BARCELONA.- En un país cuya política vive instalada desde hace años en el barro y los exabruptos, el anuncio del presidente socialista Pedro Sánchez de que sopesa dimitir por la investigación judicial y el acoso mediático por parte de la oposición a su esposa, Begoña Gómez, suscitó una sorpresa mayúscula incluso entre los más avispados analistas.
Una vez más, Sánchez ha logrado dejar estupefactos a sus fieles y adversarios con un inesperado giro de guión. ¿Es este un anuncio sincero o el enésimo golpe de un político con más vidas que un gato? En caso de optar por la dimisión, se abriría un escenario de incertidumbre que probablemente pasaría por unas elecciones anticipadas.
Aunque no es la primera vez que las acusaciones infundadas a la pareja de un político español lo empuja a salir de la escena, Sánchez era el hombre de quién menos se podía anticipar una decisión de este tipo. De ahí que la primera reacción del opositor Partido Popular (PP) haya sido de incredulidad y lo haya atribuido a una estrategia para ganar votos, puesto que durante las próximas semanas se celebrarán dos contiendas claves: las elecciones catalanas, el 12 de mayo, y las europeas, el 9 de junio.
Y es que Sánchez se labró merecidamente la reputación de ser un auténtico superviviente, un político capaz de resistir tenazmente las adversidades y encontrar siempre una salida donde parecía no haberla.
Carta a la ciudadanía. pic.twitter.com/c2nFxTXQTK
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) April 24, 2024
Ahora bien, en su comparecencia en el Congreso, se lo vio más afectado de lo habitual por la apertura de una investigación de un tribunal de Madrid por un posible tráfico de influencias que habría beneficiado a su esposa. Ni por un solo segundo, ni tan siquiera a la entrada del edificio ante los fotógrafos, abandonó su rito de extrema seriedad, sino enfado. Varias conocidos aseguran haberlo visto “tocado”.
Es imposible saber si Sánchez se plantea realmente dimitir, o si el anuncio es un golpe de efecto que busca generar una reacción de simpatía popular. En todo caso, la puesta en escena de la decisión pretende dar consistencia al relato del presidente. Su gesto en el Congreso minutos después de conocerse la noticia de la investigación, la reunión con su familia por la tarde, antes de publicar una carta de su puño y letra dirigida a la ciudadanía, y por último, la cancelación de todos los actos de su agenda, incluida su presencia en la apertura de la campaña electoral en Cataluña.
Línea roja
Es verdad que el líder socialista ha dicho en diversas ocasiones que para él la familia es una línea roja. De hecho, hasta hace pocas horas, probablemente, la mayoría de españoles ni tan siquiera sabría reconocer a Gómez si la encontrara por la calle.
Otra posible explicación de la presunta fragilidad de un político de acero como Sánchez es que haya llegado a su punto de ebullición, a un breaking point, en términos anglosajones. El máximo dirigente del PSOE lleva muchos años en el ojo del huracán, siendo víctima de los ataques de una oposición que lo considera un presidente “ilegítimo”, y a veces incluso de las puñaladas de sus propios compañeros de partido, como el expresidente Felipe González.
Tras las elecciones de julio pasado, en las que el PP de Alberto Núñez Feijóo fue el partido más votado, pero Sánchez logró mantener el poder gracias a una variopinta coalición con la izquierda y los partidos periféricos, la legislatura ya se antojaba turbulenta. Y la realidad lo confirmó. Además de Vox, Feijóo optó por una estrategia de acoso y derribo del gobierno, con la ley de amnistía pactada con los independentistas catalanes como arma.
Hubo repetidas manifestaciones de la ultraderecha frente a la sede del PSOE, y el presidente ha sido el blanco de una gran violencia verbal y simbólica, con el linchamiento de muñecos suyos incluido. Y nada anticipa que esta tensión se vaya a reducir una vez sea aplicada la amnistía. Además, alguno de los partidos que apoyó la investidura de Sánchez, como Junts per Catalunya, liderado por el expresidente catalán Carles Puigdemont, podría dejar de sostener el gobierno, una vez lograda la amnistía si no hay nuevos avances en la resolución del conflicto entre Cataluña y España.
Otra de las claves del actual momento político en España es el papel de la judicatura, acusada de estar altamente politizada y de actuar en línea con los intereses de la derecha. En el entorno de Sánchez causó indignación que un juzgado haya abierto una causa contra la esposa del presidente sin ninguna evidencia, más allá de las especulaciones de lo que Sánchez llama la “fachosfera”, es decir, los medios y asociaciones de extrema derecha como Manos Limpias, que ejerce la acusación en el caso.
Diversas actuaciones judiciales suscitaron estupefacción, como la imputación por terrorismo a Puigdemont por la muerte por una ataque de corazón de un turista francés en las inmediaciones de una manifestación independentista en Cataluña.
Sea como fuere, las especulaciones sobre qué pasaría si Sánchez dimitiera ocupan a estas horas los pasillos no solo de Madrid, sino también de Bruselas, pues España es el único gran país de la Unión Europea con un crecimiento económico sólido en un contexto general de estancamiento entre el club de los 27. Técnicamente, sería posible investir un nuevo presidente del PSOE con la misma mayoría de gobierno.
Sin embargo, eso parece poco probable, y más tarde o más temprano, el escenario desembocaría en unas elecciones anticipadas. El buen resultado de los socialistas en las generales se atribuyó a la adhesión de una parte de la ciudadanía al liderazgo de Sánchez, que hizo una campaña marcadamente personalista.
El PSOE no es un proyecto de equipo, sino de un solista. No cuenta con delfín claro, ni tampoco algún político o ministro independiente del gobierno con un tirón popular significativo, algo imprescindible para sobrevivir a la crispación ambiental y para amalgamar una coalición tan variopinta y frágil como la que invistió a Sánchez. La política española continúa subida a una montaña rusa y se resiste obstinadamente a abrir un período de calma y estabilidad.
Fuente La Nacion