El pasado 20 de abril fallecía en Madrid a los 91 años Pablo García Manzano, magistrado emérito del Tribunal Constitucional (1996-2004) y del Tribunal Supremo (1976-1996).
Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense (1954), inició su andadura en la carrera judicial en 1956, para opositar más tarde como magistrado especialista de la jurisdicción contencioso-administrativa (1962), formando parte de las primeras hornadas de jueces que contribuyeron a conciencia a construir en silencio una sólida jurisprudencia de la que aún hoy nos servimos con orgullo.
De una vasta cultura y un amplio conocimiento de las principales ramas del Derecho, Pablo García Manzano aunó una envidiable dualidad como jurista, que vivió con pasión hasta el final: la de juez, que ha de resolver sin dilación teniendo en cuenta, con la pulcritud de un relojero, las circunstancias de cada caso y, al tiempo, la del estudioso que profundiza e innova.
No en vano colaboró como profesor universitario durante quince años hasta su nombramiento como magistrado del Tribunal Supremo. Es posible que, de haber hecho carrera académica, cosa que a veces parecía «añorar», habría podido ser un catedrático de referencia.
Con todo, acaso su más íntima vocación fuera la literatura, unida a una marcada curiosidad intelectual por tantos campos de las humanidades. De nuevo, la historia se repite: un jurista completo, que por sus raíces humanistas, supo poner en el centro del Derecho al ser humano, concepción occidental ésta en las antípodas del entendimiento de la abogacía como un mero servicio de ingeniería social.
Como persona -recia castellana- destacaba su bonhomía. Como ciudadano, su sincero y preocupado sentido de Estado. En cuanto amigo, su nobleza, fidelidad y ansias de diálogo; escuchaba con fruición.
Como juez irradiaba algo. Siempre pensé que si un día debiera comparecer ante un juez querría hacerlo ante él, en el convencimiento de que aceptaría sin dudarlo su veredicto. Pero esa excelencia, rectitud e integridad que lucían en su quehacer profesional no eran algo separado de su vida personal. Desde su honda sencillez, que se mostraba casi como desvalimiento, su discreción y estoicismo no ha dejado a nadie indiferente y, menos aún y con mayor razón, a su familia extensa.
Fuente ABC