LA HABANA, Cuba.- He pasado todo el día refunfuñando, increpando a quienes me obligaron a hacer una cola enorme y despiadada. Yo maldije al sol que me quemaba, y a la llovizna que llegara luego. Yo maldije la cola, maldije el tumulto, y también al hombre que hizo notar, y sin ambigüedades, su cuchillo afilado tras una discusión con otro hombre que defendía su puesto en la cola.
Yo temí al calor que fue ganando la discusión y a quienes estuvieron a punto de batirse con cuchillos afilados por una simple “coincidencia”; ambos coleros defendían una misma posición en la fila, ambos argumentaban, con un sinfín de “pruebas” coincidentes, una misma posición en la cola para comprar las papas.
Y yo me encogí, me volví un ovillo mientras todo eso ocurría, mientras la bronca parecía ganar tintes de conflagración mundial. Yo me asusté y volví a recordar una de las tantas sentencias de mi abuela. “La papa ayuda”; así decía mi abuela Ángela mientras despojaba al tubérculo de toda cáscara, y mientras sacaba la cáscara se enrolaba abuela en una relatoría de algunos de los grandes acompañamientos que podría hacer la papa.
Y su enumeración, esa que crecía en cada empeño, comenzaba siempre con la carne que se hacía acompañar por la papa. La carne con papas podría ser considerada como nuestro “ensueño nacional”, la carne con papas era, en el discurso de mi abuela, una de nuestras más grandes quimeras, la utopía mejor elaborada.
La papa lo mueve todo
La papa, al menos en Cuba, lo mueve todo. En Cuba la papa es un resorte, es ese muelle que se estira y se estira y que cuando se suelta alcanza distancias increíbles con velocidades más increíbles todavía. En Cuba la papa lo mueve todo, y hasta creo que no hay mejor motivo para congregar a las masas en Cuba que una cola para comprar papas. Una cola para comprar papas podría ser el punto, lo mismo implícito que explícito, para comenzar una discusión, una rebelión.
Una cola para comprar papas en Cuba podría explicarse a partir de la definición aristotélica de la tragedia, y que me diga el lector, si es que conoce la cola cubana, si no es cierto todo lo que digo, y que venga alguien a desmentirme. La cola cubana acarrea desgracias, la cola cubana pone en peligro la vida de personas inocentes, incluso, como decía una amigo, de personas “jóvenes y aún sin haber amado”.
Una cola para comprar papas es un suceso trágico. Las colas en Cuba acarrean desgracias, y eso lo sabemos muy bien quienes llevamos sesenta años haciendo colas en Cuba. La cola suscita la piedad que nos provoca el viejecillo desamparado que se aferra a esa jaba que sujeta con la esperanza de que algo bueno le caiga adentro para ponerlo más tarde en el fogón, pero casi nunca somos capaces de ofrecerle nuestro lugar en la cola.
La cola suscita un terror que hasta podría despertar a Esquilo, y más si es que un colero hace amagos con su cuchillo, como sucedió; y yo puse a mi cola el punto final, y volví a casa, sin papas, y me puse a escribir estas líneas llenas de añoranzas; y con el mismo énfasis de aquella Raquel Revuelta que gritaba, llorando: “¡Mamá, dame una gardenia!”, decía yo: “mamá dame una papita”…
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Fuente Cubanet.org