LA HABANA, Cuba.- La mesa vacía de amigos, el silencio posado en donde antes hubo abrazo y bullicio, el dominó ausente. Una conversación diaria por videollamada con su madre asentada en Miami, y otra con su padre en Maryland. Karel cuenta ansiosamente los minutos que le quedan en Cuba.
Karel Nafal tiene 30 años y como casi cualquier cubano de su edad, quiere irse. A los 12 tuvo su primer chance. Su padre, balsero del 94, aplicó a un proceso de reunificación familiar y el niño fue a su entrevista en la Embajada de los Estados Unidos en Cuba.
Le fue imposible dejar atrás a su madre. A pesar del “sí” de la funcionaria consular, Karel se negó.
A sus 18 años le pidió al padre que considerara reaplicar al proceso y así lo hicieron. Karel tenía toda la determinación de largarse de Cuba, pero cuando la fecha de entrevista se acercaba, no pudo soportar la presión de su madre y de su esposa, ambas en Cuba.
Aunque entiende los porqués, hoy se arrepiente muchísimo de que le hicieran abandonar una segunda vez la idea.
“Te voy a poner los papeles por última vez”, le dijo el padre en el 2016, “pero si esta vez lo dejas, no cuentes con que yo pueda volver a hacerlo”. Nadie podría desvirtuar a Karel de su objetivo esta vez.
La espera de una entrevista –retardada por los años de cierre de la Embajada norteamericana en La Habana- le ha sido insufrible. Ha estado diciéndole adiós a Cuba desde aquel año 2016. Pensó despedirse de su madre, de su esposa, de su hermano y de sus amigos, y sí, lo hizo, pero del lado diferente de la puerta.
Desde allá –Miami, Maryland, Chicago, Texas- le esperan su madre, su hermano y algunos amigos; toda esa gente por las que pensó algún día tener que regresar a Cuba.
Karel, además de seguir esperando su fecha de entrevista en el consulado, ha aplicado al parole humanitario del gobierno de los Estados Unidos y con esto se consolida en el grupo de los que no se han ido de Cuba, pero que efectivamente lo harán.
A través del parole han llegado a Estados Unidos más de 50 mil cubanos en un año y se espera que la cifra aumente considerablemente.
Si nos hiciéramos la pregunta -¿quiénes quedan en Cuba y por qué?- Karel sería una de las respuestas: los que aún no se han ido, los que están en medio de un proceso migratorio.
Celia: “Mi momento no ha llegado”
Celia Pérez sabe de despedidas, a estas alturas, ¿quién no? Desde el 2017 cerca de medio millón de cubanos han o más han abandonado la Isla, teniendo como indiscutible primer destino el vecino norte, al que han llegado más de 450 mil.
El segundo sitio al que más emigran los cubanos es España. Cuando la amiga de Celia, Lily -música al igual que ella- se fue, en 2016, la migración era un tema cubano, pero no era aún una crisis. Lily y Celia habían estudiado juntos desde 3er grado, había sido su primera gran amiga.
“Lily es de los ejemplos más penosos, porque es esa relación que jamás logró mantenerse en la distancia. Pasamos de vivir juntas, siendo como familia, a pasar meses sin saber una de la otra”.
“Es esa relación de que somos, pero no estamos. Con Lily salíamos a la calle y nos poníamos el reto de salir a la calle y ver con cuánto dinero podíamos tener el desayuno más barato. Comprábamos un maní, unos panes, un poco de cosas”.
“Lily me sembró la costumbre de desayunar, y es una costumbre que también se fue con ella. Hoy me levanto, me tomo un café y andando. Una va perdiendo costumbres también, rutinas, y eso es parte del fenómeno de la migración.”
Actualmente para Celia, de sus compañeros de estudio desde la primaria hasta el conservatorio y el Instituto Superior de Arte, queda una minoría escandalosa. De sus grandes amigas, cuántas se pueden contar con una sola mano.
Han hecho un grupo de Whatsapp al que han nombrado precisamente “Las que quedan”. Una de las cuatro integrantes del grupo en este preciso momento está en Rusia, presumiblemente de visita.
“Tuve una amiga en particular, Lisandra, que fue de las que más me dolió su partida. Lisandra nunca pensó en emigrar. Había viajado, había trabajado en el extranjero. Lisandra era una persona que estaba lista para hacer de este país un lugar mejor… pero que va, no pudo. Fue una partida que me provocó un verdadero desgarramiento, porque no solo yo no lo vi venir, sino que siquiera ella tampoco. Era su última opción. Ese fue el gran pico. De ahí en adelante tuve que hacer nuevos amigos. Me incorporé a un nuevo trabajo y empecé a hacer nuevos amigos. Ya. Todos se han ido también. Creo que voy por la tercera generación de amigos.”
Lo más duro vino con Laura, su esposa, su alma gemela como ella suele llamarla. “El matrimonio no era legal ni nada de eso, pero nosotras igual nos casamos de traje y todo, de carro, de arroz. Nos casamos en mayo de 2015”.
Entre Laura y Celia jamás se habló de emigrar. “Ese tema no se tocaba, sí se hablaba de viajar pero ya, hasta ahí. Nosotras pensábamos en emigrar y nos daba algo muy fuerte, porque nos pensábamos algo como que ¿cómo íbamos a dejar a Cuba sola? La situación cubana llegó a un límite de precariedad y de tensión política, que la decisión de Laura de permanecer en Cuba fue agujereada. Inicialmente se fue por un curso a España y jamás volvió”.
“Me di cuenta en un momento que tanto yo yéndome, como yo quedándome, todos mis amigos iban a estar en otro sitio”
Celia Pérez ha viajado en varias ocasiones a festivales de música en otros países de América Latina como Costa Rica. “En el 2019 me presionaron muchos amigos para que yo me quedara, pero recordé las palabras que me había dicho Laura: la decisión de quedarse no es un pensamiento intrusivo ni es una fase, si la tienes, pues es el momento.”
Celia es de esas pocas cubanas que actualmente siente que su momento de emigrar aún no ha llegado. Le cuesta desligarse de Cuba, aunque siente que Cuba por su parte se ha ido desligando de ella. “Me da miedo enfrentar mi migración, no sé si tendré herramientas para manejarla”
Laura y los que aún no pueden irse.
En la casa de Luyanó el papá de Laura hacía los chicharrones. Era de lo poco que sabía hacer en la cocina. Cocinaba otro tío, que sí sabía hacerlo. Los chicharrones eran de la propiedad del padre al igual que el dominó. “El dominó en mi casa era sagrado”.
Los primos tiraban las fichas con ímpetu, porque el buen dominó lleva gritería, alarde y furia, o no es tal buen dominó. Laura ni siquiera jugaba con su padre para evitar las broncas.
Desde la mañana todos tomaban cerveza, pero el ron era el invitado de lujo. Estaba también el abuelo de Laura, con su “propia”. “La propia” era el término con el que la familia nombraba a aquella botella que el abuelo encontraba y escondía, y solo sacaba a las dos o tres de la mañana, cuando ya el ron de todos se había acabado.
Se iba sirviendo en un vaso, y aunque todos le criticaban el egoísmo, el viejo no compartía con nadie. No faltaban Van Van, Willy Chirino, como tampoco el reguetón y hasta el guaguancó.
Esas fiestas navideñas ya no existen. La última fue si acaso en el 2017.
Una tía se casó con un europeo, y el resto de esta familia de Laura, por parte paterna, culminó el proceso de adopción de su ciudadanía española.
Su padre, su tía, su abuela, los tíos, los primos. Todos están en España
Laura Vargas no quiere irse, a pesar de su ciudadanía, porque la única familia que le queda en Cuba es su esposo Yoel, y este aún no tiene maneras de irse. Pero tampoco Laura pudiera irse ahora mismo.
Por su activismo feminista –declaraciones, trabajo periodístico, inserción en lugares y eventos públicos- la seguridad del estado ha puesto sobre ella una regulación migratoria que le impide abandonar el territorio nacional, al menos durante dos años.
Laura Vargas forma parte de una subcategoría especial –los regulados- dentro del grupo de cubano que no se van o no se han ido, porque no tienen manera de hacerlo.
Yadira y Gaby: las que no se someten a romper el vínculo afectivo
Hay algo que une a Yadira Álvarez y a Gaby Ramos con Cuba. Más allá de su deseo de hacer por el futuro de su país –determinación cada vez más frustrada y escasa- tienen vínculos que no pueden permitirse abandonar. Ellas conforman otro grupo masivo: los que no pueden abandonar a los suyos acá.
Yadira Álvarez tiene 43 años y un hijo adolescente por el cuál vela. Recuerda la primera vez que pisó México, la vez que viajó a Colombia. Los amigos presionaron, le sirvieron la mesa. “No vas a pasar trabajo aquí”, le decían. Pero Yadira pensaba en su hijo, también en su madre. Viajaba como parte de una delegación asociada al Ministerio de Salud Pública, y se corría la bola de que el personal de salud que desertara debería pasarse 8 años sin entrar a Cuba.
Yadira no estaba dispuesta a pagar ese precio, a pesar de la inmensa ola migratoria que también se reflejó en los profesionales de salud en el país: entre los años 2021 y 2022 un 9% de los profesionales cubanos se marcharon de la isla.
Si bien hay gente no se larga de Cuba porque está atravesando un momento de auge profesional o económico, la expectativa política también es un factor condicionante en algunos casos.
“Ya a este punto quiero ver qué va a pasar con Cuba, a dónde va a llegar”, reconoce Álvarez.
Tanto en México como en Colombia, la idea de abandonar Cuba le trasmitía desconsuelo porque no solo dejaría atrás a su único hijo, sino a su relación en cada momento. “Mis viajes se dieron en los momentos donde único yo tenía relaciones estables, y eso fue un factor condicionante”.
Por otro lado, los grandes amigos de Gaby también se han ido. Enfrenta con miedo –como casi todo el que ha reconstruido su círculo social producto a la migración- la posibilidad de hacer nuevas amistades. Habla de las fiestas en casa de su amiga Mariana, en La Habana Vieja. Llegaron a ser más de 15, conocidos todos de las redes. Hoy son ella y Mariana. Habla de su aula en la Facultad de Artes y Letras. Hoy, entre cursos, maestrías, procesos de reclamación, travesía a través de Centroamérica, casi todos se han ido.
Renato tiene siete años y ella no podría abandonarlo. Pero si existiera la posibilidad de largarse con él, hay otras razones que frenan su decisión.
“Renato ama mucho a sus abuelos. El día que por alguna razón yo le dije que iba a verlos y no pudimos ir, tienes que ver cómo se echa a llorar, cómo lo sufre. Yo no pudiera someterlo a esa separación, a no ser por una causa mayor. Mi padre está muy mayor, mi madre también, y aunque no están muy mal de salud, no me imagino el día que haya que correr con ellos, no me imagino yo estando lejos. Mi madre y yo nos hemos acompañado en todos los procesos, y no me atrevo a dejarla sola.”
Pero Gaby reconoce que la condición del vínculo familiar o afectivo por sí sola no es definitoria. Muchas personas, como su buena amiga de estudios en la Facultad de Artes y Letras, tuvieron que tomar la decisión de emigrar aun sabiendo que dejarían en Cuba vínculos gente cercana en una circunstancia dolorosa.
Un privilegio –mejores condiciones económicas, una casa, un buen trabajo- también pueden postergar la urgencia. En cambio, la precariedad máxima, el desespero, la total inexistencia de oportunidades para solventarse un estilo de vida mínimamente confortable, ha llevado a muchos cubanos a pagar el precio de romper geográficamente todo tipo de vínculos.
Gaby lucha con sus bordados y sus aretes para que en su casa no falte el alimento. Es artesana y, si es cierto que las circunstancias de Cuba son cada vez más oscuras, ella ha logrado crear un negocio rentable que le da de comer a ella y a su hijo. A través de las redes sociales ha ido creando su clientela y ni siquiera debe moverse de su casa tanto como otros.
Ella sabe que el día que su negocio deje de funcionar, el día que la precariedad común a la inmensa mayoría de los cubanos toque su puerta, tendrá que replantearse su permanencia en Cuba nuevamente, con todas los matices que la rodean.
Karel: los que no pueden, los que esperan, o no…
El grupo más aglutinador de todos, son los que no se han ido porque no tienen una beca a la cuál aspirar, ni una Ley de nietos o bisnietos a la cuál aplicar en la Embajada de España.
Muchos cubanos no tienen siquiera una casa para vender, y poder usar así ese dinero en una travesía a través de Nicaragua. No tienen un padre o un hermano que asuma por ellos una reunificación familiar ni un pariente o amigo en Estados Unidos que los ponga en el programa de parole humanitario.
Esta gente, golpeada quizás un poco más que otros por las carencias económicas y la precariedad generalizada que se vive en Cuba, están atareadas en busca de su pan diario, y sueñan cada noche con que existirá para ellos alguna forma menos elaborada y menos costosa, por la que podrán salir finalmente de este encierro.
Karel, por su parte, conoce la mesa vacía. ¿Cómo puede seguir llamando a Cuba, hogar, si todos con los que creció ahora le han abandonado a él? Su padre se fue como un balsero en los noventa. Su madre obtuvo una invitación a los Estados Unidos a mediados de la década pasada y allá se quedó. Sus amigos de la escuela, los más allegados, están dispersos: Nueva York, Miami, Texas, Argentina. Su hermano atravesó Centroamérica y ahora vive en Las Vegas. Acá no le queda prácticamente nadie.
Datos de Flight Aware obtenidos por el Diálogo Interamericano revelaron que desde el 2023, a pesar de la apertura del programa de parole humanitario, volaron de La Habana a Managua cerca de 100 mil cubanos. Tras el fin del título 42, un grupo numeroso ha optado por radicarse también en México, desde donde esperarán una cita CBP One para presentarse en algún paso fronterizo y llegar finalmente a los Estados Unidos.
Karel cree que ha esperado demasiado. Hace 7 años que está en un proceso de reunificación familiar, y hace uno que espera por la aprobación de su parole humanitario.
El 30 de enero tomará uno de estos vuelos a Nicaragua y abandonará Cuba finalmente.
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Fuente Cubanet.org