“Nunca pienso en mí como un ícono. Lo que está en la mente de otros, no está en la mía. Yo solo hago mi trabajo”, supo decir alguna vez Audrey Hepburn. Pero, si bien ella no se percibía a sí misma de esa manera, los demás sí lo hacían y lo siguen haciendo. Una de las mujeres más talentosas, que vivió una vida de luces y sombras, entre ser esa Holly Golightly de Desayuno con Diamantes (Breakfast at Tiffany’s) que cambió para siempre la historia del cine y ser a la vez descendiente de la realeza británica e hija de simpatizantes nazis. Su marca se perpetúa en el tiempo, su arte, su estilo y su incansable trabajo solidario serán difíciles de olvidar, sin importar cuanto pase. Murió quizás un poco pronto – a los 63 años, víctima de un cáncer –, no obstante, dejó a una gran heredera: su nieta, Emma Ferrer.
En 1954, Audrey Hepburn se casó con el actor Mel Ferrer, a quien conoció cuando trabajaron juntos en la obra de teatro Ondina, de Jean Giraudoux. Fruto de ese amor nació el primero de los dos hijos de la actriz, Sean Hepburn Ferrer, quien justamente es el padre de la protagonista de esta historia. Emma Katherine Ferrer Hepburn heredó muchas cosas de su abuela paterna, incluida la apariencia. Debutó como modelo a los 20 años y todos pensaron que asumiría el título de “heredera”, pero se decidió por otro camino: una vida en Italia como artista plástica.
Emma nació en Morges, Suiza, en 1994. Sus padres, Sean Hepburn Ferrer y Leila Flannigan se divorciaron cuando ella tenía seis años. Se crio entre Italia y Los Ángeles, donde vivía su abuelo, Mel Ferrer, con quien tenía una relación muy cercana. A los 20 años, debutó como modelo, pero no de cualquier manera: fue tapa de la revista Harper’s Bazaar, en la que recreó algunas de las poses más icónicas de su abuela. En la producción fue fotografiada por Michael Avedon, nieto de Richard Avedon, quien, en su tiempo, retrató a Audrey.
El mundo se sorprendió al verla, al identificar el impresionante parecido que tenía con la protagonista de Funny Face. Así fue como comenzó a trabajar para la reconocida agencia británica, Storm Model Management. Todo parecía indicar que su futuro estaba en la moda. Hizo producciones para Dior, Givenchy y Tiffany and Co., pero finalmente decidió que su camino estaba entre bastidores y pinceles, con su primer gran amor: el dibujo y la pintura.
“Siempre supe que quería ser artista. Pintaba desde pequeña. Iba a clases extraescolares, a un campamento de verano para dibujar… De pronto, el ballet se interpuso en mi camino –mi abuela Audrey también bailaba–, y lo practiqué de una forma casi profesional. Pero lo dejé. Estoy contenta, porque soy más artista que bailarina. Aun así, efectivamente, hice de modelo, gané dinero y fue excitante, aunque no quería una vida basada solo en mi imagen”, expresó Emma en una entrevista con la revista ELLE.
Entre el anhelo de no ser “la nieta de” a la conexión más fuerte y especial
Emma conoció a su abuela a través de las memorias y recuerdos de su padre. La protagonista de Roman Holiday murió el 20 de enero de 1993 en Suiza y su nieta nació recién en mayo del siguiente año, en el mismo país. “En mi vida personal no digo quién fue mi abuela, a no ser que sea gente de confianza, porque quiero ser conocida por mí misma. Tengo miedo que me traten de una manera diferente, por lo que Audrey significó”, le reconoció a El Mundo hace unos años.
En este sentido, en 2018 le admitió a Vanity Fair que tanto ella como su padre –con quien desde hace un par de años está trabajando en un libro sobre la actriz– se sorprendieron al ver el interés que generaba Hepburn en la gente. Para ellos solo era “madre y abuela”, pero con el paso del tiempo pudieron tomar real dimensión de su importante legado. En diálogo con la revista Hola!, Emma reflexionó: “Mi abuela fue una de las primeras mujeres en ganar un millón de dólares trabajando en una película. Acabo de empezar a apreciar lo que significa tener esta imagen femenina de poder y éxito tan cercana. Es un pilar para mí. Me siento muy orgullosa de provenir de estos iconos de una época del cine que ahora sentimos olvidada”.
Si bien Ferrer no llegó a conocer a Audrey en persona, sí heredó algunas cosas de ella. En la entrevista con ELLE, contó que cuando cumplió 17 años su padre le regaló un collar que perteneció a la actriz. Aunque lo más especial que tiene es un oso de peluche blanco que Ralph Lauren le obsequió a su abuela: “Lo guardaba en su vestidor y terminó en la cama de mi casa de Florencia, donde crecí, y siempre lo llevo conmigo. Nunca lo lavé, a pesar de que tiene una mancha de café”.
Además, hay algo de su esencia que es indiscutiblemente similar a su abuela. Aseguró que a menudo su padre dice que tienen un sentido del humor parecido y que ella hace bromas a diario, tal como lo hacía Hepburn. Pero al mismo tiempo, a medida que Emma fue conociendo su historia, más pudo entenderla y comparar la vida real con la imagen que veía el mundo de ella: “Sufrió mucho durante la guerra, fracasó en dos matrimonios, tuvo varios abortos… Lo que me produce una gran tristeza es pensar que la mujer más querida del mundo padecía una gran falta de amor. Me da mucha pena”, admitió.
El legado de Audrey Hepburn y la búsqueda de un camino propio
Para Emma Ferrer no fue sencillo ser la nieta de la mismísima Audrey Hepburn y más aún cuando entendió lo que su abuela significaba para el mundo. “No soy un duplicado de ella. Tampoco querría serlo”, reconoció. Cuando en 2014 apareció en la portada de aquella revista, recreando los icónicos looks de su abuela, todo parecía indicar que seguiría por el camino del modelaje. Incursionó en él, es cierto, pero al final se decidió por otra vida: el dibujo, la pintura y la escultura.
A los 18 años, se convirtió en una de las estudiantes más jóvenes del programa de Pintura Avanzada de la Academia de Arte de Florencia, donde, según lo especificado en la biografía de su página oficial, aprendió sobre la anatomía humana y se perfeccionó en los métodos y materiales clásicos del dibujo, la pintura y la escultura de la mano de grandes maestros. Al finalizar sus estudios se mudó a Nueva York, donde trabajó en dos galerías de arte contemporáneo, Eric Firestone Gallery y Sapar Contemporary. A su vez, no solo se interiorizó en el arte, sino que incursionó también en política y en el cine, como productora de cortometrajes y videos musicales.
Actualmente, la joven de 29 años vive en Camaiore, en la región de la Toscana, en Italia, donde crea sus obras mientras cursa una Maestría en Bellas Artes y trabaja a tiempo parcial en una agencia de relaciones públicas. Además, tal y como lo hizo su abuela en su tiempo, colabora activamente con UNICEF y ACNUR, realizando distintos viajes y publicaciones de escritos. Y en esa parte solidaria y humana se siente más unida que nunca a la actriz: “Ella tenía el deseo de ayudar a la gente y hacer el mundo más hermoso, y yo sin duda siento lo mismo. Supongo que eso viene de familia. Cuando se trata de este tipo de comparaciones, no, nunca me molesta, sino que me siento honrada”.
En su perfil de Instagram, donde cuenta con 20 mil seguidores, Emma comparte algunas de las producciones de fotos que realiza y los eventos a los que asiste, como así también sus obras de arte, sus viajes y la intimidad de su vida en Italia. A medida que fue creciendo, empezó a entender quién fue verdaderamente la madre de su padre. Logró correrse de la imagen de “ser nieta de…” o “la nueva Hepburn” y todas las presiones detrás de esos títulos y aprendió de ese legado tan único que dejó la ganadora del Oscar en muchas generaciones, pero en especial en ella. Incluso, hace casi una década, en una entrevista con The Telegraph, aseguró que quería ser “una persona de la que ella esté orgullosa y espero que ella esté orgullosa de quién soy”. Y sí, seguramente Audrey Hepburn lo esté, ayer, hoy y siempre.
Fuente La Nacion