No es una moda, pero la entrada en escena de las redes sociales ha elevado sus adeptos a un nivel superior. Ya no basta con lanzar piedras a los coches al paso por las carreteras de mayor velocidad, sino que ahora, como en casi cualquier acto de vandalismo juvenil, la ‘hazaña’ solo se completa si esta llega a cuanta más gente mejor. Y con los jóvenes dedicados a este menester, adolescentes en su mayoría e incluso niños por debajo de la edad penal, la tendencia no iba a ser una excepción.
El último acto ha tenido lugar en la carretera N-603 dirección Madrid, a la altura de la localidad limítrofe de Los Ángeles de San Rafael. No es el único: en marzo, un menor estallaba en Puente de Vallecas la luna de un autobús de la línea 144 de la EMT; y en enero, varios conductores se veían sorprendidos por una lluvia de piedras en una rotonda de Arroyomolinos.
Estos ejemplos son solo las últimas gotas de un charco con el que se demuestra que llueve sobre mojado. En el vídeo de la N-603, difundido en TikTok por sus propios responsables, se observa a dos jóvenes tirando huevos a los vehículos, mientras un tercero avisa del inicio de la grabación («Está grabando, ¡eh!») y celebra entre risas un impacto («Olé»). A ello añadían después en la citada plataforma el rótulo «No fallo una», lo que redoblaba la chanza superado ya el subidón de adrenalina. Pese a la ausencia de denuncias, las llamadas de emergencia se sucedieron en el Centro Operativo de Servicios (COS) de la Guardia Civil, iniciándose una serie de pesquisas que se han saldado con la identificación de los tres autores.
El problema, advierten precisamente las fuentes del Instituto Armado consultadas, está relacionado con la corta edad de los sospechosos habituales, cuyas penas disminuyen hasta el punto de ser irrisorias o nulas en una parte considerable de las ocasiones. Cabe recordar que este tipo de conductas suponen un delito contra la seguridad vial (artículo 385 del Código Penal) para todo «el que originare un grave riesgo para la circulación de alguna de las siguientes formas: colocando en la vía obstáculos imprevisibles, derramando sustancias deslizantes o inflamables o mutando, sustrayendo o anulando la señalización o por cualquier otro medio».
Aunque los infractores se exponen a ser castigados «con la pena de prisión de seis meses a dos años o a las de multa de doce a veinticuatro meses y trabajos en beneficio de la comunidad de diez a cuarenta días«, el hecho de que no superen los 18 años dificulta la aplicación de medidas coercitivas, más aún, si estos delitos contra la seguridad vial no van acompañados de otros como el de lesiones o daños. Por si fuera poco, la falta de denuncias termina por imposibilitar cualquier tipo de procedimiento en la Fiscalía de Menores.
De una forma u otra, lo cierto es que los casos en la región madrileña no atienden a ninguna razón ni periodicidad concretas. «Lo hacen por diversión y en lugares donde saben que pueden echar a correr antes de ser interceptados», señalan las mismas fuentes. Así, el pasado 15 de marzo un adolescente de no más de 14 años arrojó un adoquín sobre un autobús de la EMT a la altura de la calle de Rafael Alberti. El lanzamiento provocó la rotura de una luna trasera, sin que ningún pasajero resultara herido.
Dentro de la capital, los barrios de Orcasur y San Fermín, en Usera, y el paseo de Plata y Castañar, en Villaverde, son los más señalados en relación a este tipo de vandalismo contra los autobuses municipales. «Su diversión es lanzar piedras, huevos, patatas…», exponía tiempo atrás el responsable de Movilidad del sindicato UGT, consciente de que la franja crítica se acentúa al caer el sol.
A principios de enero, una mujer escuchó el golpe de dos piedras en su carrocería al pasar por la avenida de la Unión Europea, dentro del término municipal de Arroyomolinos. Una tercera chocó contra una luna y dos más acabaron en el interior del turismo. Los menores echaron a correr después de acribillar a los coches, dejando a su paso un reguero de proyectiles esparcidos en la calzada. «No sé qué educación reciben estos chavales en su casa para no pensar en lo que puede causar esto, ya que estábamos cerca de un paso de peatones. Y ya no es solo eso, también el gasto económico que supone un coche, y que han estado cerca de impactar en nuestras cabezas las dos piedras que han entrado dentro», denunciaba públicamente.
Puentes y montículos
En octubre de 2022, otra pandilla de adolescentes fue grabada tirando piedras a los vehículos que circulaban por el kilómetro 24 de la M-40, en la parte que limita los distritos de Usera y Villaverde. Desde un montículo del barrio de Orcasitas colindante a la vía, los gamberros decidieron matar el rato con el peor de los pasatiempos. Hasta el propio alcalde de la ciudad, José Luis Martínez-Almeida, tildó las imágenes de preocupantes.
«Aunque no hemos recibido denuncia, la Policía Municipal va a trabajar en este sentido para averiguar exactamente qué es lo que sucedió y, sobre todo, evitar que pueda volver a suceder», detallaba entonces el regidor, no sin dejar de incidir en que esta práctica «puede afectar gravemente a la seguridad vial». Aquel vídeo (al igual que el de Los Ángeles de San Rafael) fue compartido en Twitter por el perfil SocialDrive, y en una de las respuestas a la publicación se hacía hincapié en que el grupo de seis jóvenes consiguió hacer diana en dos vehículos.
Otros puntos conflictivos son los puentes peatonales de algunas carreteras como la A-3, donde en el último lustro se han registrado diversos incidentes en el tramo que discurre entre la M-40 y la M-50. Algunos vecinos de la zona creen que detrás de los ataques podría estar una cuadrilla de niños, asentados en el sector 6 de la Cañada Real; apuntaban hace unos años al desmantelamiento de chabolas como causa del repunte: «En 2008 pasó algo parecido. Enviaban a menores a los puentes como respuesta a las demoliciones que en aquella época empezaban a ponerse en marcha».
«Cada cierto tiempo aparecen piedras en un mismo punto de la carretera», sostenía también una conductora que transita a diario por ese punto tras sucederse uno de los últimos sustos. Aunque la mayoría de situaciones se quedan en eso, el riesgo crece exponencialmente a medida que aumenta la velocidad de la carretera: en los últimos años, al menos dos personas han fallecido en España por esta peligrosa casuística.
Fuente ABC