Llegó la carta. Tenemos fecha. Los sentimientos se entrelazan formando un híbrido indescriptible.
Pasás del orgullo más inmenso al pánico más absoluto.
¿Y si se muere?
Te apurás en alejar al maldito pensamiento. Golpeás la mesa con los nudillos y decís “knock on wood”, algo así como “va de retro” pero un poco más refinado. Apelás también al “jas ve jalila”. Más de lo mismo. Ni siquiera sabés con certeza qué estás repitiendo, solo sabés que son palabras “mágicas” que alejan los pensamientos más oscuros. “Nadie muere en la víspera”, me dice mi papá, y capaz sea cierto, así que rezás para que “la víspera” te encuentre muerta así te evita enterrar a un hijo.
Alejás los pensamientos.
Por algo no hay palabra que describa a una madre con el hijo muerto, ¿no?
No sos huérfana, no sos viuda. Si se te muere un hijo sos, estoy segura, una infeliz de mierda el resto de tu vida.
Imposible reponerse, imposible superarlo. Imposible no pensarlo cuando tu hijo se está yendo a la guerra.
Otra vez alejás el pensamiento que te invade apenas te descuidás.
La puta madre. La reputa madre.
No es por tierras. Es obvio que este conflicto no es por tierras.
¿Ustedes vieron un mapa? Somos un punto ínfimo en medio de un imperio musulmán.
Nos quieren muertos. A todos. No se cansan de decirlo.
¿Cuántas madres nos hacemos más creyentes cuando nuestros hijos van al ejército?
Estuve con la mamá de Ilan, el soldado argentino-israelí que murió en Gaza semanas atrás. La mirás a los ojos y no sabes qué decirle. ¿Qué palabra consuela a una madre con un hijo muerto?
Habla de Ilan en presente. Sentís taquicardia. Contenés el llanto como cuando contenés el vómito porque no llegaste al inodoro. Pero cuando contenés el llanto, ¿adónde no llegaste?
Cuando empezó la guerra le pregunté a mi hijo si quería irse: al fin y al cabo yo lo había traído obligado, y ahora lo estaba mandando a una guerra.
¿Irme adónde?
No sé, irte… Volverte. Ir a España.
¿En serio me lo estás diciendo? ¿Vos decís escaparme?
¿Escaparte?
Me quedo en silencio. Me parece que lo plantea con exageración. ¿Lo plantea con exageración?
La puta madre, pienso.
¿Cuántas de nosotras no los dejábamos jugar con armas porque nos parecía un juego violento?
¿Y ahora?
Ahora le damos vueltas a la realidad para marearla, pero la única verdad es que trajimos a nuestros hijos a una guerra.
Sí, sí, ya sé:
Cuando los trajimos no había guerra. Nunca pensamos que podríamos estar en guerra. Los trajimos menores de edad y obligados, y ahora son ellos quienes deciden no irse.
Podemos racionalizar cada uno de los sentimientos, no ayuda. Les juro que no ayuda.
Preguntas retóricas, estadísticas sin sentido: cuando tu hijo se va a la guerra, todo está permitido, incluso desear que tenga el coraje de matar para no dejarse morir.
¿Y vos cómo estás?, te preguntan desde Argentina tus amigas de toda la vida.
Bien, respondés.
Un “bien” seco que corta toda posibilidad de diálogo.
Es que no querés hablar con gente que no entiende. Y tus amigas de toda la vida no te entienden.
La gente que no lo vive, no lo entiende.
Y no los culpás, pero respondés “bien” y das por terminado el tema.
Mi círculo más íntimo se va cerrando. Mi círculo más íntimo se hizo localista. “No me digas cómo atarme los cordones si nunca estuviste en mis zapatos”, dice mi amiga que tiene a su hijo peleando en Gaza desde la masacre del 7/10.
Sabemos que nunca más volvió a dormir de corrido. Lo dice con palabras, aunque si eligiese no decirlo, se le nota en la cara.
Sonríe de a ratos, supongo que cuando olvida que su hijo está en una guerra de supervivencia.
No pasa nada, vieja, me dice Facu cuando me ve con la mirada perdida, vos tranquila que no pasa nada.
Y sí, te volvés más creyente porque el miedo pasa a llamarse cagazo. El miedo es otra cosa. El miedo es algo chiquito, y mandar a un hijo a una guerra es algo tan inmenso que no entra en un cuento.
Tan “idishes mames”, tan ¿comiste?, tan ¿te llevás un saquito por si refresca?, tan despertame cuando llegues.
Entran a la guerra sin teléfonos. La incomunicación es total.
El miedo es un monstruo, como la guerra.
Y de pronto el pibe se viste de verde oliva, se cruza el arma, se pone la mochila en la espalda, te sonríe mostrando todos los dientes, y lo ves cerrar la puerta. Y desde ese momento hasta que la abre nuevamente, algunas semanas después, sentís que es todo una mierda y querés salir a asesinar terroristas con tus propias manos.
A las madres israelíes se nos hincha el pecho de orgullo cuando vemos a nuestros hijos uniformados y convencidos.
A las madres israelíes se nos oprime el corazón cuando vemos a nuestros hijos uniformados y convencidos.
Las madres israelíes lloramos cuando nadie nos ve.
A Facu le llegó la carta.
Que Hashem te bendiga y te cuide, que haga resplandecer su rostro hacia ti y te conceda la paz, hijo querido.
Estoy muy orgullosa de vos. Y estoy muerta de miedo.
Gaby Keselman Lob
8 de junio 2024
A 8 meses de la masacre del 7 de octubre.
Fuente Vis a Vis