Es un miércoles cualquiera por la mañana, pero en los pasillos de la Caja Mágica la actividad bulle. Hay colegios y grupos de amigos que han venido a pasar el día, y carreras porque alguien ha descubierto que Rafa Nadal se entrena en la pista 16, a pleno sol, que se agradece porque a la sombra se necesita un abrigo. Desde las once las gradas están llenas esperándolo. Después es imposible intuir que está ahí, agolpado el personal, un centenar de móviles tratando de capturar su imagen. Abajo coinciden por unos momentos, en pistas contiguas, Alcaraz y Nadal, que se saludan, y hasta el murciano observa de reojo. Está como está, pero sigue siendo Nadal.
Sus golpeos en la pista chocan después con sus palabras frente a los micrófonos. Velocidad y potencia en los primeros, resignación y lentitud en las segundas. Pocas veces se lo ha visto tan cariacontecido, asumido que está ganando el Nadal que sufre, y al que no le alcanza con lo que tiene para ser él, contra el Nadal de siempre, el competitivo, el que protagonizaba las batallas que han hecho de él más leyenda incluso que sus logros. Pero era otro el rival, al otro lado de la red. No él mismo. «No estoy al cien por cien y si no fuera Madrid no saltaría a la pista», dice con rotundidad en una de las ruedas de prensa más multitudinarias que se recuerdan aquí.
Contundente como lo ha sido poco en estos meses, atrapado entre el querer y el no poder, explica que no está para jugar, pero condiciona su presente el componente emocional con sabor a despedida. «Jugar por última vez en Madrid significa mucho. Sé lo que va a pasar, quiero vivirlo». Habla el Nadal más emocional, el que cumplirá 38 años en junio y el que se despega de recibir homenaje alguno porque se siente querido sin ellos. «Solo aspiro a salir, jugar, divertirme, disfrutar. Nadie me tiene que demostrar nada, ya lo han hecho durante muchos años», remarca el balear que subraya que como el público de casa, pocos en el mundo.
El campeón de 22 Grand Slams y cinco títulos en el Mutua Madrid Open solo ha jugado cinco partidos en este curso que se tomó de recuperación para poder despedirse a su manera. Pero no la está encontrando. No desvela mucho de su puesta a punto porque ni él lo sabe con seguridad. Admite que saca algo mejor que hace unos días en Barcelona, cuando ganó a Cobolli y perdió con De Miñaur (7-5 y 6-1). Pero no es exactamente el tenis lo que perturba su realidad: «Son limitaciones de mi cuerpo. No me siento lo suficientemente bien para jugar con libertad. Y eso no me permite competir como quisiera. Soy una persona competitiva. Y en Barcelona me tuve que dejar ir. Para mí eso es difícil. Porque ganar y perder es parte de la vida, pero me exijo para ser competitivo. No fui feliz en el segundo set».
Tal es la incógnita que, repite, no quiere engañar a nadie, pero la alarga hasta París. Saldrá hoy a la pista porque es Madrid, pero… «No sé qué pasará en tres semanas, pero no voy a jugar París como estoy hoy. Saldré a jugar si me siento capacitado para competir. Si no, no le veo el sentido. Voy a intentar darme las máximas oportunidades de hacerlo y si no, máxima satisfacción. No se acaba el mundo con Roland Garros; están los Juegos y otros formatos [sí irá a la Laver Cup]. No haré nada más de lo que me sienta capaz y me ilusione».
Es el ambiente del adiós, nunca tan cerca como en esta puesta en escena en la Caja Mágica, que no pisaba desde los cuartos de final de 2022, derrota ante Alcaraz. Después triunfó en París, con un pie adormecido, y después, unas semifinales de Wimbledon que no jugó porque otra vez el cuerpo. Por eso, se guarda la voluntad de intentarlo un poco más. «Hoy, la conversación es esta. Pero las cosas en el deporte pueden cambiar rápidamente. No pierdo la esperanza y quiero estar preparado por si el cuerpo responde mejor. Si no me doy la oportunidad, esa posibilidad la pierdo». Ese hacer lo que necesita es trabajar: jornadas de entrenamiento de más de dos horas, con sesiones dobles de mañana y tarde algunos días, complementado con mucho ritmo en el gimnasio y un baño de masas sin igual.
Con Nadal así, lo de menos es el rival, Darwin Blanch, un chaval de 16 años, 1.028 del mundo, al que no ha visto jugar. Su camino es otro. «Espero salir y hacer primero disfrutar de estos últimos momentos aquí. Lo idóneo sería poder jugar y no tener mucha limitación. El objetivo es terminar el torneo vivo, físicamente hablando», zanja este Nadal, que desfilará por la Caja Mágica por última vez.
Fuente ABC