del país. Para Khamenei, la mejor defensa es siempre un buen ataque.
De hecho, esta estrategia se halla impresa en el ADN del régimen iraní desde su nacimiento en 1979, y explica su interés en crear una tupida red de milicias afines en todo Medio Oriente. La Revolución Iraní contra el sha, un fiel aliado occidental, no fue bien acogida en Washington, ni tampoco entre sus aliados regionales. Por eso, en los mentideros políticos de Teherán ha dominado siempre una mentalidad de asedio, que las acciones posteriores de Washington no han hecho otra cosa que reforzar.
No hay que olvidar que Estados Unidos y su aliado saudita fueron los principales apoyos de Saddam Hussein cuando éste lanzó una guerra unilateral contra Irán en 1980 que se prolongaría durante casi una década y provocaría más de un millón de víctimas. Ahora bien, quizás aún provocó un mayor temor la decisión de George Bush de invadir Irak y de situar a Irán en el “eje del mal”, a pesar de que tan solo unos meses antes Teherán había colaborado con Washington en descabalgar a los talibanes del poder en la vecina Afganistán.
En este contexto, se descubrió la existencia del programa nuclear secreto iraní y, en consecuencia, se intensificó el régimen de sanciones a Teherán. Fue entonces cuando el régimen decidió doblar su apuesta de crear una nutrida red de milicias afines por toda la región con la finalidad de que Estados Unidos y sus aliados comprendieran que cualquier ataque o invasión del territorio iraní tendría efectos devastadores en toda la región. Las amenazas israelíes tras los hechos de octubre, así como la renovada presencia militar estadounidense en Medio Oriente, activaron automáticamente esta red, lo que se ha traducido en los medidos ataques de Hezbollah contra el norte de Israel o el acoso de los hutíes a los navíos en el Mar Rojo responden a la activación de esta red.
De hecho, comandantes de la Guardia Revolucionaria y de Hezbollah están sobre el terreno en Yemen ayudando a dirigir y supervisar los ataques de los hutíes contra buques en el mar Rojo, según indicó la agencia Reuters, citando a fuentes regionales e iraníes. Es más, Irán intensificó sus suministros de armas, desde drones hasta misiles, a la milicia rebelde a raíz de la guerra en Gaza.
“Los Guardianes de la Revolución han estado ayudando a los hutíes con entrenamiento militar [en armas avanzadas]”, dijo a la agencia británica una fuente interna iraní. “Un grupo de combatientes hutíes estuvo en Irán el mes pasado y fue entrenado en una base de la Guardia Revolucionaria en el centro de Irán para familiarizarse con la nueva tecnología y el uso de misiles”.
La situación en la región está tan enmarañada, hay tantos frentes abiertos, que no se atisba una senda hacia la estabilidad. Lo único que está claro es que, sea cual sea ese camino, deberá pasar por Teherán.
Fuente La Nacion