LA HABANA, Cuba. – En cada amanecer me pregunto cuál será el absurdo que me tocará enfrentar en las primeras horas y cuáles durante el resto del día. Así acostumbro a iniciar mis mañanas, queriendo conocer de antemano todo lo malo que podría traer el día para evitarme las sorpresas. Muchas preguntas me acosan desde que abro mis ojitos hasta que los cierro en la alta noche.
Y cada vez me asisten las mismas certezas, esas que aparentan tener el tinte de lo “esencial”, esas que me confirman que las horas irán avanzando y con ellas los asombros, y las preguntas, que casi siempre son las mismas. Una y otra vez la certidumbre del tiempo, de ese tiempo que cotejo con el número de asombros, con las preguntas y con las calladas que se hacen respuestas.
Cada jornada exhibe en Cuba un sinfín de desatinos. Y muchos de esos absurdos parecen salidos de la cabeza de ese geniecillo que sigue siendo Virgilio Piñera, mientras otros, que no se acercan a los absurdos del trópico, también me visitan.
Nos asisten extravagantes absurdos que recuerdan a Genet, a Camus, a Beckett, incluso a Gogol. Así son mis amaneceres, y los días con sus noches. Así me preparo cada mañana para vivir las escenas más espeluznantes, las más inverosímiles rarezas, pero lo que escuché este mediodía último podría servir de entrada, y también de salida, a una pieza del absurdo con posibilidades de convertirse en un clásico. Y es que nuestra vida es, y parece que lo será por mucho más tiempo, un gran absurdo.
Resulta que esta mañana escuché a unos vecinos discutiendo, unos vecinos que forman un matrimonio que se concretó hace algo más de 40 años, discutiendo. El marido había advertido a su esposa que volvería para el almuerzo y lo cumplió. Yo lo vi desde el balcón cuando metió la llave en la cerradura y también cuando empujó la puerta y entró; lo demás fue más en llanto que en sonrisas.
Yo los escuché unos minutos más tarde, cuando se insultaban a gritos dedicándose los más grandes improperios. Y escuché también eso que podría ser el centro del conflicto, su esencia misma. Yo escuché a la esposa advirtiendo al marido que la mesa ya estaba servida e imaginé al “comensal” recién bañado y listo para entregarse a los placeres de la mesa.
Y lo que escuché luego no fueron sonrisas ni rituales amatorios. Escuché a la pareja en medio de un escándalo grandísimo y lleno de amenazas que salían de la boca del hombre. Si el marido se puso tan molesto no tuvo otra razón que eso que encontrara servido en su plato. El miró un filete con muchísimas cebollas, y sonrió.
En el plato, y a un solo golpe de ojos descubrió el esposo una pieza que se resistió a ser atrapada por el tenedor; un intento, dos intentos, tres…, y luego el reconocimiento de que lo que suponía un pedazo de carne era “solo” una piedra. Lo demás, también lo entendió muy pronto, era agua, con un poquito de sal.
Y peor fue cuando la esposa le preguntó si le servía más. Entonces el esposo hizo desastre. Se dice que la mujer refirió el suceso, en la bodega, con todos los detalles. Dijo ella que su marido no dejó un plato sano, y eso me lleva a preguntarme cómo harán sus comidas en los días que están por llegar.
¿Con qué platos comerán en lo adelante? Y cualquier respuesta a esa pregunta me lleva a la confirmación de que estos sucesos parecen una pieza del absurdo escrita por Virgilio Piñera. ¿Con cuáles platos, con qué cubiertos, acompañaran en los días siguientes sus comidas? Sin dudas, el comunismo es una pieza del absurdo.
El comunismo es una pieza del absurdo, y una prueba es la irracionalidad de sus detalles y la espontaneidad de esos detalles que armaron lo que, insisto, podría ser una pieza teatral, una especie de comedia en franco tránsito hacia la tragedia. ¿Si no hay comida que llevar a la boca para qué tener platos en la casa?
¿Para qué nos sirven las cucharas si no hay platos, si no hay frijoles? ¿Para qué los cuchillos si la carne no existe? Y esa “representación” que hacen los vecinos para relatar el suceso me hace recordar al Virgilio Piñera que escribiera La carne, uno de sus más famosos cuentos del absurdo.
En el cuento, Piñera se hace notar una grandísima escasez de carne que con los días se vuelve cada vez más alarmante. Terribles preocupaciones, comentarios y tristezas acosaron a los pobladores, que decidieran, no sin tristeza, comer vegetales, pero los vegetales no son del agrado de todos, y señor Ansaldo los odiaba.
Ansaldo, en medio de una plaza desobedeció la orden y se bajó los pantalones para cortar de su nalga izquierda un hermoso filete que adobó con sal y vinagre y lo puso en la parrilla para freírlo luego en la sartén. Fue así que invitara Ansaldo, a sus correligionarios, a hacer lo mismo para los almuerzos y las comidas.
Y la barbaridad creó expectativas para combatir el hambre. Un anatomista y un fisiólogo, dijeron que sobre un peso de 100 libras los pobladores tendrían carne para 100 días. Las mujeres filetearon entonces sus senos para comerlos, y descubrieron las bondades de tal decisión, para colmo de bienes no tendrían que recoger ellas los senos que protegían con ajustadores, otra evidente bondad de la respuesta a la falta de carne.
Así fue que desapareció aquel pueblo hambriento que trazó Piñera, así consiguió Virgilio que desapareciera el pueblo que podría ser la metáfora de un país, que sin dudas es la metáfora de este país hambriento. Así el escritor maldito explicó el silencio de esa población hambreada, que se fue tragando poco a poco. ¿Así terminaremos nuestras vidas, desarmados en menudos pedazos?
¿Será eso lo que espera el poder cubano? ¿Nuestra autofagia? ¿La completa deglución de nuestros cuerpos? ¿Nos comeremos los unos a los otros para creer que morimos alimentados? ¿Comeremos piedra? ¿Y qué quedará de nosotros? ¿Una vieja foto? ¿Un rencor viejo? ¿El odio? ¿Quedarán los deseos de comer? ¿Quedará la imagen que captó el fotógrafo curioso de una excreción que se hizo polvo, más no polvo enamorado?
¿A dónde vamos? ¿Qué seremos? ¿Seremos eso que aún no encuentra espacio en algún sistema de creencias? ¿Seremos lo contradictorio? ¿Lo que no es posible? ¿Qué seremos? ¿Volveremos a ser como una de esas piedras que sirven para dar de comer a algún marido, a un hijo? ¿Será que viviremos, como en las antípodas, con la cabeza hacia abajo? ¿Seremos siempre irracionales, contrario a lo que, irracionalmente, se puede creer?
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org