Este martes, conmovido hasta las lágrimas, el presidente Javier Milei inauguró el busto del exmandatario Carlos Saúl Menem en Casa Rosada y, entre lágrimas, afirmó que se trató de “un acto de justicia” en homenaje al “mejor presidente de la historia”.
Los presentes aplaudieron a rabiar, sobre todo la familia del ex presidente riojano, presentes en el lugar. Principalmente su hermano Eduardo y su hija Zulemita. El momento fue ciertamente emotivo y espontáneo.
Salvo por un detalle: lejos estuvo Menem de ser el mejor presidente de la historia. Su figura ha sido el emblema de la corrupción, los negociados e incluso las muertes mafiosas.
Pero fue aún más que ello: su llegada al poder ofició en la historia argentina como una suerte de bisagra, un “antes” y un “después” en la política. El arribo del menemismo al Ejecutivo nacional cambió todo, para siempre. Desde la concepción misma de la política hasta la forma de ejercerla. Incluso la manera de financiarse para lograr objetivos partidarios.
Menem destrozó sus propios escrúpulos para lograr su objetivo, pulverizando sus propias promesas de campaña, desde el “salariazo” hasta la “revolución productiva”.
No es que no cumpliera con lo que había jurado que haría, lo cual hacen todos los políticos, sino que directamente hizo lo contrario a lo que había augurado. “Si decía lo que iba a hacer no me hubieran votado”, se excusó luego. Pero la mentira no tiene justificación. La mentira es mentira y listo. Y Menem mintió.
No obstante, la sociedad pareció perdonarle todo, porque la economía empezó a normalizarse y la inflación se congeló. La corrupción, el crimen organizado y todo lo demás fue pasando a un segundo plano entonces.
Pero no son datos menores, sino todo lo contrario. Porque es lo que quedará en la Argentina. El legado de lo que construyó Menem. El ingreso del narcotráfico y el lavado de dinero. La mafia siria. Los atentados en Buenos Aires. La muerte de su propio hijo. Ya nada fue igual, como se dijo.
Porque no se negocia con la mafia y luego “se rescinde el contrato”, así como así. La mafia “cobra al contado” sus favores, y Menem lo supo por la muerte de su vástago, ocurrido en marzo de 1995.
La trama es bien sencilla: luego de ganar la interna contra Antonio Cafiero, en 1988, Menem viajó a la tierra de sus ancestros, Siria. Prometió “el oro y el moro” a cambio de que le financiaran la campaña. Y le dieron cerca de 8 millones de dólares a cambio. El problema es que esas promesas incluían el lavado de dinero del narcotráfico y el “obsequio” de un reactor nuclear.
El incumplimiento de todo ello provocó los tres atentados en Argentina: embajada de Israel, en 1992; AMIA, en 1994; y la muerte de su hijo, en 1995. Fueron un lunes, un martes y un miércoles.
Aquellos ataques se sumaron a la enorme corrupción que supo acumular el gobierno de Menem, con testigos muertos y todo. Baste observar cómo se manejaron las privatizaciones. Fue todo un festival de corrupción, que enriqueció al entonces mandatario y sus principales funcionarios. No fue un vuelto, sino miles de millones de dólares.
Está claro que Menem no fue el mejor presidente de la historia, como pretende Milei. Acaso tampoco haya sido el peor. Pero sí uno de ellos. Uno de los peorcitos.
Fuente Mendoza Today